Volver a amar: Josephine

CAPÍTULO 39

CAPÍTULO 39: Nubes negras

El lunes volvimos a la rutina. Dorian se fue a trabajar temprano y, luego de ordenar lo que trajimos del viaje y lavar la ropa, fui con Min a ayudar a mi madre en lo que necesitara y a llevarle los obsequios que trajimos para ella de las Bahamas.

A la tarde yo debía retomar mi trabajo, por lo que me encargué de preparar el almuerzo para que pudiéramos almorzar apenas mi madre cerrara su tienda.

Cerca del mediodía, Dorian me llamó para decirme que no vendría a almorzar, ya que los problemas en la empresa requerían su atención más tiempo de lo previsto, por lo que almorzamos las tres solas.

—Elizabeth me habló de Robert.

Miré a mi madre sin creer lo que oía.

—¿Te contó de Robert?!

—Sí. La pobre es un alma en pena disfrazada de mujer fatal y desenfadada.

Min estaba jugando en la sala, por lo que podíamos hablar con libertad.

—Me contó de sus padres, de la difícil relación con ellos, de su vínculo con Dorian, de su matrimonio… Es evidente que necesitaba hablar y yo le inspiré confianza.

—Claro mamá, si apenas te conocen salta a la vista que eres una madraza. Me alegra que ella haya podido abrirse contigo.

—Me contó algo más que me dejó preocupada. Me dijo lo que ya sabemos, que sus padres no te aceptan, pero agregó que ella intuye que van a aprovechar los graves problemas que están teniendo en la sucursal de Toronto para alejar a Dorian de ti.

Con ese comentario, yo también sentí inquietud.

—Tú no te preocupes, mamá. Lo que tenga que ser, será. Si Dorian fuera capaz de dejarme por ardid de sus padres, sería porque no nos merecemos estar juntos.

Le dije eso para tranquilizarla, pero en realidad tomaba fuerza dentro de mí la angustia de saber que ellos nunca, jamás, dejarían en paz a su hijo, y que no iban a cejar hasta ver destruida nuestra felicidad.

—Dorian es un buen hijo, por eso me preocupa. Obedece y respeta demasiado a sus padres, y, aunque te ame, eso podría dañar su relación.

* * *

Esa tarde le llevé a Annie el obsequio que le había traído de mi viaje. Ella quedó encantada y me pidió ansiosa ver fotos del lugar.

—Podrías haberlas subido a las redes. Eres egoísta, Jo, querías guardar estas bellezas para ti sola.

En realidad no había subido ninguna foto para que no fueran vistas como una provocación a los padres de Dorian, pero con esta nueva información, entonces lo sabía: las fotos no habrían hecho ninguna diferencia.

* * *

A la hora del cierre, vinieron a buscarme Min y Dorian, ella tomada de la mano de él. Sus caras eran de sol. A Min le encantaba compartir tiempo con Do, y él se sentía feliz cuidándola y atendiéndola.

Pasamos a saludar a mi madre y continuamos para nuestra casa.

—¿Mucho trabajo? -le pregunté cuando llegamos.

—Sí. Trabajé hasta tarde. Volví hace una hora.

—Problemas -dije, no pregunté, porque sabía que los había.

—Sí. En Toronto. El desvío de dinero es muy grande. Mi padre despidió al contador y él presentó una demanda. Estamos tratando de solucionarlo desde aquí, pero creo que tendré que ir a Canadá.

La bomba estaba lanzada. Mientras él preparaba la cena y yo me ocupaba de tender la mesa, la veía venir sobre nuestras cabezas esperando el momento en que se estrellara, y rogaba que no ocasionara demasiado estrago en nuestra vida.

—Los abogados se están encargando de la parte legal, pero yo tendría que hacerme cargo del área contable.

No dije nada. Estaba preparada para esa noticia aunque de todos modos dolía.

Él trató de restarle importancia al tema, y me preguntó cómo estuvo mi día. La conversación fue breve, yo no tenía mucho para contarle ya que en mi trabajo todo había estado normal, y no quería decirle que yo ya sabía lo de Canadá a través de Elizabeth y mi madre.

La cena transcurrió más silenciosa de lo habitual, salvo por Min que de vez en cuando contaba lo que había hecho en el transcurso de la tarde con su abuela, aunque ella también hablaba menos de lo usual. Parecía que mi niña presentía que algo no andaba bien en casa.

Cuando terminó de cenar, quiso que Dorian la alzara y empezó a quedarse dormida en sus brazos.

—¿Quieres que te lleve a tu camita? -le preguntó él suavemente.

Min negó con la cabeza.

Entonces él la envolvió más aún en sus brazos, apoyó la cabeza en la de ella, y permaneció así hasta que mi niña se quedó dormida.

Poco después la llevó a su cama y yo la arropé.

Cuando cerramos la puerta del cuarto de Min, me abracé a él, él me estrechó en un abrazo apretado, y permanecimos así largo rato, sólo sintiendo el latido de nuestros corazones, el calor del abrazo, presintiendo que, probablemente, se acabaría pronto, mucho antes de lo que hubiéramos imaginado.




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