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7. SORPRESAS

Un mes había pasado desde que me había quedado con Thomas en su casa, a partir de ahí, cambiaron muchas cosas. Susan seguía enojada conmigo. Rara vez me dirigía la palabra, y sí lo hacía, era por monólogos. A partir de ese día también, nos volvimos unas completas desconocidas. Sólo porque ella no aceptaba el hecho de que estaba dispuesta a perdonar a Thomas y yo porque decía que lo haría las veces que fueran necesarias.

   A la semana del suceso, busqué a Dylan para pedirle una explicación de lo que había pasado y lo confesó. Me dijo que tuvo contacto con él a los seis meses de que se fue y que buscaba una manera de decírmelo, pero no la encontró. Me enojé mucho con él, y cómo me estuvo rogando, no tuve más opción que perdonarlo.

   No volví a ver a Thomas desde esa vez, y el dolor de mi pecho, que ya era soportable antes de volver a verlo, volvió, y con más intensidad. Estaba recostada en mi cama y sonó mi celular, la canción de mi vida. Recordando todo lo que había vivido, solté a llorar.

   –Hola –contesté y sorbí mi nariz.

   –Hola nena –susurró.

   –¿Qué quieres Thomas? –grité.

   –Hablar contigo –volvió a susurrar.

   –¿Y por qué? –espeté­­­–. ¿Me vas a volver a dejar? Porque ya van dos veces –solté.

   –¡No te dejé! –gritó también.

   –¡Pues yo no lo veo así! –volví a gritar–. ¡Y será mejor que me dejes en paz! –colgué. Bajé las escaleras, quería un lugar de tranquilidad y mi casa, junto con los reclamos de Susan no era un buen lugar. Tomé las llaves, abrí la puerta, pero el gritó de mi tía me detuvo. Era la primera vez, desde aquella, que me hablaba sin gritar.

   –¿Vas a ir con él? –preguntó desde la sala.

   –No. Voy con los chicos –Susan se acercó también a la puerta.

   –¿No me estás...? –empezó.

   –¡No te estoy mintiendo! –grité exasperada. Era increíble que, por sólo una noche que pasé con Thomas, creyera que me estaba viendo con él–. ¡Sólo quiero un momento de tranquilidad! –agregué.

   –Está bien –dijo arrepentida–, ten cuidado –sentenció–. Y no ruedes los ojos –agregó y sonrió.

   –Sí pues –salí de mi casa hacia la de mis amigos. Antes de llegar, vi que Dylan abría la puerta, y Thomas salía de su casa, me escondí donde no pudiera verme. Mi amigo se despidió y Thomas tomó la otra dirección por donde venía yo, sin antes echarle un vistazo a mi casa. Su expresión me rompió el corazón, había estado llorando por días. Quise salir de mi escondite y correr hacia él, pero no. Tenía dignidad, y no la iba a desperdiciar con él. Thomas se encaminó, y hasta que lo perdí de vista salí de mi escondite.

   –¿Qué haces aquí? –la voz de Dylan me sobresaltó.

   –¡Hijo de la gran…! –grité y mi amigo se rió–. ¡Eres un imbécil! –le solté un golpe.

   –¿Por qué? –cuestionó–. ¿Creíste que nadie te vería? –se burló. Tarde en procesar lo que había dicho.

   –¿Cómo supiste que estaba ahí? –pregunté.

   –Porque te vi por la ventana –respondió–. Pero no te preocupes que Tommy ya se iba –sonrió y rodé los ojos.

   –Pues qué bueno que llegué a tiempo, no tenía ganas de topármelo –respondí.

   –Imagínate sí hubieras llegado cinco minutos antes –me miró–, mi casa se hubiera vuelto un hotel –se volvió a reír.

   –¡Eres un pervertido! –lo acusé. Mi amigo se rió más fuerte–. ¡Ya cállate! Y ayúdame a levantarme –le tendí la mano, con el temor de que me dejara ahí tirada. Me tomó jalándome hacia él–. Gracias –dije cortante.

   –Eres perversa –dijo mientras nos dirigíamos a su casa.




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