CAPÍTULO 52: Conmoción
El domingo de la semana siguiente, Elizabeth y su hijo se presentaron en la casa de mi madre antes de la hora del almuerzo. Se la veía tan alterada, que tomé a Josh de la mano y lo llevé al cuarto donde Min jugaba con sus muñecas. Le pedí a mi niña que jugara con él y los dejé.
Ya en la sala, mamá y yo la observamos en silencio, aguardando a que ella hablara porque era evidente que lo estaba necesitando. La situación era extraña, ya que se trataba de un domingo, día que para los Allen era obligatorio el almuerzo en familia.
Ella no se sentó. Caminaba de un lado a otro retorciéndose las manos. De pronto se detuvo y nos miró.
—¿Pueden creer que unos padres puedan albergar tanta crueldad?! ¡Para con sus hijos!!
Mi madre y yo continuamos en silencio.
—Hoy, antes de almorzar, mi madre tomó su móvil y salió al patio. Siempre lo hace, por eso no me llamó la atención. Mi padre sólo la miró, pero a los cinco minutos salió enfurecido detrás de ella. Yo salí trás él, y lo que escuché me dejó destrozada.
Hizo una pausa. Era evidente que le costaba repetir lo que había oído.
—Todos estos años… Todos estos años…
Decía esto mientras se tomaba la cabeza con ambas manos. Luego se detuvo y nos volvió a mirar de frente.
—La trató de zorra, de mala madre, le dijo que tuvieron suerte de que sólo se le hubiera muerto un hijo y no los tres ¡por estar todo el tiempo en celo hablando con su amante!
Entonces se sentó. Se veía extenuada. Había soltado la bomba que había recogido en la casa de sus padres y se sintió liberada.
—Creía que la muerte de Nick nos había destruido como familia -dijo mientras las lágrimas corrían sin freno por su rostro- y hoy descubrí que la causa era otra. La culpa venía de los adultos, de los que deberían habernos protegido, proporcionado un hogar normal, una infancia feliz.
Mi madre y yo nos sentamos cada una a su lado. Mamá le tomó las manos y comenzó a acariciarlas. Siempre el amor de mi madre surtía efecto, sus caricias eran mágicas, aplacaba cualquier torbellino. De hecho, Elizabeth poco a poco se fue calmando, la miró y susurró:
—Gracias.
Yo pensé en Dorian, en los veintisiete años que llevaba cargando con una culpa que no le pertenecía, que lo había atormentado desde que era pequeño, y que lo mantenía cautivo de la tiranía de su padre por un sentimiento de deuda sin fundamento.
Antes creía que mi vida había sido dura, pero yo contaba siempre con el amor y el sostén de mi madre; en cambio, esos pobres hermanos, desde sus cunas de oro, sufrieron enormes carencias de afecto que no pudieron ser compensadas con nada.
—¿Hablaste con Dorian?
—No, lo haré más tarde.
—Les hará bien a los dos, Liz, sufrirlo y superarlo juntos.
Ella asintió.
—Puedes quedarte todo el tiempo que necesites -le dijo mi madre-. Almorzaremos juntos y luego llevaremos a los niños al parque.
—Disculpen por haber traído a Josh también hoy -agregó Elizabeth-. No quería dejarlo con el baboso de John coqueteando con la niñera delante de mi hijo.
Ante eso no pudimos comentar nada que no fuera que podía traer al niño siempre que quisiera.
Más tarde, cuando fuimos al parque, Liz se quedó hablando por teléfono con su hermano.
* * *
—Amor…
—¿Cómo estás?
El silencio que siguió a mi pregunta hablaba a gritos.
—... No lo sé… no lo sé…
—Quisiera estar ahí contigo, abrazarte y no soltarte hasta la mañana en que tengas que marcharte al trabajo.
—Desearía que estuvieras…
Esa noche no había esperado a que Dorian llamara. Me había adelantado sabiendo que debía estar pasando por un infierno, con todos sus demonios resucitados, y necesitando desesperadamente sentir el calor de sus afectos aunque sea a la distancia.
Antes de que Min se durmiera habló con ella; esa comunicación los hacía felices a ambos: ella se iba a la cama contenta y él se recargaba con toda la inocencia y el cariño de nuestra hija.
Después continuamos hablando por horas, no precisamente del tema de su madre y su familia -ese era un asunto que él debía procesar a solas y tomar sus propias decisiones para definir su vida desde una nueva perspectiva- pero sí de nuestras actividades diarias y de nuestros proyectos.
Nos despedimos con dificultad, ya que ambos nos necesitábamos, pero la esperanza del próximo reencuentro nos ayudó, como todos los días, a decir “Hasta mañana”.