CAPÍTULO 30: Robert
—¿Puedo quedarme? -la voz de Dorian susurró en mi oído mientras me abrazaba bajo el edredón.
—¡No!
Era domingo y aún no amanecía. Él debía irse a su casa antes de que Min despertara. Todavía no había hablado con mi hija acerca del rol de Dorian en nuestras vidas. De hecho, ni siquiera tenía en claro cómo iba a decírselo, pero debía ser ese domingo.
Él, muy lejos de enfadarse, me besó y salió de mi cama.
* * *
Habíamos llegado del lago al anochecer, todos muy cansados. Para que Min pudiera cenar antes de quedarse dormida, mientras yo la bañaba Dorian preparaba una cena rápida. Cuando estuvo lista y con el pijama puesto, se sentó a cenar mientras él se iba a su casa a bañarse a su vez.
—Que descanses cuando te acuestes, Min.
—Gacias, Dodian. Tú también… ¿Po qué te vas?
—Debo bañarme, como tú -le respondió con una sonrisa.
—Puedes bañate acá. ¿Vedá mami?
Dorian me miró sin saber qué decir.
—Dorian tiene su casa, Min -intervine yo.
—Bueno -lo miró un momento y luego siguió comiendo.
Me habría gustado saber qué pasó por su mente.
—Nos vemos mañana, Min -dijo él, acercándose y dándole un beso.
Ella lo besó a su vez medio dormida.
Lo acompañé a la puerta y le entregué una copia de la llave de mi casa.
—Apenas acueste a Min yo tomaré una ducha. Cuando tú termines puedes entrar y esperarme para cenar.
—Regresaré -dijo en un susurro y me besó.
Una vez que terminó de cenar, Min se cepilló los dientes y se fue a la cama. Aún la estaba arropando cuando se quedó dormida, cansada por el paseo.
Era mi turno de tomar una ducha. Estuve un largo rato debajo del agua tibia para quitarme el cansancio y repasar las vivencias de ese día. Fue un sábado maravilloso, no le cambiaría nada, ni un instante, ni una vista, ni una plática. Pero todo se estaba precipitando. Las inminentes vacaciones con Dorian requerían una toma de decisiones que no tenía planeadas aún, pero recordaba las palabras de mi madre: “superar los miedos”. Tenía que trabajar en eso y enfrentar la situación sin mayor dilación.
Cuando salí de ducharme, Dorian ya estaba tendiendo la mesa y disponiendo los platos.
La cena estaba exquisita: un salteado de verduras y arroz hecho en tiempo récord. Evidentemente cocinar era otra de las habilidades de Dorian.
Mientras cenábamos, le pregunté:
—¿Por qué te cae mal Robert?
—¿Robert?
—El amigo de Liz.
—¡Ah, Robert!... ¿Por qué supones que me cae mal?
—Es obvio.
Se rió. Era tan hermosa su risa, que debería reír más seguido.
—Soy transparente ¿verdad?... Robert no es el amigo de Liz, es su amante.
Él siempre con esas respuestas rotundas e impactantes.
—Me dio vergüenza decirlo delante de tu madre, por eso lo llamé “amigo", pero no es mi amigo.
No logré comentar nada ante eso.
—Trabaja en la empresa, en la sección de Tesorería. Allí se conocieron. En realidad Liz ha tenido muchos amantes, es su forma silenciosa de rebelarse en contra de mi padre. Y Robert se aprovecha de su vulnerabilidad, por eso no me cae.
Recién entonces me miró. Me observaba esperando mi reacción. Sin embargo no dije nada, no me consideraba autorizada para emitir una opinión respecto de la vida de nadie.
—De todos modos la amo, aunque no la comprenda. Sólo puedo aconsejarla, pero ella decide sobre su vida. Por otra parte, a Robert sólo lo acepto por ella. Me molestan sus aires de hombre guapo y triunfador. ¿Te diste cuenta cómo te miraba? Como si fueras su próxima presa.
—¿Estás celoso?
—Claro que estoy celoso, y no por desconfianza, sino por inseguridad.
Me acerqué a escasos centímetros de su rostro para susurrarle:
—A guapo, a ti no te gana nadie, y los triunfadores no son mi tipo.
Él acortó aún más la distancia y me besó.
Me aparté a duras penas de su boca. No era momento de entregarse a las emociones aún. Debía hablar con él y definir nuestra relación, para por fin decirle a mi hija en qué situación estábamos.