Al regresar a su escritorio, no había no rastro de Brett, así que por un momento Jessica pensó que no había sido descubierta escapándose, pero luego se fijó en los folios sobre la mesa y ese momento pasó. Evidentemente Brett no estaba por ningún lado, pero le había dejado trabajo suficiente para tres meses. ¿De dónde diablos sacaba tantas cosas?
Se sentó y comenzó a trabajar sin continuar haciéndose preguntas que no valía la pena contestar. Se concentró en toda aquella basura sin sentido que Brett le había dejado sobre su mesa de trabajo y rápidamente fue absorbida por el quehacer.
Estaba tan concentrada en lo que hacía, que no se dio cuenta de que Brett había llegado. No sintió ese extraño estremecimiento que experimentaba cuando ambos se encontraban en la misma habitación hasta que no lo sintió golpear contra la mesa con la punta de los dedos. Levantó la cabeza y se encontró con sus ojos azules fijos en ella.
–¿Si? –Preguntó un poco aturdida.
–Necesito hablarte. ven a mi oficina. –dijo.
Bien. Nada de "por favor", nada de "cuando puedas". No sería Brett si fuera cortés, él sólo se dio la vuelta y fue hacia la oficina dejando la puerta abierta, tal vez porque se imaginaba lo mucho que Jessica odiaba cuando lo hacía.
Su escritorio estaba estratégicamente situado frente a la puerta de la oficina de Brett, lo que quería decir que si él dejaba las puertas abiertas ambos quedaban frente a frente. Claro que eso no solía suceder porque Brett Henderson era un ermitaño que adoraba encerrarse en la soledad de su oficina y fingir que el mundo no existía.
Se levantó de su cómodo asiento dispuesta a averiguar qué era lo que quería. Tal vez su única intención era joderle la vida un poco más, quizás poniéndole más trabajo.
–Cierra la puerta. –pidió cuando la vio entrar.
Con pasos lentos, ella se acercó hasta uno de los sillones que estaban frente a él, pero se quedó de pie. Se preguntaba qué quería Brett con ella, por lo general solía ser muy directo. Decía lo que tenía que decir y daba la conversación por terminada.
Fijó sus ojos en ella y se cruzó de brazos antes de iniciar.
–¿Hiciste la cita médica? –Preguntó.
Siempre al grano. Nada de "¿Cómo te sientes?" "¿Va todo bien?" Alguien tenía que mostrarle a Brett palabras de cortesía. ¿No le enseñaban eso en el jardín de niños?
–No. La verdad es que lo olvidé. –admitió.
Los ojos de Brett se quedaron fijos en los suyos y... ¡Vaya! No recordaba ningún momento en casi cinco meses en el que ella y Brett tuvieran contado visual por tanto tiempo, o tantas veces en un solo día. Ella no solía mirarlo a los ojos, pero de un momento a otro eso había cambiado y ella ni siquiera podía recordar cómo había sucedido. De un día para otro había empezado a gustarle mirarlo.
–Eres bastante irresponsable. ¿Sabías eso?
–He estado ocupada. –se excusó.
–Ocupada dejando tu puesto de trabajo en horas laborales para irte a chacharear por ahí con Sandra Wilmore. –replicó Brett sin expresión alguna en el rostro.
–Yo...
–Ve a hacer esa llamada, Jessica. –ordenó. –Y quiero que me informes luego.
Sus ojos lo miraban. Su cerebro le decía que debía irse ya, sin embargo, estaba perdida recordando a Miranda aquella mañana, preguntándose qué tipo de conversaciones tendría. ¿Cómo sería su relación? Dios, no quería pensar en Brett y Miranda. En serio quería que estuvieran juntos, pero al mismo tiempo algo en su interior tiraba en otra dirección.
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A las seis de la tarde por fin había logrado terminar todo lo que tenía pendiente. Incluso había logrado conseguir una cita con una tal Doctora Rodes para el jueves a las 3:45 P.M. Esperaba tener más tiempo para prepararse, pero no iba a poder ser. Se repetía que el jueves estaría bien. Estaría perfecto el jueves.
Era el momento de dejar de darle largas a algo que inevitablemente tendría que hacer más temprano que tarde.
Antes de subir a su auto, cruzó a la cafetería y se compró un chocolate como el que había tomado en la mañana con Sandra. Al parecer había encontrado una nueva adicción.
Jessica sabía que tenía todo el día tratando de alargar la hora de llegar a su casa porque últimamente no le apetecía ni un poco estar allí, así que comenzó a andar sin rumbo por las calles. Sabía que lo que estaba haciendo carecía de absoluto sentido porque, al fin y al cabo, tendría que llegar a casa en algún momento y, porque en su interior sabía que en su casa nadie le había hecho nada para que mantuviera esa actitud de niña malcriada pero estaba en un momento de su loca vida en el que sentía que cualquier cosa era un ataque.
¡Malditas hormonas!
Condujo y condujo hasta dar de frente con un parque. Estacionó y se quedó unos minutos dentro del auto viendo el tiempo pasar mientras terminaba de tomarse su chocolate. Estaba anocheciendo y obviamente aquel lugar no era muy seguro. Había visto pasar a dos personas en quince minutos, pero, aunque su cerebro le decía que no era una idea inteligente ella se bajó del auto y puso la voz de su cerebro en mute.