Volver a amar: Josephine

CAPÍTULO 42

CAPÍTULO 42: La partida

El domingo, después del almuerzo con mi madre, Dorian se despidió de ella. Estuvo abrazado a Min durante largo rato; ninguno de los dos quería separarse del otro, como si sintieran de antemano la ausencia.

Lo llevé en mi auto al aeropuerto. En veinte minutos recorrimos la distancia en absoluto silencio.

Al llegar, mientras aguardábamos que llamaran para el abordaje, nos sentamos en un bar y pedimos un café. Ni siquiera lo probamos. Sólo nos tomamos de las manos como si de ello dependiera nuestra supervivencia.

Poco después, Dorian habló:

—Me dijiste que debía trazar mi vida, Jo, pero yo ya lo había hecho, y te había elegido a ti. Ahora me doy cuenta de que no lo dejé claro, por eso es mi culpa que no te sintieras segura conmigo. Te prometo enmendarlo a mi regreso, sólo te pido que me esperes. Para mí ustedes son mi familia, y son las que le dan sentido a mi vida.

—Te esperaré, porque te amo. Por ti me arriesgué a probar esta nueva vida, y no me arrepiento. Y aunque ahora duela, sé que puede no ser así siempre.

Cuando llamaron para abordar, nos pusimos de pie. Yo me colgué de su cuello y él me envolvió en un abrazo apretado que pretendía ser eterno.

—Llamaré todas las noches -susurró en mi oído.

—Tú sólo cuídate. Y regresa pronto.

No besamos con intensidad. Cuando se marchó, apenas si pude verlo desaparecer por la puerta: mis lágrimas desdibujaban su figura.

* * *

En cinco horas estaría en Toronto. Parecía tan cerca en el mapa, pero se sentía tan lejos.

Mientras conducía de regreso desde el aeropuerto, me preguntaba si había hecho lo correcto al rechazarlo, si de verdad era más importante mi independencia que una vida juntos, si no habría sido altanera al priorizar nuestra estabilidad -de Min y mía- por sobre sus sentimientos… Jamás quise que resultara herido, pero tampoco quería someterme a los designios de su familia.

Con una avalancha de interrogantes sin respuestas, llegué otra vez a la casa de mi madre. Antes de entrar, me detuve en la puerta para ensayar una sonrisa y tratar de enmascarar la angustia que me había invadido.

Esa noche, alrededor de las diez, él llamó. Acababa de llegar al departamento y se estaba instalando. Quiso hablar con Min, pero ella ya dormía. Hablamos durante largo rato, tanto, que se cortó la comunicación dos veces. Pero no renunciábamos, volvíamos a llamar. Cuando se hizo la medianoche, muy a pesar nuestro, tuvimos que despedirnos. Al día siguiente lo esperaba una jornada de intenso trabajo, y sería así por algunos meses. Desde el fondo de mi corazón, yo deseaba que no fueran tantos.

Cuando me fui a la cama, por primera vez, después de tanto tiempo, me sentí muy sola.




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