El tiempo pasaba...
Cinco meses, y Mily no subía de peso como lo hice yo en mi época.
La preocupación de mamá —y de la familia entera— crecía en silencio.
Entonces, decidieron llevar a Mily al veterinario para saber qué alimentos podrían ayudarla a nutrirse mejor.
Recuerdo que estuvo fuera unas cuantas horas.
Ella no se ponía nerviosa cuando la llevaban en el morral, más bien iba tímida, en silencio, y siempre volvía igual: con calma, sin hablar de lo que pasaba allá afuera.
A Mily solo le interesaba jugar conmigo.
Pero aquel día, su regreso fue diferente.
Mily volvió como siempre...
pero mamá tenía los ojos llorosos, rojos, su expresión era baja, apagada.
—Mily tiene leucemia felina... y otros diagnósticos —dijo con tristeza—.
Por eso no sube de peso.
Mily no lo entendía.
Yo tampoco.
Solo sabíamos que algo pasaba.
Algo que entristecía a mamá y a todos en casa.
Y aunque mi corazón de gato no comprendía los diagnósticos,
sí sabía que Mily era mi hermana,
y que la quería con la profundidad que solo un hermano puede sentir.
—Disfruta el tiempo con tu hermana, es lo único, Winny —dijo mamá,
después de que algunas lágrimas se escaparan de sus ojos castaños.
Y claro que sí, mamá.
Siempre disfruto del tiempo con Mily.
Con mi compañera de juegos,
mi mejor amiga,
mi hermana.