Santiago caminó por los pasillos del hospital como si el piso se moviera bajo sus pies. Cada paso lo acercaba más a ese encuentro que durante años había soñado y temido por igual. Al llegar a pediatría, la vio. Lola estaba sentada junto a una camilla vacía, revisando una historia clínica con expresión concentrada. El uniforme le sentaba como una segunda piel, pero su rostro reflejaba el peso de tantas noches sin descanso emocional.
Él se detuvo unos segundos, observándola. Dudó. Pero ya no había marcha atrás.
—Hola —dijo finalmente.
Lola levantó la vista. La sorpresa fue fugaz. Enseguida volvió esa máscara de profesionalismo con la que se defendía del mundo.
—Hola.
—¿Podemos hablar?
Ella suspiró. Miró el reloj. Como si el tiempo pudiera darle una excusa para huir.
—Tengo diez minutos antes del pase —respondió.
Fueron a la pequeña sala de estar que usaban las enfermeras en los ratos libres. Nadie más estaba allí. Santiago cerró la puerta tras él.
—Gracias por no mandarme al demonio directamente —intentó bromear, pero el tono le salió quebrado.
—Depende de lo que digas —contestó ella, sin sonreír.
Él se sentó al borde del sofá. No sabía por dónde empezar.
—Luz… ¿cómo está?
—Bien. Feliz. Inocente. Lejos de todo esto —dijo Lola con firmeza—. Y me gustaría que siguiera así.
—Quiero conocerla. Saber de ella. Estar, Lola.
—Estar ahora. Después de doce años. Después de desaparecer cuando más te necesitábamos.
—Ya hablamos de eso. No supe lo de la carta. No estoy buscando excusas… solo entender si todavía tengo una mínima posibilidad de entrar en su vida.
—¿Y si te dice que no quiere? —preguntó, cruzando los brazos—. ¿Si te mira como a un desconocido?
—Entonces la conoceré desde ese lugar. Y trataré de no serlo.
El silencio se hizo pesado. Santiago bajó la mirada. Ella lo observaba con ese gesto entre dolor y nostalgia que tantas veces ocultó tras el deber profesional.
—No sabés lo difícil que fue —murmuró ella—. Criarla sola, por qué su papá no estaba. Aunque… en realidad, ella nunca me preguntó.
Santiago levantó la vista.
—¿Nunca?
—No. Llama “papá” a mi padre. Él fue el que estuvo. El que la llevó a la escuela, le enseñó a andar en bici. Ella nunca preguntó por qué no teníamos una familia como las otras. Y yo… me aferré a eso. Porque tenía miedo de que al preguntar, no supiera qué responder.
Santiago tragó saliva. El nudo en su garganta era una soga apretando años de silencio.
—Quiero hacerlo bien esta vez. No sé cómo. Pero quiero intentarlo.
—No es tan simple —dijo Lola—. No es solo venir y decir “acá estoy”. Ella es una niña feliz. No quiero que el pasado le reviente como una bomba en las manos.
—¿Y si me das una oportunidad? Una sola. Pequeña. Para empezar de cero. Aunque sea de lejos… quiero que me vea como algo más que una sombra del pasado.
En ese instante, la puerta se entreabrió. Iván apareció con una carpeta en la mano.
—Perdón… no sabía que estaban ocupados.
Lola se levantó enseguida.
—Ya terminábamos —dijo.
Iván asintió, dejando la carpeta sobre una mesa. Pero antes de salir, miró a Santiago con una mezcla de cortesía y advertencia.
Cuando se fue, Santiago se acercó a la puerta, pero se detuvo.
—Gracias por escucharme —susurró—. Aunque no me lo merezca.
Lola no respondió. Pero tampoco lo echó. Y eso, para él, ya era un principio.
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amor y deseo, reencuentro venganza, distancia entre dos almas
Editado: 23.06.2025