El mundo es pequeño. Bueno, Ushuaia lo es. No imaginé que una de las mujeres que me causa dolor de cabeza cruzarme sería la maestra de mi hijo.
Bajo la vista a Leo intentando no pelear con Willa delante de él. Tengo mis límites.
—Vaya, unas tarjetas navideñas.
—Sí, hay una para ti y para los abuelos. La señorita Willa me ayudó.
La aludida le sonríe a mi hijo.
—Yo solo ayudé un poquito. El artista eres tú—le dice y mi hijo sonríe—. Y fue uno de los pocos niños que no se quiso comer el glitter.
—Eso es normal.
Willa ensancha la sonrisa.
—Algo me dice que tu papá era de los que comían glitter. —palmea con suavidad el hombro de mi hijo y le guiña un ojo.
—¿Lo hacías, papá?
—Era muy pequeño. Vamos a casa.
—Quiere cambiar el tema, está bien—Leo ríe—. Ve a casa a jugar con tu padre y déjate malcriar por tus abuelos que son geniales.
—¿Conoces a mis abuelos?
—Claro. Tu abuela prepara buenos mates y tu padre hace buenas bromas. Espero que vuelvas mañana para seguir creando arte. Puede que mi sobrina también venga y la puedas conocer. Ella te caerá bien.
Leo asiente.
—¿Vendré, papá?
—¿Quieres venir? —mira a Willa y asiente—. Entonces, sí.
—Gracias. —me abraza durante un momento.
Willa se pone a su altura y le dice que recuerde de lo que hablaron. Mi hijo asiente y luego la abraza, lo que me deja sorprendido porque él no es de abrazar a gente que no conoce.
A mis padres apenas los conoce y le tomó todo un día a mi madre ganarse un abrazo de él, hasta que entró en confianza.
Leo la suelta y toma mi mano.
—Tienes un buen hijo. Cuídalo y vigila lo que habla con su madre.
Quiero preguntarle a que se refiere, pero ella se da la vuelta y se aleja. Da algunas instrucciones y se pone a ordenar. Habla con una madre, cuya hija parece adorar a Willa porque la abraza y ella le hace cosquillas.
No imaginé a Willa dando clases a niños. Sabía que es maestra, pero pensé que daba clases a adolescentes.
Mi hijo tira mi mano y solo por eso dejo de observar a la rubia y abandono el salón con mi hijo.
—Entonces, te gustó pasar la tarde aquí. ¿Hiciste amigos?
—Sí, me gustó. La señorita Willa fue muy amable y divertida. Ayudaba a otros niños con lo que le pedía y me prestaba atención. No es como mi maestra de escuela que es seria y aburrida. Y no, no hice amigos.
Sé que para él es difícil hacer amigos. Primero pensaba que era debido a su personalidad introvertida, sin embargo, ahora sospecho que tiene que ver con su madre.
Enterarme que ella le dice cosas en mi contra a Leo para acomodar la situación a su conveniencia, me parece muy despiadado de su parte, pues está usando a su propio hijo para salirse con la suya y joderme a mí.
Sentí placer cuando aparecí allá para buscar a Leo y traerlo. No quería dejar que me lo llevara y no pudo hacer nada porque conseguí un permiso. Rex me ayudó a conseguir los permisos y todo para poder traerlo. Como su padre biológico, tengo derecho a traerlo y no necesito la autorización de su madre, menos después de que presenté la demanda de custodia para cambiar los términos.
Se acabó el Tyron Anderson comprensivo. No puedo serlo con una persona que no lo merece y sabiendo que mi hijo está dispuesto a viajar hasta Ushuaia para pasar tiempo conmigo y mis padres.
Cuando subimos al auto, Leo sigue hablando de la señorita Willa. Está claro que causó una buena impresión en él. Menos mal que no supo que era mi hijo, aunque no creo que ella cruel e ignore a Leo por ser mi hijo.
Es un lado de Willa que no conocía y la hace más humana.
Mamá dice que la he juzgado mal y papá opina que ella me agarró en uno de mis días malos y no fui amable con ella, llevándola a ella no serlo conmigo. No obstante, no recuerdo que haya sido así.
Al llegar a casa de mis padres, Leo corre a contarle a su abuela sobre las tarjetas y esta lo ayuda a colocarlas en el árbol para leerlas el día de navidad cuando se abran los regalos.
Me gusta que mi hijo esté sonriendo.
—Hice galletas con chips de chocolate.
—¿Puedo comer?
—Claro que sí. Las hice para ti—lo ayuda a sentarse en la barra de la cocina—. Te serviré chocolate caliente para que acompañes las galletas.
—Gracias, abuela. La señorita Willa te conoce y dice que preparas los mejores mates de la isla.
Mi madre sonríe.
—Sabía que ella te caería bien. Es una joven encantadora. Los niños la adoran.
Me sirvo una taza de café, porque todavía no compré una cafetera nueva, y me siento al lado de mi hijo.
—¿Cómo sabes que los niños la adoran, mamá?
—Porque lo vi el día que Valentina recibió su diploma. Sus alumnos se acercaron a ella a saludarla, a abrazarla y algunos le dieron regalito. Ella se portó amable con todos y se sacó fotos con casi todos. Además, sabía los nombres de todos los niños y sus actividades. Y fue su idea hacer esta escuela de verano para los niños y convenció a la directora que la hiciera por la tarde para que los niños aprovecharan dormir por la mañana y en la tarde sus padres pudieran buscarlos después del trabajo. Fue una excelente idea—suspira—. El próximo año dará clase a los niños de primer grado y la directora de la escuela está encantada con ella. Espero que decida quedarse definitivamente.