Volver a amar: Josephine

CAPÍTULO 53

CAPÍTULO 53: Toronto

El cuatro de Octubre era el cumpleaños de Dorian -tres días después del fatídico suceso-, por lo que decidí viajar a Toronto para que no pasara solo precisamente ese día, en momentos de tanta angustia. Dejé a Min a cargo de mi madre y, como era miércoles y yo no alcanzaría a regresar para el día siguiente, acomodé mi clase para el viernes. Una vez resueltos esos asuntos, tomé el vuelo de las seis de la mañana del miércoles que arribaría a destino a las once.

Él me esperaba en el aeropuerto. Estaba guapísimo con ese aire de hombre interesante y triste, indiferente a cuanto le rodeaba, concentrado únicamente en su propio dolor. Sin embargo, cuando me vio, su rostro se iluminó con una sonrisa sincera, mientras yo iba al encuentro de sus brazos. Sólo por esa sonrisa ya valía la pena haber viajado.

Una vez en su departamento, mientras tomábamos el café que él había preparado, quiso saber de Min, de mi madre, de Liz, de mi trabajo. Era evidente que sentía una fuerte nostalgia por la familia, esa familia que le daba amor y respeto, y que también lo echaba mucho de menos.

—Ahora cuéntame de ti. No evadas el tema, y dime cómo te sientes.

—Me siento mejor, ¿sabes? Es extraño. Durante veintisiete años te atormenta la culpa, y de repente, te quitan la roca que llevabas en la espalda y que te obligaba a caminar encorvado, y descubres que no sabes cómo andar erguido de nuevo.

Tomé sus manos entre las mías para que no fuera a olvidar que siempre contaba conmigo, pero guardé silencio para que él continuara.

—De todos modos, mi familia se destruyó hace muchos años, sea por la causa que fuere, y mucho antes de lo que debería, porque hubo criaturas en medio que crecieron sin amor y sin contención. Sobre todo me duele por Nick, por lo que pudo haber sido y no fue.

Hizo una larga pausa

—En fin, no podemos volver el tiempo atrás. Lo que sí podemos y debemos hacer, es no repetir los errores de los adultos que tanto daño causaron…

Luego, me dirigió una de sus más encantadoras sonrisas tristes, y llevó mis manos a sus labios para besarlas.

—Gracias por venir. Va a ser el mejor de mis cumpleaños.

Entonces le traje su regalo: una lapicera pluma fuente con su nombre en ella, que yo había hecho grabar en tiempo récord cuando decidí hacer ese viaje.

Él quedó encantado, como siempre que recibía algo de nosotras aunque fuera una insignificancia.

—¿Quieres que salgamos a almorzar y a recorrer la ciudad?

—Sí, me encantaría. Pero a la noche me gustaría cenar acá.

—Por supuesto -dijo él con una sonrisa.

Tomó su móvil e hizo una llamada.

—Peter, ¿me puedes recomendar un buen restaurante para llevar a mi novia a almorzar?

—...

—Íntimo y con buena vista.

—...

—Muchas gracias, Peter.

Con ayuda del GPS del Mercedes plateado que Dorian alquilaba durante su estadía en Toronto, llegamos a un restaurante acogedor e íntimo, con una espectacular vista al Lago Ontario y a la CN Tower. La comida era excelente, aunque en realidad, lo único que me interesaba era la compañía.

—¿Qué prefieres hacer después?

—¿Qué me sugieres?

—Podríamos ir a la Galería de Arte, a la Casa Loma, al museo de historia natural, o simplemente caminar junto al lago.

—Me gustaría conocer la Galería de Arte.

Cuando salimos del restaurante, nos dirigimos al centro de la ciudad donde se encontraba el museo que quería conocer.

La Galería de Arte de Ontario era un museo gigantesco con una enorme cantidad de obras del Renacimiento, el Barroco y el Impresionismo europeos, el arte africano y oceánico, el centro específico de esculturas de Henry Moore, obras donadas por coleccionistas particulares… es un museo impresionante y una visita obligada para los amantes del arte. Recorrimos mucho, aunque también quedó mucho para ver.

Luego decidimos caminar por la ciudad cosmopolita. Resultaba cautivadora la diversidad lingüística que se oía en las calles, los centros comerciales espectaculares, los restaurantes variados. Cuando visitamos el Eaton Centre, Dorian insistió en comprar un regalo para Min y otro para mí en el Saks. No sirvió de mucho que le explicara que esa clase de ropa ni nuestra hija ni yo tendríamos oportunidad de usar. Él terminó eligiendo un hermoso pijama con volados para Min y un conjunto de dormir de seda satinada para mí.

Cuando regresamos, preparamos la cena. La noche estaba fría y el departamento se sentía muy acogedor.

Más tarde, en su cuarto, recuperamos los abrazos extrañados, los besos anhelados, los placeres añorados.




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