CAPÍTULO 56: Definiciones
—No les he comentado a qué me voy a dedicar de ahora en más…
—Imaginé que a nada -dijo Elizabeth con una risita.
Estábamos en un restaurante, celebrando nuestro compromiso que había tenido lugar esa misma mañana.
Ese día había ocurrido de todo: Dorian había renunciado a su trabajo en la empresa, había roto relación con su padre, nos habíamos propuesto matrimonio y estábamos celebrando en familia.
—Esa serías tú, Liz. Yo voy a trabajar -le respondió él con una sonrisa cariñosa.
Entrelazó sus dedos con los míos por encima de la mesa y continuó.
—Ya lo conversamos con Jo, y decidimos instalar en el departamento un estudio contable. Yo tengo algunos clientes potenciales a los que llamaré esta semana, y consideramos que con tres de ellos sería suficiente para llevar una vida cómoda. Eso me dejaría tiempo para trabajar en mi atelier.
—Me parece un proyecto perfecto -dijo mi madre.
—Te admiro -opinó Elizabeth.
—A mí me ofrecieron seis horas más en el instituto para agosto del año próximo, así que las tomaré -agregué yo.
—¿Dejarás la tienda? -preguntó Liz.
—Aún no. Sólo si incremento algunas horas más.
Mi madre se sonrió. Ella ya estaba informada y conocía de sobra mi afán por mantener mi independencia económica.
—Son todas buenas nuevas. ¡Camarero! Un champán por favor -exclamó Elizabeth alzando la mano.
—¡Aguarda! Aún hay más -dijo Dorian riendo, y me miró con complicidad cediéndome la palabra.
—Nos casaremos a finales de marzo.
—¡En marzo! ¿Qué marzo?
—Del año próximo.
—¿Cómo pretendes organizar una boda en cinco meses?!
Esta última pregunta estaba dirigida exclusivamente a mí.
—No hay mucho para organizar, Liz. Nuestra familia es pequeña y tampoco tenemos un ejército de amigos -le dije sonriendo-. Seríamos sólo nosotros, y podríamos invitar a Annie… y también a tu nana.
Esto último lo dije mirando a Dorian. Él amaba a su nana, y aunque no la veía desde que se mudó a Arizona, mantenía contacto telefónico frecuente. Serían muy felices ambos si ella asistiera a la boda.
Él apretó mi mano en señal de agradecimiento, y la mantuvo así hasta que el camarero trajo el champán.
Antes de alzar las copas, Dorian pidió un minuto para agregar algo que nadie se esperaba -excepto nosotros, claro, que éramos los protagonistas del acuerdo-.
—Ya tenemos decidido también el lugar de nuestra boda.
Las miradas expectantes daban pauta de que ni siquiera lo estaban imaginando.
—Nos casaremos en Stocking Island, la isla de Las Bahamas en la que pasamos nuestras vacaciones. Será una ceremonia en la playa.
Elizabeth quedó boquiabierta y mi madre estaba encantada.
—Y no tienen excusas para no asistir -continuó Dorian-: yo me haré cargo de los gastos del traslado y de rentar los bungalows. También de la cena en Georgetown. Jo se encargará de todo lo demás.
Entonces levantamos nuestras copas para brindar por el amor, por el encuentro, por las segundas oportunidades.
En la vida de cada uno de nosotros, excepto en la de los niños, había mucho para reparar aún: curar heridas, trabajar relaciones, tomar decisiones, trazar destinos. Pero este era nuestro momento, de Dorian y mío, el momento en que proyectamos el camino que recorreríamos juntos. Ya teníamos una hija, sólo debíamos empezar a caminarlo.