CAPÍTULO 57: Página nueva
—Voy a casarme, Michael. Encontré un hombre bueno -o tal vez él me encontró a mí, no lo sé- que va a ser un buen esposo y un buen padre para Min.
Respiré hondo. Me costaba mucho decir aquello.
—Lamento tanto que no hayamos tenido tiempo de saber si lo nuestro funcionaría. De que te hayas ido tan pronto. Pero dejaste huella, ¿sabes?: una niña preciosa, amable y buena, que ya tiene ¡cinco años! ¿Te la imaginas? En pocos meses comenzará a cursar la escuela primaria. Está alta y linda.
Estaba sentada en la hiedra, frente a la tumba de Michael, hablándole a la piedra que tenía su nombre. No sabía si él, desde algún lugar, estaría escuchando, lo que sí sabía era que yo debía cerrar esta etapa, y que no podía ser tan ingenua como para no reconocer que él también había formado parte de mi historia, aunque fuera un capítulo concluído y debiera pasar la página.
Era el aniversario de su muerte y le había llevado flores. Las coloqué junto al ramo de rosas frescas que seguramente sus padres habrían traído más temprano. Era mejor no haberlos encontrado, ya que tenía cosas para decirle a Michael. Por otra parte, ellos nunca habían logrado mantener una relación con nosotras, por lo que habría sido incómodo.
—Te prometo que nunca te voy a olvidar, Michael. Y tampoco lo hará Min. Ella les dice a todos que tiene dos papás: uno que la cuida desde el cielo y otro acá a su lado. Espero que en verdad la cuides, ella merece la pena.
No le dije cuánto le hizo falta a Min, no tenía sentido. Los hechos se habían dado de esa manera y ya los había aceptado.
Me despedí de la tumba de Michael con el alma en paz y emprendí el regreso.
* * *
El invierno estaba próximo y ya el frío se hacía sentir con fuerza. Al entrar a la casa de mi madre, me sentí cobijada por el calor del hogar encendido, y por la familia que me esperaba en su interior.
Min corrió hacia mí con los bracitos extendidos. Me arrodille para apretarla entre los míos y ella me llenó de besos. ¡Se sentía tan reconfortante tenerla en mi vida!
Cuando me puse de pie, descubrí que mamá y Dorian me observaban con mucha atención y en silencio, expectantes. Ellos sabían adónde había ido, lo que esperaban saber era cómo me estaba sintiendo después de eso.
Fui hacia mi madre y le di un abrazo. Ella me apretó tan fuerte como hacía mucho tiempo no lo hacía. Le di un beso en la mejilla y le susurré:
—Gracias, mamá.
Me separé de ella y busqué los brazos de Dorian. Él me envolvió en un abrazo cálido y protector, apretado, y me besó sin decir palabra.
Entonces las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. No eran de dolor, sino de agradecimiento. ¡Me sentí tan afortunada por tener la familia más amorosa del mundo! Ellos eran mi orgullo, mi sostén y mi esperanza.
* * *
Esa noche, en nuestro cuarto, el amor se sintió diferente. Empezábamos una página nueva, con toda la aventura para descubrir y todo un libro en blanco para escribir, y juntos nos convertiríamos en grandes escritores.