Se cuenta que existieron cinco flamas, o unas más, o unas menos, pero las primeras en ser recordadas fueron Naraken, Éngorl, Vrengwirth, Frálcuz y Vorltrojl, último quien fuese el más longevo, tenido por el sabio y honesto, aquel a quien honrar como líder. Tras la guerra los amigos volaron a través de tiempos incontables, siempre en espera de topar un sitio al cual llamar hogar.
Los cinco arribaron a un magnífico espiral, donde recorrieron de fruto en fruto, con la esperanza de encontrar uno ideal. Tras muchos eones advirtieron la presencia de un distante fulgor, tenue y solitario; supieron que era un fruto y se acercaron a aquel, ignorando tras de sí a otras frutas bellamente coloridas, entonces se percataron de que ese no era común, porque había fermentado. Se oían melodías armónicas, se respiraban miles de fragancias, todo ello hecho por finas esculturas andantes: los Seres Mortales.
Aquel refugio perdido en la inmensidad del Cósmos fue nombrado Xénrroel, el Huerto Eterno, porque embelesados, a los Errantes les pareció que la vida y maravillas de aquella partícula serían por siempre. Allí se erguían gigantéscos monumentos: Montañas, volcanes, océanos, lagos, cañones, junto a muchísimas cosas más, y las Flamas desearon asentarse en uno de aquellos lugares. Escogieron para sí un sitio frío en medio de las aguas, la corona de aquel mundo, colmada de montañas y bosques; las faldas de cada monte se alzaban con un portentoso resplandecer olivo, los picos resaltaban helados y rodeados por nubes, negras y grises. Aquella provincia fue conocida desde entonces como Cáligor, La Corona, y en los días que siguieron arribaron más flamas sapientes, que en las estrellas perseguían donde habitar con dicha.
En Cáligor, las Flamas gustaron de cantar y ser inquietas. Volaban sobre las nubes y se sumergían dentro de las olas, cuyo coro estruendoso les era agradable. Porque todo espectáculo que ocurría en Xénrroel resultó embriagador para los luminosos, que una vez contemplaban no podían retirar la atención de los atardeceres, la ida y venida de las estrellas, la Luna y el Sol. Mas no permanecieron encerrados en las bellas estancias, pues gustaban de recorrer los lugares aledaños de alrededor.
No había sitio donde faltara la presencia de los Mortales, que les parecieron extraños y a la vez magnos, desde el diminuto hongo hasta el animal más colosal. Dichos seres fueron el misterio más difícil de resolver, a la vez que el más hermoso de todos, por lo que los Sapientes pasaban largo tiempo contemplando y en meditación, entonces descubrieron un nuevo poder: Al enfocar su imaginación en los entes de su interés, fueron capaces de trasmutar y tomar formas afines; así, con el paso de los milenios, el ensayo y error, perfeccionaron sus técnicas, y adquirieron formas más fidedignas.
De las cinco flamas fundadoras Vrengwirth quedó encantado por las magnas obras del agua, por lo que siempre tomó formas de peces, moluscos y crustáceos, entre los que vivió. Frálcuz amó a los árboles, a toda bestia y hongo que los habitaba; su hogar fue en las copas de los bosques, y sus hermanos las bestias. Naraken exploraba las cumbres más distantes, y los cañones y cuevas más profundas; su pasión era observar las formas, colores y cualidades de las piedras y tierras, en su ciclo sin fin de roca a polvo. Vorltrojl se contentaba con la vigía del hogar, el garantizar la seguridad de los suyos y resguardar las historias e identidad. Y Éngorl se sentía a gusto aprendiendo de todos sus hermanos, no se consideraba experto en ninguna cosa, tan sólo decía ser aficionado a aprender cosas nuevas.
Ahora bien, existía una casta particular de animales, que con mucha modestia semejaban a entes reptiloides. Grandes y pequeños, cazadores y presas, nada fuera de lo ordinario, mas destacaban entre otros dotes por relucir con abrigos peculiares, como de filamentos delgadísimos unos, otros cual vainas efervescentes. Andaban a dos patas, muchos se alzaban en fortísimo vuelo, y casi todos eran cazadores de astuta garra y brutal colmillo. Se los conoció como Naq, los Emplumados, que fueron tenidos entre las bestias más curiosas e imponentes de Xénrroel.
De las Luces Sapientes, aquel a quien llaman Éngorl se tornó el más versado en lo que respectaba a los Naq, porque pasó al lado de cada casta, co-existiendo entre ellos u observándoles sin que lo advirtieran; supo y entendió de cada estirpe sus hábitos de caza o forraje, sus sociedades, placeres que disfrutaban y mucho más. Y ante la paciente marcha de las estrellas, la Luna y el Sol, aquel Fulgor observó cómo era que muchísimos linajes cambiaban junto con sus tierras, ante el ir y venir de las generaciones. Las Flamas advirtieron hace mucho que Xénrroel no es un mundo estático, porque edad tras edad trasmuta hacia nuevas obras, tanto o más gloriosas. Así fue que Éngorl, tras reflexionar acerca de la belleza y arcanos Plumíferos, fue el primero que presenció una naturaleza cambiante en las maravillosas ánimas de Xénrroel.