CAPÍTULO 32: Min
—Min querida, tú sabes cuánto te amo ¿verdad?
—Sí mami. Yo también te amo.
Ya eran las diez de la mañana. Min se había despertado y había ido a mi cama como todos los domingos. Allí se tiraba encima de mí, me abrazaba, me besaba y reíamos un rato. Siempre era igual, pero ese domingo yo debía abordar un tema que me ponía nerviosa.
—¿Te simpatiza Dorian?
—Sí mami. También lo amo a él. No te pongas celosa ¿eh?.
—¿Entonces… te gustaría que viviera con nosotras?
—¿Dodian…?
Puso gesto pensativo, y de pronto se le iluminó su hermosa carita.
—¿Sedía como mi papá?!
—Sí, algo así.
—¡Me encantadía!!!
—Pero mira que va a ocupar ese lado de la cama, donde tú estás ahora.
—Yo me puedo codé, me acuesto acá en el medio.
Mi niña me la estaba haciendo más fácil de lo que yo esperaba. Con la simpleza de sus cuatro añitos me estaba dando una lección, a mí, que complicaba y enredaba todo y me cuestionaba hasta el aire que respiraba. En contraposición, ella era puro sentimiento y razonamiento simple y lógico.
—¿Podemos decile que venga ya?
—Puedes decirle cuando lo veamos en el almuerzo.
Volvió a aplaudir alegre.
—¡Quiedo contale a la abuela!
—Bueno, nos cambiamos y vamos a desayunar con ella. Y tú le cuentas.
Saltó de la cama y corrió hacia su cuarto para vestirse. Tuve que salir detrás de ella porque seguro se saltaba la cepillada de dientes.
* * *
Cuando Min le contó a mi madre, ya fueron dos para celebrar la buena nueva. No era que yo no estuviera feliz, todo lo contrario, sólo que me dominaba un sentimiento de aprehensión que me impedía disfrutar a pleno la perspectiva de lo que venía.
Desde que conocí a Dorian, todo se estaba volviendo nuevo y diferente. No sólo estrenaba sentimientos y sensaciones, sino también una forma de vida que ya tenía olvidada desde hacía muchos años. Claro que era hermosa y excitante, pero asustaba un poco la celeridad con que se precipitaba.
* * *
Cuando él llegó, antes del almuerzo, Min saltó a sus brazos.
—¿Quiedes viví con nosotas, Do, y sé mi papá? -dijo tomando su rostro entre sus manitas- Mami ya nos dió pemiso.
Él me miró con los ojos muy abiertos, interrogándome en silencio. Evidentemente le sorprendía lo rápido que mi hija y yo habíamos resuelto el tema.
Yo le sonreí para darle calma. Todo estaba solucionado con Min. Ahora faltaba que nosotros tuviéramos éxito.
—Claro que quiero -dijo él mirándola con inmensa ternura y con la voz ahogada por la emoción-. Nada en el mundo me haría más feliz.
Y se fundieron en un abrazo cargado de ternura.
* * *
El lunes salimos con Min a imprimir tres fotos. Ella las eligió de entre las que yo había tomado en nuestro paseo por el lago. En una estaba ella en brazos de Dorian. En otra, estábamos los tres con el lago de fondo. En la tercera, los cuatro, con mi madre, sonreíamos en la playa.
Regresamos a casa y Min, en mis brazos, agregó los tres portarretratos a la repisa de la chimenea.
* * *
Esa noche -la segunda de Dorian ya instalado en nuestra casa-, luego de acostar a Min, volví a encontrarlo en la sala, de pie frente a la chimenea. Miraba las fotos. Cuando me acerqué a él, se volvió y me abrazó tan fuerte que sentí su emoción a través de su abrazo, sin necesidad de mirarlo a los ojos.