—¿Me prestas tu teléfono para avisarle a mi hermano que no estoy presa y que estoy bien?
Frunzo el ceño.
—¿Por qué tu hermano piensa que estás presa?
Suspira con dramatismo.
—Porque le dije que estaba detenida y no me dejó explicar que hablaba del auto, se puso a hacerme preguntas y me quedé sin batería. No creo que Lola le haya avisado o que él la llamara para decirle algo.
Me abstengo de hacer más preguntas y llamo a Rex con el teléfono conectado a mi camioneta. Willa no pide privacidad, así que dejo el teléfono suene.
—Tyron, ¿te puedo llamar después?
—Soy Willa.
—Te estaba buscando. Llamé a dos comisarías… ¿Por qué estás con el teléfono de Tyron?
Dibujo una sonrisa.
—No estoy presa, Rex. El auto de tu esposa se averió a mitad de camino y me dejó tirada. Tyron vino a buscarme, revisó el auto y me está llevando de regreso. Quería explicarte.
—Maldición, Willa. ¿Tienes idea de las cosas que se me pasó por la cabeza?
—Fue tu culpa porque no me dejaste hablar y me quedé sin batería. Como sea, estoy bien, aunque convence a tu esposa que se consiga un nuevo auto.
—Hablaré con ella. Me alegro de que estés bien.
—Ten un poco de fe en mí. Mientras no me embriague, puedo comportarme y no me gusta embriagarme, así que no dramatices—lo escucho reír—. Gracias por estar. Nos vemos.
La llamada finaliza y sonrío.
Me agrada mucho Rex Heaton. Es un buen amigo y gran tipo. Su esposa Lola y su hija Valentina tienen suerte de haberlo conocido. También es un buen hermano.
Willa no termina por agradarme. Me parece una mujer altanera y caprichosa que está acostumbrada a hacer las cosas a su manera sin medir las consecuencias y se enoja cuando no se hace lo que ella quiere.
Mi plan no era rescatarla y tenerla en mi camioneta hoy en día después de que mi mañana comenzara con mi cafetera rota y discutiendo con mi exesposa por teléfono porque quiere que deje todo para pasar las fiestas con nuestro hijo, pero tiene que ser bajo sus condiciones, como siempre.
Si mi hijo quiere pasar las fiestas conmigo, tal como me dijo, mi ex tendría que ser quien lo traiga a Ushuaia para cumplirle el deseo, pero no, en lugar de eso, ella quiere que vaya para allá. Su maldito actual esposo tuvo la estúpida idea de ofrecerme comprar los boletos de avión y pagarme un buen hotel, como si yo no tuviera dinero.
Quiero a mi hijo, deseo lo mejor para él y estaba esperando que pasaran las fiestas para tenerlo conmigo todo un mes y hablar para poder hacer cambios en la custodia y pasar más tiempo con él; sin embargo, mis padres tienen razón, no es justo que yo sea el único que tenga que renunciar, acomodar horarios, viajar a conveniencia de la agenda de mi exesposa y de su esposo. No es justo para mí.
—¿No tenías que doblar en aquella calle?
—¿Qué? —miro al costado y maldigo—. Mierda.
—Si me quieres llevar a mi cabaña y ahorrarme el viaje, puedes hacerlo.
Doblo en la siguiente y hago una vuelta a la manzana para retomar el camino a mi taller. Mi casa está arriba del taller, así que no planeo ir a ningún lado por el resto del día.
—Agradece que te traje hasta aquí.
—En todo caso a Lola debería agradecerle porque sin ella, no me habrías traído.
—¿Tienes que ser tan insoportable todo el tiempo? No entiendo como es que Lola te quiere tanto.
—Porque soy una excelente persona, cuñada, tía y hermana. Tú no mereces ver ese lado mío. Yo tampoco entiendo como es que Rex y Lola hablan bien de ti cuando tienes un pésimo carácter y un mal genio que asusta niños.
—Los niños me adoran, sino pregúntale a Valentina.
—Ella es la excepción porque no se deja influenciar y adora a tus padres.
Desisto de agregar algo porque estaciono la camioneta en la entrada del taller, Willa baja de un salto al mismo tiempo que se asoma Lola en compañía de mi madre.
—Me alegro de que estés bien—le dice Lola—. Siento lo de mi auto. Creo que por fin tendré que venderlo para que lo desarmen y usen sus partes.
—No te preocupes, no estoy enojada. Tú me lo advertiste cuando te lo pedí prestado.
—Por suerte mi hijo fue a buscarte.
—Sí, todo un encanto. —lo dice con ironía.
Me paro detrás con los brazos cruzados sin agregar nada.
—¿Quieres tomar unos mates, Willa? Debiste pasar un mal momento.
—Mamá, ella ya se va…
—¿Por qué hablas por mí? —me dice y le sonríe a mi madre—. Me encantaría, Marina. No puedo decirle que no al mate.
—Eres de las mías—la toma del brazo—. Vamos a la parte de atrás así te lo sirvo y hablamos. Ven, Lola, puedes terminar con las facturas mientras tomas un café o un té, sé que no eres fan del mate.
—No entiendo como no—agrega Willa—. Cuando vivía en España me costaba mucho porque no era fácil conseguir yerba.