Winny, el gato feliz

『Capítulo 15』

Extrañamente, el tiempo con mi hermana Mily pasó demasiado pronto.
Tres meses de juegos se fueron volviendo más cortos, más suaves...
porque ella ya no tenía fuerzas para correr como antes.
Mamá volvió a comprar la misma leche tibia que tomábamos cuando éramos pequeños.

Mily comía su alimento especial,
pero lloraba.
Un solo toque la hacía estremecer:
sus huesos dolían.
Era tan frágil... como un diente de león meciéndose contra el viento.

Ya no podía saltar al árbol de juegos.
Tampoco bajar al comedor que compartíamos con Fity.
Verla tan callada, tan débil,
y no poder hacer nada para aliviar su dolor, me llenaba de una tristeza que no sabía cómo nombrar.

Tengo grabada en mi mente la imagen de mamá,
dándole la leche tibia en tetero,
con lágrimas cayéndole por los ojos castaños.
Como cuando me alimentaba a mí,
pero ahora más triste, más silenciosa.

Mily ya no movía sus orejas como si fueran mariposas,
como yo lo hacía para hacerla reír.
Solo me miraba a lo lejos,
con tristeza,
maullando bajito por el dolor que le causaba hasta el aire.

—Hermana... ¿cómo te ayudo? —le preguntaba— ¿Cómo siento tu dolor?
¿Cuántos platos debo cambiar para que te sientas mejor? ¿Dónde está la cura?

Ella, con su voz cada vez más bajita, respondía:
—Siento cansancio, Winy...
trato de tener fuerzas, pero no puedo.
Por favor, solo tomemos siestas.
Eso es lo único que quiero.

Así cambiamos la rutina.
Ya no había juegos, ni carreras,
solo siestas cerca de la ventana,
con el sol acariciándonos el pelaje.
Mamá la ayudaba a llegar hasta mí,
y así pasábamos horas juntos, en silencio, sintiendo el calor del amor.

Una tarde, después de darme un baño con su lengua suave,
Mily me miró con sus ojos verdes, cansados, hermosos.

—Winy... creo que pronto tomaré una siesta más larga. Pero las más lindas siempre han sido a tu lado.

El querer no se borra por la distancia,
ni por el tiempo.
El querer, simplemente... permanece.

Yo le respondí:

—Te quiero en cualquier distancia.
Y espero que ninguna sea tan grande
como para no tomar una siesta juntos otra vez.

Después de eso, compartimos más siestas.
Dormíamos en el cuarto de la chica lectora,
porque Mily así lo quiso.
Incluso una tarde,
Mily se acercó a Fity y le dio un pequeño baño,
un beso en la mejilla.
Y Fity... no se alejó.
Se dejó acariciar.

¿Era el inicio de nuestra amistad de grupo?
¿Podríamos jugar los tres juntos, algún día?
¿Fity tomaría baños de sol con nosotros?

No lo sé.

Lo que sí sé es que Mily me recordaba su cariño,
una y otra vez.

—Te quiero, Winy.
Eres mi hermano.
Y mi querer no se borrará,
aunque estemos lejos.

Ese día me dio su último baño.
Todas mis preguntas
se quedaron sin respuestas.
Solo hubo silencios.

Y una mañana,
Mily cerró sus ojos verdes.
Pensé que dormía otra siesta sin mí.
La llamé:
—Mily... hermanita... pepitas Mily...
Nada.
Silencio.

No abrió sus ojos.
No me bañó.

Mamá la vistió con un moño rosado.
Dijo que era para que estuviera linda.
Y luego... se la llevó.
Fuera de casa.

Yo esperé.
La esperé día y noche.
Tardes enteras.
Aún la espero.

Seguramente está recibiendo medicamentos
en algún lugar lejano.
Por eso, quizá,
todavía no ha regresado
al lugar donde tomábamos nuestras siestas.




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