CAPÍTULO 48: Domingo diez
Llegó el domingo diez de septiembre, día del cumpleaños de Min.
Annie y Elizabeth llegaron temprano y, mientras mamá preparaba los scones -ya nos habíamos ocupado de la torta el día anterior-, ellas me ayudaron a decorar la casa antes de que mi niña despertara.
Tendimos la mesa en la antecocina con un mantel colorido, colgamos un cartel que decía “Feliz Cumple”, un gran globo con el número cinco, más globos de colores para después repartir a los niños, algunos dentro de la casa y otros en el patio donde estaban los juegos de Min -una hamaca y una calesita- para que también allí hubiera ambiente de fiesta.
Alrededor de las diez, mamá y yo despertamos a Min, la besamos mucho, le cantamos y le dimos sus regalitos. Yo le había comprado unos libros para pintar, con historia incluida, y mamá le regaló una gran caja de lápices de colores.
Min estaba especialmente mimosa y tímida, ya que el día se le presentaba diferente: en la casa había más gente de lo habitual y la rutina había cambiado, así que estuvo por largo rato en mis brazos.
Annie y Liz también le habían traído regalos, que ella recibió muy agradecida.
Antes del almuerzo ambas se marcharon, ya que tenían sus compromisos, no sin antes haber escuchado hasta el cansancio, con infinita paciencia, mis reiteradas y variadas palabras de agradecimiento por su ayuda y por su tiempo.
Después de almorzar me ocupé de preparar el chocolate para dejar todo listo antes del arribo de los niños, quienes empezaron a llegar alrededor de las tres de la tarde. Los tres niños y cuatro niñas que fueron invitados por Min, resultaron número suficiente para llenar la casa. Su algarabía resonaba por todos los rincones de mi hogar, habitualmente silencioso, y resultaba realmente agradable.
Cuando ya habían llegado todos los invitados y ya estaban instalados con toda confianza organizando sus juegos, y cuando ya no esperábamos a nadie más, nuevamente llamaron a la puerta. Era Robert, con un paquete de regalo y su habitual sonrisa amable -autoinvitado, por supuesto-, preguntando por la cumpleañera y a la espera de ser invitado a pasar.
Cuando entró, Min lo recibió bastante bien. Aunque él no le simpatizara, ella era una niña educada y él le estaba trayendo un regalo.
—Gacias, Dobe -le dijo con una media sonrisa, aunque no lo besó.
Y pese a que parecía que esa sería la última sorpresa del día, no iba a ser así. Aún faltaba más.
* * *
Los niños corrían en el patio y dentro de la casa jugando a las escondidas; gritaban y reían felices, cuando, de pronto, escuchamos que se abría la puerta de calle. Mamá y yo acudimos preocupadas. ¿Quién podría tomarse la confianza de entrar a la casa sin llamar?
No alcanzamos a llegar. La figura de Dorian, con una pequeña maleta en una mano y un paquete de regalo en la otra, se recortó de súbito en la entrada de la sala, como si de una visión sobrenatural se tratara. Más guapo que nunca con su clásico pantalón caqui y su camisa blanca, su pelo negro de corte perfecto y sus hermosos ojos grises, buscó con la mirada los rostros conocidos de quienes él consideraba su familia, y que hacía tanto tiempo no veía.