Volver a amar: Josephine

CAPÍTULO 40

CAPÍTULO 40: Sábado especial

El resto de la semana transcurrió de la misma manera, Dorian trabajando gran cantidad de horas por día, viéndonos por las noches y abrazándonos con ansias.

El viernes, después de que Min se durmiera, me dijo:

—Debo ir a Canadá. Tengo que instalarme con el nuevo contador para hacer la revisión de todos los documentos financieros del último período y controlar las regulaciones. Probablemente sea por un año.

Mi corazón dio un vuelco. No había imaginado que sería por tanto tiempo, pero no dije nada. No quería ser demandante ni resultar caprichosa, pero ansiaba rogarle que no se fuera.

—No me gusta que Emily se quede sola, pero pueden venir con Min todas las semanas a visitarla.

—Nosotras no vamos, Do.

Me miró sin comprender.

—Yo tengo aquí mi trabajo y Min su escuela. En el supuesto caso de que alguna vez dejara sola a mi madre, sería con otro trabajo asegurado, y no estoy segura de que sea bueno para Min cambiar de escuela.

—No comprendo, Jo. ¿Temes por tu seguridad económica? Somos una familia ahora, jamás las dejaría desamparadas… ¿Temes por lo que pasó con Michel?...

—No se trata de eso. Mi independencia es importante para mí. Es lo que yo soy.

—Lo sé, y te amo por eso, pero no sé cómo viviríamos separados. Yo no podré venir tan a menudo.

—No podremos -fue mi respuesta. Y esas dos palabras lastimaron como una despedida.

Él sólo me miró. Seguramente trataba de entender mis razones. Yo rehuía su mirada y opté por irme a la cama temprano. No a dormir, eso estaba claro, sólo a pensar en la oscuridad cómplice de mi cuarto.

Cuando él se acostó a mi lado, casi sin hacer ruido, me arrebujé en sus brazos y me quedé allí, sintiendo su calor, sabiendo de antemano lo mucho que lo iba a extrañar.

* * *

A la mañana siguiente, se levantó muy temprano.

—Debo ir a trabajar -me dijo en un susurro después de besarme.

Abrí los ojos y miré la hora. Las ocho.

—¡Es sábado! ¿Vas a la empresa? -le pregunté incrédula.

—No. Trabajaré en el departamento. Cuando se levanten, si quieren ir las dos a hacerme compañía, me harían muy feliz.

Apenas se fue, me levanté y me dediqué a ordenar y limpiar mi casa. Si me quedaba en la cama, de todos modos no podría dormir.

Alrededor de las diez Min se despertó.

—¿Quieres ir a desayunar fuera?

—¿A dónde?

—Es una sorpresa.

—Sí quiedo -me dijo entusiasmada, por lo que se levantó de prisa.

A eso de las diez y treinta, tomé unos libritos de cuentos y partimos hacia el edificio. Mientras subíamos por el ascensor hasta el octavo piso, le advertí a Min que, adonde íbamos, debería hablar bajito para no molestar. Ella me prometió que así lo haría.

Cuando abrí la puerta, mi niña miró con curiosidad hacia todos lados, hasta que vio a Dorian, que estaba trabajando en su escritorio y que ya había volteado al escucharnos y tenía una amplia sonrisa en el rostro. Él abrió los brazos para recibir a Min que corrió a su encuentro, y la llenó de besos.

Me detuve a mirar la escena y cuánto deseé que fuera así siempre, que no tuviera que irse lejos, que estuviéramos siempre cerca, que fuéramos una familia como tantas otras, siempre juntos y felices…

Llamé a Min para que Dorian siguiera trabajando y la llevé en brazos a conocer el atelier.

—¡Esa edes tú! -exclamó bajito cuando vio mi retrato.

—¿Y esa? -le pregunté, señalando el retrato de ella, todavía sin terminar.

—¿Soy yo?

—Así es -le dije con una sonrisa.

—¡Qué linda soy!

—Claro que lo eres -le dije dándole un sonoro beso en la mejilla.

—Shhh -me dijo ella poniendo su dedito frente a su boca en señal de silencio.

Me reí, y la llevé a la sala donde la instalé a leer un libro de cuentos, mientras yo me iba a la cocina a preparar el desayuno.

Cuando estuvo listo, antes de llamar a Min le llevé una taza de café a Dorian. Apenas la apoyé sobre su escritorio, él dejó de hacer lo que estaba haciendo, me tomó las manos y las besó con intensidad.

—Gracias -dijo mirándome a los ojos.

La forma en que lo dijo llenó de significados la palabra. Como si me dijera “gracias por todo”, “gracias por tanto”.

Otra vez sentí el sabor amargo de la despedida.




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