CAPÍTULO 23: El retrato
El sábado me levanté feliz. Me esperaba un día especial. Al menos eso creía. Bueno, especial iba a ser de todos modos, ya que iba a conocer un poco más de Dorian a través de su arte.
Intenté bajar un poco las expectativas para no terminar decepcionada, pero me costaba muchísimo.
Por suerte las actividades del día me fueron relajando. Por la mañana Min y yo fuimos a ayudar a mamá en la tienda. Preparamos el almuerzo y luego llegó Dorian para almorzar con nosotras. Más tarde fuimos al parque. El día estaba precioso, soleado y cálido. Min jugó con sus amiguitos del barrio hasta que la llamamos, alrededor de las diecisiete, para emprender el regreso.
Dejé a Min con mamá y nos fuimos con Dorian. Nos despedimos en la puerta de mi casa.
—Te espero -me dijo y me dio un beso.
Luego se marchó hacia su departamento.
* * *
Alrededor de las dieciocho salí y me encaminé hacia el edificio. Luego de llamar por el portero, Dorian me abrió. Nunca pensé que algún día llegaría a atravesar esa lujosa puerta, pero ahí estaba yo, subiendo al octavo piso, con mi mejor vestido azul de corte a la cintura y falda acampanada, con tacones altos y cabello suelto, rumbo al departamento de mi novio rico y tierno, sencillo y dulce, artista y contador -extraña combinación- para adentrarme un poco más en su intimidad.
Él me estaba esperando en la puerta, guapísimo con su pantalón caqui y su camisa blanca, y una enorme sonrisa en su rostro perfecto. ¡Se lo veía tan feliz! Pensé que cuando uno quiere a alguien, se siente feliz por compartir sus rincones más íntimos, y me sentí afortunada.
El departamento era enorme y luminoso. Tenía una mezcla de elegancia y sobriedad que definía a la perfección la personalidad de Dorian. El concepto abierto dejaba a la vista el atelier, ubicado en una esquina en que los enormes ventanales hacían un ángulo recto con vista al lago y a la ciudad, la sala con enormes sofás blancos en el centro y el comedor que finalizaba, a la izquierda, en la cocina. Lo único que quedaba oculto a simple vista, era el dormitorio, el sector más privado del departamento.
Me recibió con un abrazo apretado y un beso, e inmediatamente me invitó a pasar a su atelier.
En el centro, rodeado por una gran cantidad de pinturas del lago y la naturaleza, que repetían el estilo impresionista de su arte, se alzaba un caballete con un cuadro tapado con un lienzo. Él se adelantó, tomó el lienzo por los bordes, y me preguntó:
—¿Estás lista?
—Sí -dije sin entender tanto misterio.
Descubrió la pintura y quedé boquiabierta. Desde el centro de la sala, el retrato de una bellísima mujer de cabellos castaños y ojos color miel, me observaban con mirada tierna. No pude hablar. Trataba de procesar el hecho de que se parecía a mí pero era una versión muy, muy mejorada de mí. Estaba fascinada.
—Sé que no te hace justicia -dijo como disculpándose ante mi silencio.
—No es eso… es que… se parece a mí… pero en una versión superior… tú… ¿me ves así?...
—En realidad te veo mucho más bella de lo que pude lograr con el pincel. Quería capturar tu esencia, que te hace aún más bella de lo que se ve, pero… -hizo un gesto de disculpa- es mi primer retrato.
Ante eso, no pude articular palabra. Tal era mi turbación. Sólo me acerqué a él, me colgué de su cuello, y lo besé.
* * *
Después de esa maravillosa sorpresa, me llevó a otro rincón de la sala para mostrarme la nueva pintura en la que estaba trabajando. Era otro retrato: el rostro de una niña pequeña con una sonrisa leve y mirada cariñosa. Era Min, mi hija adorada.
Comencé a pensar que era una jugada deshonesta, y se lo dije. Me estaba desarmando apenas comenzaba el juego. Él me dirigió una sonrisa llena de picardía, que no me tranquilizó en absoluto.