Volver a encontrarte

Capítulo 6 - Lo que no se dice

Hoy me tocó turno largo. Los pasillos del hospital a la madrugada son otro mundo. Entre el cansancio y la luz blanca, todo parece irreal. Iván me alcanzó una taza de café. Lo miré de reojo. Es un buen hombre, lo sé. Pero a veces, solo a veces, me gustaría que no fuera tan observador.

—¿Dormiste algo? —preguntó.

—No mucho.—respondí.

— ¿La extrañas? — No necesitaba aclarar a quién se refería. Asentí.

—Llamala —sugirió.

Era simple. Un gesto, un botón. Pero no quería que me escuchara llorar.

—Anoche me pidió que le cantara —le dije. —

—¿Y lo hiciste? —

—Claro. Siempre lo hago. Aunque no se me note, Iván, estoy hecha pedazos sin ella.

Iván se quedó callado. Me miró con esa expresión paciente que tiene, la de quien sabe cuándo hablar y cuándo no. Agradecí su silencio.

Más tarde, mientras acomodaba historias clínicas, me detuve unos segundos a mirar el celular. Era una foto de Luz en su primer día de secundaria. Sonreía con esa alegría que parecía iluminarlo todo. Mi hija… mi Luz.

A mitad de la noche, entró Santiago. Franco seguía en observación, y él venía todos los días. Su presencia me desacomoda más de lo que quisiera admitir.

—Lola… —empezó, pero no pudo terminar la frase.

—¿Querés ver al paciente o venís a molestarme a mí?

—Vengo por ambas cosas.

Quise hacer una mueca, pero me ganó el temblor de las manos.

—¿La nena está bien? —preguntó de repente. No era una pregunta cualquiera.

—¿Por qué querés saberlo?

—Porque sí. Porque la vi… en una foto, de esas que uno no espera encontrar. Estaba con vos, de la mano, sonriendo. Y cuando la vi, sentí como si me mirara desde el reflejo del espejo. Tiene mis ojos, Lola. Esa forma de fruncir el ceño, hasta la risa torcida… es igual a mí.

Se acercó un paso más. Pude oler su perfume, el mismo de siempre. El que me perseguía en los sueños. Su mirada buscó la mía. Titubeó, pero no retrocedió. Tenía los ojos cargados, como si no durmiera desde hacía días.

—Sé que no puedo pedirte nada. Lo sé. Pero… ¿puedo verla alguna vez? No como padre, si no querés. Solo… verla.

Sentí que el mundo giraba en cámara lenta. Mis labios temblaron.

En ese momento, Iván volvió. Sostenía una carpeta en la mano, pero sus ojos estaban fijos en nosotros. Adivinó todo, o casi todo. Pero no dijo nada. Solo se aclaró la garganta y me pidió firmar una planilla.

Santiago tampoco habló más. Pero antes de irse, me miró con una mezcla de tristeza y determinación. Y yo sentí que, por primera vez, Santiago Zabaleta estaba dispuesto a quedarse.

Y sin embargo, yo no sabía si mi corazón, tan remendado, resistiría otra herida.

Esa madrugada, cuando me senté un rato en la sala de descanso, volví a mirar la foto de Luz. Me acaricié el pecho, como si pudiera calmar con la palma el ardor de todo lo que se movía dentro mío.

Amar duele. Pero fingir que no se ama… duele más.




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