Volver a amar: Josephine

CAPÍTULO 50

CAPÍTULO 50: Oasis

—¿Qué tal Robert? -dijo con la cabeza gacha, mirándose las manos.

Lo miré sin comprender la pregunta.

—¿Te gusta?

—No me desagrada, si a eso te refieres. Pero creo que pretendes preguntar otra cosa, por ejemplo si tengo algún interés especial en él.

—¿Lo tienes?

—No.

Entonces me miró. Su expresión se veía más esperanzada. Yo respiré hondo para hacer la pregunta que temía.

—¿Puedes decir lo mismo respecto a Susan?

—Por supuesto, y lo sabes.

—No lo sé.

—Te lo he dicho de todas las formas posibles, Jo. Te amo. Sólo a ti. Eso implica que nadie más me interesa aparte de ti.

—¿Qué hacía ella contigo? ¿Por qué tomó tu teléfono?!

—Te lo expliqué, pero puedo hacerlo mil veces más si me lo pides. Ella había llegado esa mañana y debía ponerla al tanto. Estábamos en la oficina, mi móvil en mi escritorio, yo me levanté a buscar unos archivos… Se hizo obvio que atendió porque vio que eras tú quien llamaba, y eso alteró mis nervios. Recién entonces pensé en una confabulación entre ella y mi padre, antes no lo había pensado.

Bajé la cabeza. Estábamos sentados en la sala, enfrentados para hablar mirándonos a la cara, pero en ese momento no pude sostener su mirada. Sentí con fuerza la culpa. Él ya me lo había explicado, sólo que yo no quería aceptarlo.

—Desde esa noche vivo en angustia constante. Tú no quisiste volver a hablarme, y te extrañé horrores.

Entonces volví a mirarlo.

—Imagina que estás a seiscientas millas de distancia, tomas el teléfono, marcas mi número personal, y te responde… por ejemplo… Robert. Dime qué sentirías, Do.

—Me sentiría morir.

—Eso es exactamente lo que sentí…

Hice una pausa para que él dimensionara mis palabras, y luego continué.

—Tú alteraste mi vida, Do. Ya no soy la misma de antes. Probablemente debas conocerme de nuevo para saber si aún me amas. Me volví débil e insegura, siempre estoy al borde de la locura, me has desarmado por completo y no me gusta quien soy ahora. Porque yo debía ser fuerte, debía ser el sostén de mi hogar, y cada conflicto contigo me debilita más.

—Yo también soy débil, Jo. En cambio juntos somos fuertes. Si estamos juntos somos imbatibles, no debemos dejar que nada de afuera nos rompa.

Al escucharlo, al sentir el peso de sus palabras, al sentir la caricia de su voz grave y dulce, se apoderó de mí una fuerte necesidad de su abrazo, aunque no fui capaz de dar el primer paso.

—¿Debes volver?

—Sí. Pero regresaré pronto. Ya me queda poco por hacer allá. Una vez que termine, el área contable quedará a cargo de Peter y Susan.

Ambos nos pusimos de pie y nos fundimos en un abrazo que pretendió borrar lo que parecía años de ausencias.

—¿Aún me deseas? -le susurré.

—Con locura.

Anduvimos los pocos pasos que nos separaban de nuestro cuarto sin soltarnos de la mano.

* * *

—Perdí mi vuelo.

Estaba tendido boca arriba con los ojos cerrados y una amplia sonrisa.

No habíamos dormido. Nos habíamos ocupado de recuperar la memoria de la piel, de las palabras de amor susurradas, del contacto del cuerpo y el alma.

Me arrebujé en sus brazos con la esperanza de prolongar el momento.

—Mejor así -continuó él-, tomaré el vuelo de la tarde, así hoy podremos llevar juntos a Min al jardín.

—Te dijo “papi”.

—Sí… No puedo describirte lo que sentí. Fue muy fuerte para mí.

—Creo que la proximidad de Robert hizo que inconscientemente decidiera marcar la diferencia.

—¡La amo tanto!

* * *

Cuando desperté a Min se puso muy feliz al ver a Dorian todavía en casa. Era evidente que lo había extrañado aunque nunca lo dijera.

La llevamos juntos a la escuela y esa vez fue él quien la dejó en manos de la maestra. Ambos se veían felices. Para los dos era la primera vez. Min nunca había tenido un padre que la llevara a la escuela, y él nunca había tenido hijos para hacerlo.

Esa mañana, al regresar, hicimos la limpieza juntos mientras la máquina lavaba la ropa. Más tarde, cuando estábamos en el patio tendiéndola, le dije:

—Nuestra hija te extrañaba. Nunca me lo dijo porque es una niña buena y considerada. A veces creo que es emocionalmente más equilibrada que yo. Pero su felicidad de hoy fue reveladora.

Él se me quedó mirando con una prenda en las manos, que no me entregaba.

—¿Qué sucede?

—Dijiste “nuestra”…

—Sí, lo dije -le sonreí con ternura-. Min lo decidió ayer, no fui yo.

Me abrazó con fuerza y me besó. En medio del patio de mi casa, entre el canasto de ropa recién lavada y las prendas colgadas del tendedero, me sentí protagonista de la escena más romántica de mi vida, como si me hallara en un prado de la campiña inglesa, con el hombre más guapo del mundo apretándome contra su pecho y besándome con ternura… hasta que el deber llamó.




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