Voy a solicitar el divorcio

Capítulo 1.

- Corre, pequeño, alegra a papá, - pongo a Kirill de pie y él corre alegremente hacia el despacho de su padre.

Mi hijo y yo hemos vuelto de improviso. Teníamos que pasar tres días más en casa de mis padres, pero me he peleado con mi padre y hemos vuelto antes.

Kirill sale corriendo del despacho de Oleg y se dirige a la habitación que compartimos mi marido y yo. Qué raro, ¿no está mi marido en el despacho? Tengo un presentimiento extraño, pero aún no entiendo a qué viene todo esto.

Me quito las zapatillas y enseguida veo un par de zapatos. Son de leopardo. De tacón alto. Los llevaba hace cinco años, cuando Oleg y yo empezamos a salir. Antes de dar a luz.

- ¡Mamá! ¡Mamá! - Kirill corre hacia mí y grita fuerte. Mi hijo se abalanza sobre mí a toda velocidad. Tiene los ojos muy abiertos. Está claramente conmocionado por algo.

- Hijo, ¿qué ha pasado? - Me siento y miro fijamente a la cara del niño. Empiezo a ponerme nerviosa incluso antes de que mi hijo empiece a hablar. Le paso la mano por su pelo rebelde, igual que el de su padre.

- Papá está allí, - dice entre respiros. - Y la tía Svetlana.

Sigo sin entender qué está pasando. Me pasa muy a menudo. El shock me envuelve y no entiendo nada.

- ¿Dónde? - Todo se me encoge por dentro.

- Allí, en la habitación. ¿Tienen frío? Cúbrete con la manta, - dice Kirilo, señalando hacia el dormitorio.

Mi corazón comienza a latir más rápido. Miro hacia la puerta de la habitación. Por dentro, todo parece contraerse. Me pongo de pie, con las piernas temblorosas. Tía Svetlana... La tía Svetlana... repito para mí misma. Zapatos de leopardo. Tacones altos. El corazón comienza a latir como loco en mi pecho.

Me acerco al dormitorio. Los pensamientos en mi cabeza son irracionales, se suceden unos tras otros. Pero lo ignoro todo. Me doy la vuelta y miro a mi hijo. Él se queda allí parado. No me sigue. Empujo la puerta del dormitorio y me quedo paralizada. Justo en ese momento, mi mejor amiga, Svetlana, está tratando de ponerse un vestido. Mi marido salta a la pata coja por el dormitorio. No puedo creer que me haya convertido en la protagonista de una telenovela barata.

- Katia, no es lo que piensas, - mi marido empieza a balbucear. Y yo no puedo moverme. No puedo ni mover un dedo. No puedo apartar la mirada de Svetlana, que no consigue ponerse el vestido. Está delgada. Guapa. Yo también lo estaba. Antes de dar a luz.

- Seguro que ha entrado por casualidad, ¿no? - digo con voz ronca. Se me escapa una risa histérica. ¿Cuántas veces he visto esto en las películas? Parecía imposible que sucediera en la vida real. Toma, firma.

- Sí, imagínate, - dice mi marido con alegría.

Le dirijo la mirada. Lo miro fijamente. ¿Qué quiero ver allí? ¿La respuesta a la pregunta de por qué?

- Te trajo las bombillas, ¿verdad?

- ¿Qué bombillas? - Oleg me mira completamente sorprendido.

- Las que cambiaste. ¿O qué hiciste? ¿O tal vez eres ginecólogo clandestino? ¿Hiciste un examen en nuestro dormitorio? - Mi voz se quiebra, ya empiezo a gritar.

- Katya, ¿sin histerismos? Somos adultos y podemos discutir todo, - interviene mi antigua amiga. Y yo ni siquiera prestaba atención cuando ella le hacía cumplidos a mi marido. Yo ya sabía que era guapo, deportista, el sueño de todas las mujeres. ¡Pero me eligió a mí! Me consideraba especial. La mejor. Y ahora resulta que solo soy una tonta ingenua.

- ¡Vete! - le digo a mi amiga con la mirada.

- Katia, te lo explicaré todo, - dice Oleg acercándose. Todo lo que está pasando me da asco. Parece que toda la casa huele al perfume de Svetlana. No puedo respirar. - Tranquila. Tenemos un niño en casa. No le traumatices.

- ¿Te acordaste del niño? - Una nueva risa histérica se escapa de mi garganta.

Me echo hacia atrás cuando intenta tocarme. Con las manos con las que acaba de... Me dan náuseas.

Salgo corriendo al pasillo. Kirill sigue en el mismo sitio. Ni se ha movido. Parece un poco perdido. No entiende lo que está pasando. Y eso es bueno. Da miedo pensar en lo que ha visto.

- Cariño, ven conmigo, - levanto a mi hijo en brazos y me dirijo con él a su habitación.

- Mamá, ¿qué hace aquí la tía Svetlana? - Por supuesto, mi hijo ha reconocido a su madrina.

Se me llenan los ojos de lágrimas. Tengo un nudo en la garganta. Por primera vez, no sé qué responder a mi hijo. ¿Roba lo ajeno? ¿Nos traiciona?

- Ahora vamos a recoger tus cosas y nos iremos, - le respondo a mi hijo.

- ¡No digas tonterías! - me grita mi marido. - ¡No vas a recoger nada! Quédate en la habitación, ahora voy y lo hablamos todo.

- Entra, pequeño, - dejo a Kirill en el suelo y lo llevo a su habitación. - Ahora vuelvo.

Cierro la puerta y me vuelvo hacia mi marido. En ese momento, Svetlana se está calzando unos zapatos de leopardo. Por lo que veo, mi marido ya está calzado y se dispone a salir con ella.

- No me voy a quedar aquí, - le digo a mi marido. - Voy a recoger mis cosas y nos vamos de aquí, mi hijo y yo.

Oleg se acerca, se pone muy cerca de mí. Sus ojos brillan, la vena de la sien le late con fuerza.

- Ahora vas a cerrar la boca, vas a entrar en la habitación y me vas a esperar en silencio, - dice con voz firme, - y luego lo hablaremos todo. Olvidarás todo lo que has visto. Pondrás cara de satisfacción y volverás a interpretar el papel de esposa agradecida.

Da otro paso, empujándome contra la pared.

- Y no digas tonterías, Katerina, sabes que, si pasa algo, el niño se quedará conmigo.

No consigo respirar profundamente. Oleg está demasiado cerca. Me atraviesa con la mirada. Las lágrimas amargas ruedan por mis mejillas. Así, en un segundo, se destruye tu vida. Se desmorona en mil pedazos.

- Ahora volveré y lo discutiremos todo, - dice lentamente. Como si no entendiera el significado de las palabras.

- No vuelvas, - mi voz se quiebra por los gritos y las lágrimas. Solo puedo responder con un susurro. Me repugna que esté ahí de pie, junto a mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.