Volver a amar: Josephine

CAPÍTULO 35

CAPÍTULO 35: Congoja

Al día siguiente me levanté temprano. Teníamos previsto realizar un paseo en bote por las islas y quería prepararme.

Fui al cuarto de Min y vi que mi niña dormía aún abrazada a su osito de peluche.

Le avisé a Dorian que tomaría una ducha justo cuando sonaba su móvil. Me besó y luego atendió, mientras yo me dirigía al baño.

Desde la ducha escuché que discutía con su madre. Su familia no le daba paz.

—Hola mamá.

—...

—No mamá, no voy a regresar ahora.

—...

—Volvemos el domingo y el lunes me encargaré de lo que sea que haya que solucionar.

—...

—Pueden estar sin mí una semana. Hay otros contadores en la empresa.

—...

—Min, no bajes a la playa -escuché que decía él y luego reanudaba la conversación al teléfono.

Tal parecía que mi hija se había levantado. Entonces me apresuré a terminar de ducharme.

Salí y me vestí apresuradamente, mientras Dorian continuaba discutiendo con su madre. De pronto sentí el pánico congelarme las venas: la puerta del bungalow estaba abierta. Corrí a la terraza y vi a Min acercándose a la costa, yendo quizás trás la mujer de malla azul como la mía, que en ese momento se sumergía en el mar.

—¡Miiiiin!!! -grité desesperada.

Volé por las escaleras al tiempo que mi niña se volteaba confundida y a la vez era arrastrada por una ola.

Corrí como nunca lo había hecho en mi vida.

En el momento en que llegaba a la costa, vi que Dorian ya se arrojaba al agua nadando a toda velocidad. En dos brazadas alcanzó a Min y la alzó en andas. Salió rápidamente del agua abrazándola con fuerza mientras mi niña tosía. Cuando llegó hasta mí, con el rostro lívido, la tuvo en brazos hasta que Min dejó de toser y la vimos recuperada. Luego me la entregó y se dirigió, sin decir palabra, de regreso al bungalow.

Cuando el salvavidas llegó hasta nosotras, mi niña lloraba en silencio abrazada a mi cuello y no quería soltarme. El joven revisó que estuviera bien y, cuando estuvo seguro, nos dejó ir.

Al entrar, encontramos a Dorian sentado en el borde de la cama, de espaldas a nosotras, con la cabeza entre las manos. Yo me senté del otro lado de la cama con mi hija en brazos, que no se soltaba de mi cuello. No lograba contener el intenso temblor de mi cuerpo, y el torrente de mis lágrimas salía sin sollozos, para no asustar aún más a mi pequeña.

De pronto sentí que la cama se sacudía por los espasmos del llanto silencioso de Dorian. Entonces, creí comprender. El trauma de la infancia, adormecido en estos últimos meses en los que él intentaba ser feliz por primera vez en su vida, había emergido de golpe para recordarle que seguía allí, y que no iba a darle tregua.

Lentamente, mi hija se separó de mí, y con la carita todavía bañada por las lágrimas, gateó por la cama hasta llegar a él, se puso de pie y lo abrazó por la espalda.

—Gacias.

Entonces él se volteó, la abrazó con fuerza y lloró acongojado.

* * *

El resto del día permanecimos en la cama, ambos abrazados a Min, ella feliz en el medio, con el mando del televisor en su poder, mirando caricaturas.




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