CAPÍTULO 31: Inquietud
—Necesito esclarecer nuestra situación, Dorian.
Una vez terminada la cena, le había ofrecido un café y lo había invitado a sentarnos en la sala. Tenía que hablar de lo que me estaba inquietando.
—No comprendo. Creía que estaba clara.
—En una de nuestras primeras citas te dije que “amigos con derechos” no aceptaba, sin embargo tal parece que en eso nos convertimos.
—Yo creo que somos más que eso. Te considero mi novia y creo que tú me consideras a mí, tu novio.
—Entonces dime cómo le explico a mi hija que de vez en cuando compartimos lecho. Supón que te quedas esta noche y mañana no alcanzas a irte antes de que ella despierte. O cuando vayamos de vacaciones y ella vea que su madre comparte la cama contigo.
Dorian me observaba en silencio.
—Para ella sería nuevo. No tiene recuerdo de su padre en esta casa, por lo que siempre me ha visto sola.
Hice una pausa tratando de rebuscar las palabras justas.
—Pensaba que tenía más tiempo, pero dada la situación, debo hablar con ella ahora, antes de que nos vayamos, porque este es su lugar seguro, donde se siente contenida.
Él, sentado a mi lado, se acercó más a mí y me rodeó con un brazo, mientras con su mano libre tomaba las mías inquietas.
—Nuestros encuentros sexuales no serían un problema, si yo no fuera una madre tratando de darle a una hija sin padre un hogar normal.
—Podemos explicarle que somos pareja ahora. Para lo cual debería mudarme aquí contigo.
—¡Sólo yo debo hablar con ella!
—Está bien. Sólo recuerda que una vez te dije que yo era un solitario dispuesto a cambiar mi soledad por ti. Sería el hombre más feliz del mundo si pudiera compartir tu vida como tu esposo y ser un padre para Min. Sólo depende de que tú me aceptes a ese nivel.
Él guardó silencio por un momento, y luego continuó:
—Tú sabes que estoy dispuesto a hacer lo que tú me digas. Si dependiera de mí ya estaríamos casados, y en mi caso, disfrutando de una familia que me es regalada por milagro del universo. Yo sólo dependo de ti, de lo que tú decidas y cuando tú lo decidas.
La paciencia que me tenía Dorian era extraordinaria. Ni siquiera yo me toleraba tanto en ese momento. Me abracé a él con fuerza, porque jamás podría expresarle con palabras lo agradecida que me sentía por su comprensión y lo mucho que lo amaba por eso.
Él no dejaba de acariciarme con ternura mientras me susurraba al oído:
—Te amo, Jo. Y nada va a cambiar eso. Me mudo mañana contigo si me lo pides. Sólo tienes que decirlo.
Yo ya no podía hablar. El cúmulo de emociones que me provocaba este hombre con toda su bondad, toda su paciencia, toda su comprensión, toda su ternura, sólo podía estallar en un beso lleno de amor y de pasión, y la decisión de lanzarme a la aventura de la vida tomada de su mano, sabiendo que si alguno de los dos iba a soltarla, no sería él.
* * *
Cuando entramos en mi cuarto, el cansancio de la jornada y la ansiedad que me producía la inminente charla con mi hija, quedaron del otro lado de la puerta. Aún así, con las ideas adormecidas por la explosión de los sentidos, tuvimos conciencia de que Min estaba en el cuarto contiguo, y que él debía irse antes de que ella despertara.