—Willa, para, deja de insultarme y de tirarme cosas. ¡No te estaba espiando!
—¿Ah no? Eres un pervertido—exclama tirándome una de sus pantuflas, la cual va a parar a mi rostro—. Cian, haz algo, defiéndeme.
Me cubro la cara para evitar que me golpee con algo más duro. Mi intención es cerrar la puerta, pero es imposible.
—Deberías cambiarte antes de que se te caiga la toalla. —musito procurando no mirarla.
Ella resopla y cierra la puerta en mi cara. Menos mal que di unos pasos atrás o mi nariz habría salido perjudicada.
Exhalo un suspiro y miro a Cian que me observa con los brazos cruzados. No hay enojo en su cara, sino diversión. ¿Acaso aprueba que espíen a su hermana? No estaba espiando, si bien pareció eso.
—Si fueras alguien que no conozco, te hubiera golpeado por espiar a mi hermana, pero Rex te considera un amigo y no te creo un pervertido.
Alzo las manos.
—Te juro que no es así. La puerta de entrada estaba media abierta—la señalo como si ahora lo estuviera—. Entré llamándote porque Rex me pidió que te diera estos papeles—los extiendo hacia él—y fui al cuarto creyendo que podrías estar ahí. Solo entré cuando escuché una exclamación y pensé que había pasado algo. Me olvidé por completo que Willa vive aquí y no pensé que sería su cuarto.
Cian agarra los papeles y asiente.
Claro que recordaba que Willa vive aquí, solo que no reaccioné a tiempo para comprender que podía ser ella, pienso.
—Te creo.
—¿En serio?
Descruza los brazos.
—Sí.
—Gracias. Espero que tu hermana también. —señalo la puerta detrás de mí.
Cian ríe.
—Puede que con ella la tenga más difícil, ya de por sí, tiene un mal concepto de ti. Mientras que Rex me habló bien de ti, ella fue todo lo contrario.
—¿A cuál de los dos le creíste?
—Decidí formarme mi propia opinión. Le di credibilidad a Rex porque es raro que él, con lo desconfiado que es, hable bien de alguien. Suele ver el lado malo de las personas y no los buenos. También dudé porque ya estaba enamorado de Lola sin saberlo y el amor nubla la mente.
—Y yo soy amigo de Lola desde la infancia.
—Y Willa no suele hablar mal de nadie. Ella es de las que se deja llevar por las primeras impresiones; aun así, intenta confiar en las personas. A diferencia de Rex y de mí, ella está dispuesta a abrirse y confiar, aunque lo hace con mucha cautela. Prefiere interactuar con niños.
Lola adora a Willa y ella no es de las que le agrada alguien para agradar a otra persona. No le agradaría Willa solo por ser la hermana de Rex. No es hipócrita.
A mis padres también le agrada Willa y mi padre piensa que yo le di una mala impresión y por eso le desagrado. Incluso a mi hijo le cae bien.
¿Será posible que me esté equivocando con ella? ¿Habré sido grosero al punto que ella me detesta y es irónica conmigo llevándome a serlo con ella?
La puerta de la habitación vuelve a abrirse y asoma Willa completamente vestida.
Es realmente preciosa y lo pienso incluso viéndola vestida con ropa dos tallas más que su talle.
Me gustan sus ojos azules, sobre todo cuando se encienden por la furia y las pequeñas pecas que tiene en su nariz y parte de sus mejillas.
—¿Por qué sigues aquí? Cian, eres un mal hermano por no golpearlo.
El aludido rueda los ojos.
—No te estaba espiando. Vino a traerme unos papeles—le enseña la carpeta—. Y si acostumbraras a cerrar las puertas, él no habría encontrado la puerta de entrada semiabierta y tampoco la de tu habitación—reclama Cian—. Y no digas que no fuiste tú porque todos sabemos que sí. Tú misma dices que yo soy un obsesivo revisando que las puertas y ventanas estén cerradas y Rex es igual.
—Pido disculpas. No planeaba entrar—explico—. Escuché una exclamación y pensé que había pasado algo.
Willa suaviza la mirada.
—¿Te estás disculpando?
—Sí, Willa. Puedo pedir disculpas cuando debo hacerlo.
—Pensé que no conocías el concepto.
—Lo conozco y mis disculpas son sinceras. Fue mi error y lo siento. Te juro por mi hijo que es lo más sagrado que tengo, que no tenía intención de espiarte. Si espiara mujeres deliberadamente, tú no serías de mi interés. Sin ofender, no eres de las que producen pensamientos eróticos a un hombre.
Antes de verla con la tuya, no produciría un pensamiento erótico en mi mente ni soñando y espero que ahora tampoco. Mi cerebro debe borrar lo que vio.
No parece ofendida por decirle que no me resulta atractiva para espiar; todo lo contrario, se ve aliviada.
—Bien, acepto tus disculpas e ignoraré la última frase de que no produzco pensamientos eróticos a los hombres porque estoy segura de que podría producirlos si quisiera.
No se equivoca, pienso.
«No pienses en eso, Tyron, o te meterás en otro problema».