No soy una histérica, como muchos podrían pensar, ni una madre inadecuada. Sí, sí, he oído muchas cosas en mi vida. Es solo que la última vez que tuvo esta inflamación pulmonar, tuvimos que ingresar en el hospital durante varios días. Sí, me asusté. Y ahora estoy aquí, con los ojos llorosos, mirando al médico.
- Tiene la garganta roja y la fiebre es realmente alta, - dice Lesnevsky, examinando a mi hijo. Tengo miedo de que se repita lo que pasó.
- ¿Puede ser por el helado? - Me acerco más. Miro a mi niño. Tan obediente. Hace todo lo que le dice el médico. Y además... mira a Oleg... Con unos ojos que me encogen el corazón. Echa de menos a su padre.
- Creo que el resfriado empezó antes, el helado solo lo ha agravado. Ahora bajaremos la fiebre. Le recetaré un tratamiento. Y les dejaremos ir a casa.
Asiento con la cabeza. Me abrazo a mí misma por los hombros. Por dentro estoy destrozada. Siento la presencia de mi marido detrás de mí. Me mira. Respira en mi nuca. La pregunta de cómo ha llegado aquí vuelve a aparecer en mi cabeza.
- Hola, héroe, - Oleg se abre paso empujándome a un lado. Aprieto los puños. Quiero echar a mi marido de la consulta. Pero la mirada y la reacción de mi hijo me lo impiden. Está tan atraído por él.
- Katya... - Mi madre me aprieta la mano y me tira hacia ella. Yo sigo clavando la mirada en la espalda de mi marido. Estoy dispuesta a abalanzarme sobre él en cualquier momento.
Mi madre finalmente me aparta. Pero yo me giro de todos modos.
- He llamado a tu padre, vendrá a buscarnos enseguida.
- Bien, nos recetarán un tratamiento y le bajarán la fiebre. - Asiento con la cabeza. Puedo respirar un poco, mi hijo no está tan mal como pensaba. Tendré que pasar por la farmacia de guardia. Comprar todo lo necesario.
- Mejor que no esté aquí cuando llegue tu padre, - dice mi madre, señalando a Oleg. Yo también lo entiendo. La pregunta es ¿cómo lo hacemos? Es poco probable que Oleg me haga caso y se vaya sin decir nada.
- Lo intentaré. - Lo último que quiero ahora es hablar con mi marido. Estoy muy tensa. No me importaría que se marchara sin más.
Me quedo a un lado, observando cómo hablan Kirill y Oleg. Y entonces Oleg hace algo que me enfurece en cuestión de segundos.
- ¿Qué tal con los abuelos, héroe?
- Allí es divertido.
- ¿No quieres volver a casa? Te he comprado un trenecito.
- ¡¿Un trenecito?! - Los ojos de mi hijo se iluminan.
- ¡Oleg! - Grito su nombre. ¿Qué demonios está haciendo? ¿Ha decidido manipular al niño? ¿Está dispuesto a caer tan bajo? ¿No le dan vergüenza sus métodos?
- Mamá, papá me ha comprado un tren, - grita el niño alegremente. Y yo sé que ahora vendrá la rabieta. Porque le han prometido un juguete. ¿Y ahora qué hago? Por supuesto, buscar algún tren y pedir que lo envíen a casa. Pero ¿por qué demonios?
- Hola, cariño, - dice Oleg, esbozando una sonrisa y acercándose a mí. Yo frunzo el ceño y doy un paso atrás.
- ¿Qué demonios estás haciendo? - le espeto a mi marido. Por dentro estoy furiosa. Solo con ver su cara y su sonrisa insolente me enfado aún más. No es casualidad que haya mencionado el juguete, lo ha hecho a propósito para influir en mí a través de la niña. Apuesta a que no podré negarle a una niña enferma que quiere ir con su papá a ver los trenes.
- Voy a reunir a mi familia, Katya, - dice con tanta insolencia que ni siquiera puedo abrir la boca. Dios mío, ni una sola marca de golpes, ni ojos tristes, ni súplicas. No, este cabrón está completamente seguro de sí mismo. Ni siquiera se molesta en fingir que es un gato maltratado.
- ¿Le prometes al niño algo que no va a recibir? Estupendo. Pierdes la confianza de otra persona que creía en ti. - Respondo con la misma moneda. Si antes pensaba hablar con él tranquilamente y simplemente pedirle que se fuera, ahora me doy cuenta de que va a haber escándalo. No puedo tragarme su cara de seguridad y el hecho de que haya decidido jugar con el niño. Y todo ello sin importarle lo más mínimo cómo se sentirá el pequeño cuando se dé cuenta de que no va a recibir el regalo. O tal vez... Entrecierro los ojos. Vuelvo a mirar fijamente el rostro de mi marido. Dios mío, está convencido de que después del hospital nos llevará a mí y al niño a casa. Que soy tan tonta que correré tras él con los talones en llamas.
- Solo he dicho que le he comprado un regalo. Y él realmente lo está esperando en casa. Y la que está impidiendo que eso suceda eres tú.
Así que esa es la táctica que has elegido. ¡Maldito!
- ¡Fuera de aquí! - Le susurro e incluso le empujo un poco. Nunca había estado tan enfadada como ahora. Las ganas de arañarle la cara son tan fuertes que temo no poder contenerme. Le empujo en el pecho, irradiando furia y agresividad. ¡Que se largue de aquí!
- Para, - Oleg me agarra las manos y me aprieta los muñecos con los dedos. Empiezo a arrepentirme de haberle pedido a mi madre que esperara en la recepción. Pensaba que podría resolverlo todo yo sola. Y, por supuesto, no calculé mis fuerzas.
El hombre me empuja lo más lejos posible hacia el pasillo. Me resisto, pero eso no le impide hacer lo que está haciendo.
- ¡Suéltame! ¡Quita las manos! - siseo, lo que me parece amenazante.
- Hablemos como adultos, Katya. Sin todo esto. Sin amenazas ni agresiones, - dice Oleg de repente con voz apagada. Incluso se mete en el papel de gato maltratado. Su mirada es lastimera. Por un segundo, me desconcierta. Ha pasado de un papel a otro tan rápido que me ha dejado un poco aturdida.
- ¿Y sin chantajes? - Arqueo una ceja con curiosidad. No me permito olvidar que acaba de intentar manipularme utilizando a una niña.
- Sí, hablemos normalmente, - suspira y suelta mis manos. Abre los dedos. Me deja dar un paso atrás.
Durante unos segundos, miro en silencio a un punto y luego asiento con la cabeza.
- Está bien, vamos, - vuelve a renacer en mí la esperanza de que ahora hablaremos y Oleg se irá de la clínica sin escándalos. Qué ingenua soy, Dios mío.