Volver a amar: Josephine

CAPÍTULO 29

CAPÍTULO 29: El lago

El sábado fue un día espléndido. La temperatura era agradable, el sol radiante y los ánimos bien dispuestos para disfrutar del paseo. El lago estaba maravilloso, más azul y transparente que nunca. Las playas de arena blanca estaban colmadas de gente.

Nosotros fuimos directamente al muelle, donde aguardaba el amigo de Elizabeth, quien le prestaría su lujosa lancha a Dorian.

Él no había querido pedir la de su padre, por eso intervino Liz.

—¡Dorian!!! ¡Qué bueno verte!!! -dijo el rubio alto de ojos azules.

—Hola, Robert. Mil disculpas por la molestia. Liz insistió y…

—No te preocupes, no es ninguna molestia… ¿Me presentas a tu familia? -dijo con una sonrisa demasiado encantadora.

—Por supuesto. Mi novia -dijo señalándome-, su mamá y su hija.

Esa fue la escueta presentación.

—Vamos a regresar con la puesta del sol -agregó.

—No hay problema. Úsala todo lo que quieras. Después entrégale la llave a Liz.

—De acuerdo. Muchas gracias.

Y se marchó, no sin antes saludarnos con gran amabilidad.

Me pareció que Dorian no estaba tan a gusto con el tal Robert, pero podría ser que me equivocara. De todos modos podía preguntárselo más tarde.

Cuando recorrimos el lago hacia el norte, el fantástico paisaje, la frescura del viento, la vista maravillosa de las aguas azules, desvanecieron todas las sombras y el humor se tornó más ligero. Era como si el contacto con la naturaleza borrara todos los problemas, los traumas, los temores, y te curara el alma.

Llegamos a la Isla Manitou y allí descendimos. Hicimos una caminata breve por el parque de cedros blancos y luego escogimos una de las playas menos concurridas para sentarnos a disfrutar la calma del paisaje, y que Min jugara en la arena, siempre al alcance de nuestra vista, con el balde y las palitas que Dorian le había traído de regalo.

—¿Cuándo tienes vacaciones en la tienda? -preguntó él de pronto.

—Puedo pedirlas cuando desee, por mi antigüedad.

—¿Te gustaría que tomáramos unas vacaciones?

Y agregó dirigiéndose a mi madre.

—¿Le gustaría, Emily? Podríamos alquilar una casa e ir los cuatro.

—Deberían ir ustedes solos -dijo mi madre.

Y luego, dirigiéndose a mí:

—Podrías dejar a Min conmigo, me encanta pasar tiempo con ella, es una niña amable y obediente, resulta muy fácil cuidar de ella.

—Sería una pena -insistió Dorian-. Creo que usted y Min también podrían disfrutar de unas vacaciones muy merecidas, por cierto.

—No, no, de ninguna manera. No puedo cerrar la tienda, justo en esta temporada en que las ventas están aumentando. En cambio tú, Jo, hace muchos años que no te tomas vacaciones, y deberías. Es necesario recargar energía para cuando vuelvan a comenzar las clases. Deja a Min conmigo y ve con Dorian. Piénsalo.

—Tú ya cuidas de ella todo el año, mamá. Sería muy abusivo de mi parte si también la dejara a tu cargo en vacaciones. Si voy, ella va conmigo.

—Bueno, ustedes decidan -dijo Dorian con una sonrisa- y háganmelo saber. Lo que sea que resuelvan, yo invito.

De inmediato se puso de pie y se acercó a Min para ver su obra de arena. Se acuclilló a su lado y estuvieron conversando un rato.

* * *

Al atardecer emprendimos el regreso. A mitad del recorrido, Dorian detuvo el motor de la lancha y nos quedamos largo rato contemplando el atardecer, mientras el sol lentamente desaparecía en el horizonte. Cuando se hubo puesto, continuamos viaje hacia el muelle.

Nos despedíamos del lago con su vista más espectacular. Los naranjas, dorados y azules del paisaje, cerraban con broche de oro una de las jornadas más espectaculares que compartimos en familia.




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