Entre mis aventuras gatunas, mamá hizo un moño para mí, de color verde menta. Yo andaba caminando por la casa con él puesto, cuando vi por la noche que la puerta del cuarto de la chica —donde vivía con Fity— estaba entreabierta, así que entré.
La chica estaba concentrada, poniendo unas telas sobre otras, con libros encima de ellas, y moviendo el celular de un lado al otro. Salté hacia la cama, donde tenía todo acomodado. Ella me miró alegre al ver el moño.
Rápidamente cerró la puerta, acercó una mesa pequeña de madera que colocó contra la entrada, apiló libros uno sobre otro —creo que eran cinco en total— y me puso con cuidado encima de ellos.
— ¿Me regalas una foto para mí? —dijo tomando su cámara pequeña.
Miré hacia la cámara y posé con alegría gatuna y mi moño verde menta. Fue un momento feliz.
Tras unas cuantas fotos, la chica me dio premios: galletas de colores, como agradecimiento por dejarme fotografiar. Mientras acomodaba libros en un estante de madera clara, me habló de ellos y de sus preocupaciones escolares.
La acompañé a ella y a Fity en el cuarto un rato más. Disfruté las fotografías, y el simple hecho de pasar tiempo con ellas. En esos pequeños momentos, sentí felicidad... como un gato alegre que disfruta cada paso que da en el mundo.