『Capítulo 3』

Saber qué es el tiempo... aún no lo sé. Pero recuerdo que he estado durmiendo en una pequeña casa con diferentes humanos. Entre ellos: la mujer de cabello ondulado, el hombre, dos humanos más... y una mancha negra que aún no logro distinguir. Supongo que soy muy pequeño para saberlo.

Lo que sí recuerdo es una tarde en la que estaba comiendo aquellas pepitas para saciar el hambre. Sabían delicioso. Pero cuando necesitaba ir al baño... olía incómodo. O bueno, las personas hacían expresiones curiosas, y eso me daba un poco de vergüenza.

Fue tanto así que la mujer de cabello ondulado sostenía un rectángulo entre sus manos. Estaba concentrada en él, mientras yo movía mi cabeza de un lado al otro. Ella me observaba... al rectángulo... y de nuevo a mí. Así varias veces, como en una danza de ojos.

—Tenemos que comprarte leche para bebé —dijo de pronto.

La verdad, tampoco entendía qué significaba eso. Parpadeé.

Esa tarde, la humana más pequeña salió a una aventura por la calle. Se fue por un rato... y volvió con un tarro pequeño que sacó de su bolsillo. Era una caja azul con blanco, y tenía la imagen de un gato impresa. La mujer de cabello ondulado lo llevó a la pequeña cocina, donde estuvo un buen rato merodeando entre platos de un lado a otro.

Después, volvió a la mesa donde yo estaba sentado. Puso una toalla rosada sobre la superficie, y me acomodó encima con cuidado. Luego, acercó un tetero pequeño, transparente, que tenía dentro un líquido blanco. ¿Qué era eso?

Sabía demasiado bien. Mis orejitas se movían sin darme tiempo de pausar, por pura felicidad.

—Esta leche es para que crezcas bien —dijo la mujer mientras me miraba con ternura, vigilando que comiera con calma.

Leche. La mujer rizada dijo que se llama leche. Para mí... es "la felicidad" hecha bebida, que llega directo a mi boca de gato. Por eso mis orejas se mueven como el aleteo de una mariposa veloz, y eso... eso me hace sentir feliz.