Voy a solicitar el divorcio

Capítulo 6.

Miro a los ojos de mi marido y me quedo paralizada por el miedo. Ahora habla en serio. Incluso parece disfrutar de lo mucho que todo esto me asusta. ¿Por qué no me di cuenta antes de que era un manipulador? ¿De verdad lo hacía todo con tanta sutileza? Ahora mismo. Me amenaza. Me empuja contra la pared. Pero parece que me deja la posibilidad de venir por mi propia voluntad. La ilusión de elegir. Que no existe.

- No soy tan tonta, querido, como te gustaría creer. No irás a la audiencia y nos divorciarán sin tu presencia. Podrás alargar el proceso unos meses. Me sorprende mi tono de voz tan seguro. Aunque no estoy nada segura de lo que digo. Parece que todo tiene que funcionar así. Mi padre me explicó algo, pero entonces estaba deprimida. Así que solo le escuchaba a medias. Debería haberle escuchado con más atención. Ahora me vendría muy bien.

Oleg entrecierra los ojos y me mira como si solo ahora se diera cuenta de que me está empujando contra la pared.

- ¿A alguien le están saliendo los dientes? - Su voz se vuelve ronca y un escalofrío me recorre el cuerpo. Conozco ese tono. Sé por qué se le pone la voz así. ¡Qué pesadilla, se ha vuelto loco!

- Tengo que recoger a mi hijo, ¡quítate! - Apoyo las palmas de las manos en su pecho, pero el hombre no retrocede. Sigue allí como si estuviera pegado al suelo. Oleg es más alto que yo y mucho más fuerte. No puedo moverlo físicamente. Es como una enorme roca que se cierne sobre mí.

- Y yo necesito recuperar a mi familia, - responde con tono burlón.

- ¡No puedo ayudarte en nada! - Nuevo intento de apartarlo, y de nuevo en vano.

- No voy a ceder, Katya. Lo mío con Svetlana ha terminado. He roto todos los lazos.

Él extiende sus manos hacia mí, yo empiezo a girar la cabeza. No quiero que me toque. Pero Oleg me agarra la cara con fuerza con las manos. Me obliga a mirarlo. Y a mí me da asco. Me da asco mirarlo. Hablar con él. Que me toque. Vuelvo a sentir que estoy metida hasta las orejas en mierda. Apenas me había limpiado un poco y ya estoy otra vez.

- No te dejaré marchar. Si no vienes tú, iré yo. Quiero ver a mi hijo. Lo echo de menos. Eso no me lo puedes negar.

- Verás a tu hijo según la decisión del tribunal, - le espeto en respuesta.

- A ver si cumples la decisión del tribunal y lo ves una vez al mes, - me espeta en respuesta. Aprieta los dientes. Luego vuelve a controlarse. Su rostro se relaja.

- Quita las manos, - suspiro y digo en voz baja. Me he quedado sin fuerzas, pero no he conseguido escapar. Es imposible defenderse de Oleg. De este alce enorme.

- Lo pensarás, ¿verdad? - Se inclina más hacia mí y, de verdad, empiezo a sentir náuseas por tanta cercanía. Pensaba que lo amaría toda mi vida. Que envejeceríamos juntos, y resulta que así es como se puede matar el amor.

- Voy a vomitar, - le miro a los ojos y le digo con seriedad, - justo encima de ti. Así que mejor quita las manos y aléjate.

- ¡Joder! - Grita, golpeando con el puño la pared, junto a mí. Cierro los ojos y me estremezco.

Oleg me suelta y da unos pasos atrás. Abro los ojos y veo que su mirada rebosa ira. Ahora me odia. Genial. Nuestros sentimientos son ahora más recíprocos que nunca.

- ¿Te has olvidado de que hay un niño aquí? - Me obligo a separarme de la pared y dar un paso adelante. Tengo que recoger a mi hijo y largarme de aquí.

- Tú me has llevado a esta situación, - escupe en respuesta.

- Mira, ya lo hemos aclarado todo. Yo te llevé a la infidelidad. Hasta un estado incontrolable. Soy una mala esposa. Así que el divorcio es la mejor opción para nosotros.

Lo digo con sarcasmo. Es muy interesante. Para que no pase nada, la culpa es solo mía.

- ¡No habrá ningún divorcio! - Grita y me fulmina con la mirada.

- Me voy, Oleg. Me llevo a mi hijo y me voy. Espero que ahora recuerdes que eres padre. No vale la pena que me sigas y le vuelvas a llenar la cabeza a mi hijo con promesas de que volverás a casa y le darás muchos regalos. Piensa en cómo llorará cuando eso no suceda.

Veo que quiere replicar. Así que esgrimo mi último argumento.

- Mi padre ya debería haber venido a buscarnos. No hace falta que te explique lo que pasará si os encontráis, ¿no?

El hombre aprieta los dientes, incluso desde aquí puedo oír cómo crujen.

- ¡Quiero ver a mi hijo! - exclama con ira.

- Quizás podamos discutir el tema, pero solo si dejas de amenazarme y manipularme. Porque así no llegaremos a ningún acuerdo.

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Llegamos a casa sin incidentes. A Kirill le bajó la fiebre y se quedó dormido en el coche. Aproveché la ocasión y le pedí a mi padre que parara en un supermercado abierto las 24 horas. Compré al niño el juguete que le había prometido y respiré aliviada. Lo que más me asustaba era que, cuando Kirill se despertara, empezara a llorar porque no tenía el trenecito. Y, por supuesto, también por su padre. Pero creo que el juguete al menos suavizará un poco su mal humor por no tener a su papá cerca.

Por la mañana, todo fue mejor de lo que esperaba. Por supuesto, mi hijo preguntó por su papá e incluso se entristeció cuando le dije que estaba en el trabajo, pero el trenecito ayudó a resolver el problema con su estado de ánimo.

- Katyusha, ¿ya has decidido cuándo vas a escribir la solicitud? - Mi madre me pregunta con delicadeza. Tiene miedo de pisar un terreno peligroso.

- Creo que Oleg realmente va a empezar a ponerme trabas, - suspiro y miro a mi madre.

Estamos sentadas en la cocina, yo pincho con el tenedor un trozo de pechuga hervida y miro con tristeza la colza, que, para ser sincera, ya me está empezando a dar náuseas. Por fin he conseguido bajar de peso, pero no voy a aguantar mucho a base de pechuga con colza. Hay que pensar en algo. Si no, no podré evitar recaer. Ayer, cuando le compré un trenecito a mi hijo, se me caía la baba por un chocolate en la caja.




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