Volver a amar: Josephine

CAPÍTULO 25

CAPÍTULO 25: El día después

Sus dedos se deslizaban con suavidad por mi pelo, mi cuello, mis hombros… y volvían a comenzar. Me arrebujé en su pecho para prolongar el momento mágico de despertar en sus brazos.

La noche había sido perfecta. Descubrimos juntos una experiencia nueva y mágica que nos hacía sentir un nuevo tipo de dicha. La actividad más primitiva del hombre llevada a grados sublimes de experiencia religiosa. Cada uno de nosotros lo había hecho antes, claro, pero nunca se sintió así, con ese entendimiento mutuo y esa voluntad de dos para fusionarse en uno, pero seguir siendo dos para satisfacer al otro. Tal vez fue que el instinto estaba nutrido de una clase nueva de sentimiento que no quería tomarme el trabajo de definir en ese momento.

Su cuello y su mandíbula, a tan escasos centímetros de mí, el contacto con su cuerpo desnudo, traían a mi memoria el recuerdo de la noche pasada junto con una nueva sensación de placer.

* * *

Los violentos y repetidos timbrazos del portero nos arrancaron de la paz que estábamos gozando.

¿Quién podría ser un domingo a la mañana tan temprano?

De pronto pensé en mi madre y en Min y salté de la cama. Al parecer Dorian pensó lo mismo, porque mientras yo buscaba mi ropa él ya estaba vestido y corría a atender el portero.

Desde el cuarto se escuchó la voz apagada pero autoritaria de una mujer.

—¡Abre!

A los pocos minutos se repitió la violencia en los golpes a la puerta.

Dorian abrió.

—¿Cómo te atreves a faltar otra vez a un almuerzo familiar de domingo?!!! ¡Tus padres están preocupados por ti, Dorian! ¡Últimamente te comportas como un imbécil!

Miré la hora. Eran las doce.

—Buen día, Susan -oí que decía Dorian con voz calma-. Aunque creo que no te incumbe, te comento que desde que mi familia le faltó el respeto a mi novia, decidí tomarme un tiempo.

Yo, que ya estaba vestida, me quité rápidamente el vestido, elegí una camisa de Dorian del closet, me la puse y abroché sólo algunos botones, me desarreglé un poco el pelo con las manos, y así, descalza y un poco desaliñada, salí del cuarto.

—Buen día Susan -la saludé con una sonrisa.

Ella se quedó de piedra, inmóvil por la sorpresa. Era obvio que no se había imaginado esto.

Caminé tranquila hasta llegar junto a Dorian y pararme a su lado rozando su cuerpo.

—Ya que andas de mensajera -le dije con una leve sonrisa-, dile al señor Allen que su hijo tiene derecho a tener una vida privada, incluso a tener sexo cuando le plazca. Dile que esa es la razón por la que no está asistiendo a los almuerzos familiares. Si quieres agregar que yo te lo dije, puedes hacerlo.

Susan no respondió, pero sus ojos arrojaban rayos de ira. Dio media vuelta y se marchó furiosa al ritmo de sus tacones altos.

Dorian cerró la puerta, giró hacia mí, me abrazó con fuerza y me besó con pasión.

—Esta nueva mujer me excita -dijo en mi cuello.

No sé qué ángel o qué demonio me habían poseído, pero esa nueva versión de mí no me agradaba. Jamás había sido agresiva con otra mujer, y menos aún a causa de un hombre. Mi orgullo jamás me lo habría permitido.

Sacudí la cabeza. Me propuse por esa vez despejar sombras para no empañar la maravillosa experiencia vivida con Dorian. Entonces le devolví los besos.

—Compórtate -le dije apartándome con esfuerzo de su abrazo-, que debo marcharme para ayudar a mi madre con el almuerzo. Puedes venir, estás invitado.

* * *

Cuando salí a la calle, miré a mi alrededor y descubrí que mi barrio lucía distinto. Más luminoso, más alegre. No sabía si era el verano que ya llegaba en tres días, o era yo que estaba empezando a experimentar otra faceta de mí misma.

Desde niña había aprendido a ser una buena hija. Más tarde aprendí a ser una buena estudiante y una buena novia. Luego, cuando apenas empezaba a caminar la vida por mí misma, aprendí a ser esposa y a ser madre, a la par que aprendía a ser mujer trabajadora.

Esa mañana de domingo, a mis veintiocho años, había aprendido algo más, que también me pertenecía y me definía. Había aprendido a amar, con el cuerpo y con el alma. Me había convertido en una mujer que amaba.




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