Winny, el gato feliz

『Capítulo 8』

Cuando crecí y mi cuerpo alcanzó el tamaño de Fity, también descubrí algo más: tenía la fuerza suficiente para saltar a la cama de los humanos sin ayuda. Fue un gran logro para mí, un paso más en mi vida gatuna.

Desde ese momento, comencé a acercarme más —por decisión propia— a la mujer de cabello ondulado.

Yo, un gato sigiloso y criado entre humanos desde mis primeras semanas de vida, tenía una personalidad distinta. Más cariñosa, más curiosa, más cercana. No como Fity, que siempre parecía envuelta en un aire de misterio y silencio.

Recuerdo que un día, mientras bebíamos agua en el bebedero compartido, le pregunté:

— ¿Por qué eres distante? —le dije entre sorbos.
Ella me miró con sus ojos verdes, que reflejaban recuerdos antiguos.

—Porque tuve una historia difícil antes de llegar aquí —respondió—. Prefiero la soledad.

Y no dijo más.
En ese instante entendí algo importante: los gatos, como los humanos, tenemos historias diferentes. A pesar de mis intentos por ser su amigo, por jugar juntos o compartir más que el plato de comida, la convivencia con Fity fue distante. Cada uno, en su rincón del hogar.

Por eso, decidí mostrar al mundo mi esencia alegre.
Soy Winny: un gato feliz, cariñoso, que ronronea con facilidad y se deja acariciar por cualquiera que se acerque con cariño.

Una tarde, mientras la mujer de cabello ondulado dormía la siesta, salté hasta su cama. Me acerqué despacio y ella, al verme, sonrió medio dormida.

—Winny... ¿vienes a acompañarme? —susurró.
Ronroneé y me acomodé junto a su brazo. Ella me abrazó suave, como siempre hacía.

—Eres un gato lindo, amoroso... Te quiero mucho, ¿sabes? —me dijo acariciándome los bigotes—. Para mí, eres como Fity. Te he cuidado desde que eras un bebé y me alegra que estés con nosotros. Mi pequeño Willy.

Me miró con tanta ternura que algo se iluminó en mí.

—Tu mamá biológica te encargó con nosotros. Yo soy tu mamá humana —dijo bajito—. Cuido de ti como a un hijo. Eres mi niño.

La observé con atención.
En ese momento, todos los recuerdos se juntaron: el alimento especial, sus manos creando pañoletas para mí, las visitas al veterinario, su paciencia infinita mientras aprendía a ir al baño. Todo era cierto. Ella también era mi mamá.

— ¡Mamá! ¡También eres mi mamá! —le dije en mi idioma gatuno, con maullidos llenos de emoción.

Me acurruqué más cerca, ronroneando fuerte.
Nos abrazamos, y en ese calor suave y amoroso, nos quedamos dormidos juntos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.