CAPÍTULO 36: Culpa
—No sirvo para ser padre. Creía que podía, pero está demostrado que no.
Min se había dormido en medio de nosotros y la acababa de llevar a su cama. Dorian había salido a la terraza y estaba de pie mirando el mar a la luz de la luna. Lo que podría ser un ambiente romántico, se veía sombrío en su rostro. Estaba serio, con el ceño fruncido.
Me acerqué a la baranda y me quedé allí, sin decir palabra. En realidad, no tenía nada que decir, pues yo también me sentía miserable: no había controlado la puerta.
—No fui capaz de ordenar mis prioridades -continuó-. Como un adolescente no pude ver qué estaba primero.
Hablaba en voz baja, como para sí mismo.
—Primero Min, luego tú, luego tu madre, después Liz… en el décimo lugar mi madre y en el undécimo mi padre… Por qué lo olvidé…
Recién entonces me miró, sólo para decirme con expresión angustiada:
—Siento que no puedo hacerlo, Jo.
Lo observé en silencio tratando de entender el origen de sus palabras. ¿Hablaba su angustia o su miedo?...
Entonces, titubeando por mi propia angustia, hablé para él y para mí misma.
—Lamentablemente aprendemos a ser padres cuando nuestros hijos ya están nacidos, no hay una escuela para eso, es un ejercicio improvisado que tratamos de hacer lo mejor que podemos inspirándonos en el amor. Si tú quieres renunciar eres libre, Dorian, no tienes ninguna obligación, tú puedes elegir, pero por favor encargarte tú de decírselo a Min.
Luego entré y lo dejé solo con sus pensamientos.
Esa noche, Min tenía el sueño inquieto, así que me acosté con ella y la abracé. Eso hizo que pudiera dormir tranquila, por lo que me quedé en su cama hasta el amanecer.
* * *
Cuando comenzó a asomar el sol, salí a la terraza y me senté a observar el mar turquesa y las arenas blancas, todo teñido de naranja. La brisa fresca con olor a sal me arrancó unas lágrimas, pero no la culpé. No era ella, era yo que no sabía cómo manejar esa culpa y esa congoja, esa sensación de impotencia e incertidumbre que pesaba como una sombra.
Permanecí allí largo rato, hasta que presentí la presencia de Dorian a mis espaldas. No sabía cuánto tiempo había estado ahí, pero cuando volteé, entendí que estaba experimentando lo mismo que yo.
Volví a mirar el mar. No tenía ganas de hablar. El día anterior había consumido todas mis energías.
Él habló.
—No voy a renunciar, Jo. Voy a aprender a hacerlo mejor, aunque deje la vida en ello. No me sueltes la mano, por favor.
—No voy a soltarte -le dije, y le tomé la mano.