La única parte buena de que Brett la acompañara al médico fue que, a la salida, intentando que ella olvidara su traumática experiencia, él le había comprado un enorme helado de caramelo y, por lo menos mientras lo comía, olvidó los últimos treinta minutos.
Caminaban uno junto al otro rumbo a la plaza en la que Brett había aparcado el auto, pero ninguno de los dos hablaba. Jess agradecía que el helado no le permitiera hablar. ¡Mágico helado! Le daba una excusa perfecta, estaba delicioso y no le había costado ni un centavo.
Cuando llegaron hasta el extremadamente lujoso auto de Brett, él se adelantó y abrió la puerta del copiloto para ella, y ¡Vaya, si había sido la primera cosa cortés que había hecho por ella en cinco meses! Estaba sorprendida. Le sonrió sin mostrar los dientes y entró al auto.
Brett condujo en silencio durante los 20 minutos que duró el viaje, a ella no le molestó, estaba acostumbrada a él en plan uraño todo el tiempo. Miró por la ventana y terminó con su helado de caramelo. Unos minutos después, Brett detuvo el auto frente a su casa.
Jessica pensó en lo frecuente que se había hecho en aquellos días que Brett la llevara hasta su casa, tal vez debería andarse con cuidado porque su madre estaba invirtiendo todo su tiempo libre -que era bastante- en hacer suposiciones románticas sobre ellos. Obvio que eventualmente iba a contarle la verdad, pero en el presente no se sentía preparada para ello.
Agradeció a Brett por haberla llevado a casa, también por haberla recogido y abrió la puerta del auto para salir, él la detuvo, cuando se giró hacia él estaba extendiéndose un sobre, Jessica lo reconoció al instante: era uno de los sobres donde estaban las imágenes de la ecografía. La doctora había tenido la amabilidad de entregarle dos copias, como si por alguna razón hubiera notado su renuencia a compartir más allá de lo que la vida los obligaba.
Terminó de salir del auto y metió el sobre doblado en su bolsillo trasero. Al entrar en su casa encontró a su madre en la cocina. Afortunadamente no estaba en la sala o habría visto a Brett y eso habría dado paso a un interrogatorio.
–Jessy, linda. ¿No fuiste al trabajo? –Preguntó observando su ropa, que consistía en jeans, zapatos planos y una simple camiseta verde.
–No. – era todo lo que estaba dispuesta a responder.
Su madre esperó por unos segundos para ver si ahondaba en su respuesta, pero Jess simplemente la ignoró, hasta que ella volvió a preguntar.
–¿Por qué?
–Pedí un permiso para faltar. –contestó sirviéndose un vaso de agua.
–¿Por qué? – repitió su madre.
–Porque tenía algo importante que hacer, mamá. – suspiró, intentando fervientemente no perder la paciencia frente a toda aquella preguntadera. –No preguntes qué. –Añadió.
–Bien. No lo haré.
Jessica asintió, saliendo rumbo a su habitación. Por lo menos no corría el riesgo de encontrarse con Jason o su padre, ambos estaban en el trabajo porque, aunque pareciera que la única función de su hermano era sacarla de quicio, tenía un empleo. Ella se preguntaba cuanto tiempo pasaría hasta que encontrara una pobre ingenua que se lo llevara muy lejos, o hasta que el comprendiera que tener 25 y vivir con sus padres no era sexy. Esperaba que no mucho, todos necesitaban un descanso de Jason allí. Y por todos se refería a ella.
Tan pronto entró en la habitación se lanzó sobre su cama y se quedó mirando al techo. Todavía no había olvidado la forma siniestra y sádica en la que la doctora Rodes la había torturado unas horas antes, pero tampoco olvidaba la actitud de Brett. Hasta cierto punto, él parecía más emocionado que ella respecto a todo aquello, había sido lindo verlo sonreír mientras veía la imagen en la pantalla y, ¿Para qué mentir? Había sido lindo sentirlo rozar su mano, como si estuviera dejándole saber sin palabras que estaba allí, junto a ella, más que físicamente.
Miró la hora en su reloj, eran las seis de la tarde. En la última semana había hecho una costumbre ir al parque y caminar por un rato. Era relajante, la ayudaba a pensar y era un modo de escape económico ahora que ahorrar era una de sus mayores prioridades.
Se levantó de la cama y se cambió los zapatos por unos más cómodos y tomó solo sus llaves.
Tal vez no encontraba en aquel parque la respuesta a sus problemas, pero por lo menos encontraba un poco de paz tranquilidad.
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Como no había asistido al trabajo el día anterior, el viernes tuvo que ponerse al día con las cosas pendientes. Brett no la había molestado ni un poco. De hecho, llamó a las diez de la mañana para decirle que no iría a trabajar. A ella solían gustarle los días en los que Brett no estaba allí para fastidiarla, pero ese día se sorprendió extrañándolo.
El día pasó lento y se aburrió como nunca. Pero por lo menos pudo irse a casa temprano dado que Brett no estaba allí para hacerla cumplir el horario.