Y ahora ¿qué hago? #1

40*** Señorita Silicona.

Aquella pregunta llevaba toda la semana en su cabeza. Había esperado que mágicamente apareciera un momento indicado para hacerla, pero era evidente que ese momento no existía así que cuando ya no pudo contenerse más solo la soltó.

Durante los días que había estado pensando en ello había creado varias hipótesis, o más bien una hipótesis ramificada. Según su análisis, Beatrice debía ser algún familiar o amigo muy cercano; una prima, una tía, incluso una hermana que evidentemente había muerto. Aunque podía estar desaparecida o secuestrada o perdida en cualquier lugar en el mundo. El punto era que había algo en el rostro de Erin Henderson al decir esas palabras que se había quedado dando vueltas en su cabeza, tenía mucha curiosidad por saber quién era esa Beatrice y por qué le hubiera gustado ver el hombre en que Brett se había convertido.

Naturalmente se había preparado para el hecho de que Brett se sintiera algo incómodo al contestar en el caso de que su hipótesis fuera cierta, pero no había previsto aquella tensión, lo cual de manera indirecta provocaba más curiosidad en ella.

—Si te contesto esa pregunta no se va a quedar en una sola —señaló—. Esa respuesta llevará a otra pregunta y esa a otra y a otra...

—¿Si sabes que me siento más intrigada si dices cosas como esa?

—Lo sé. —Admitió— Igual no importa que tan intrigada estés, es algo de lo que debemos de hablar, de todas formas.

Jessica pensó que, aunque dijera aquello no lucía muy entusiasmado con la idea de hablarle sobre el tema, fuera lo que fuera.

Él la miró a los ojos un momento, parecía como si estuviera librando una batalla en su interior. Como si buscara las palabras correctas y por unos segundos Jess temió que fuera peor de lo que ella pudiera soportar, como una prima a la que Brett había asesinado por accidente mientras jugaban a las escondidas o algo así. Él respiró profundo antes de hablar.

—Era mi madre —dijo entre dientes en un tono tan bajo que por algunos momentos Jess pensó que había escuchado mal.

—¿Perdón? ¿Qué dijiste?

—Era mi madre, Beatrice— repitió.

—Pero tu madre...

—¿Ya entiendes lo que te dije de una pregunta tras otra?

—Bueno, es que es bastante confuso —se quejó. ¿Su madre? ¡¿Su madre?! ¿Y quién era entonces Erin Henderson? —Yo pensé que sería una hermana o cualquier otro familiar, pero no tu madre, sobre todo porque ya tienes una.

—Eran hermanas... Quiero decir, Beatrice era la hermana de mi madre.

A Jessica no le pasó por alto el hecho de que llamó mamá a la equivocada. Pero el poco sentido común que tenía le dijo que quizá no era el momento adecuado para corregirlo y por primera vez en casi 19 años, decidió seguirlo.

—¿Puedes... Quieres contarme que pasó con ella? — preguntó cautelosa.

—Murió cuando yo tenía seis años —dijo —Iba en un avión rumbo a Turquía y algo falló y calló en medio del pacífico.

—¡Oh! Lo siento. Debió ser horrible— exclamó consternada.

—No tanto como imaginas, no nos veíamos con frecuencia. Era una artista —Dijo con desdén— Prácticamente nunca fuimos madre e hijo.

—¿Y tu padre? ¿También estaba en la nave?

—Solo Dios sabe dónde está mi padre quien quiera que sea. Ella nunca lo supo, así que yo tampoco me enteré —Hizo una mueca—. Según las historias de mi madre era la pequeña rebelde de la familia, no era su culpa no poder sentir amor hacia algo no fuera un violín así que me pasé los primeros seis años de mi vida con la abuela mientras ella daba vueltas por el mundo. Cuando murió, mi madre, Erin, hizo los trámites para la adopción.

»Ella se empeña en contarme cosas bonitas y divertidas de su hermana y yo finjo que le creo, pero en mi interior sé que lo único que le debo a Beatrice Stewart es la vida. Dos veces.

Jess notó el profundo rencor que se identificaba en su voz. No pudo evitar sentir tristeza y ternura por el pequeño Brett que se había quedado sin madre. Se juró a sí misma y a su bebé que, aunque posiblemente no sería la mejor madre del mundo siempre estaría con él y para él.

Luego recordó las últimas palabras de Brett y sintió curiosidad.

—¿Dos veces? ¿Por qué dos veces?

—El día en que murió, le rogué que me llevara con ella; lloré, pataleé y me abracé a sus pies, pero nada de eso fue suficiente para convencerla porque "Iba a trabajar, no a Disneylandia y no podía ocuparse de un niño llorón que querría estar pegado a sus faldas." Así que supongo que su egoísmo me salvó la vida.

—Yo... no sé qué decir. Tal vez no debí preguntarte.

—No tienes que decir nada, no importa. —Le cortó con una media sonrisa que a leguas Jess podía identificar como falsa— Alguna vez tendrías que enterarte. Ahora, si me lo permites, volveré a ver esta película y tú vas a verla conmigo con una sonrisa en los labios.



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En el texto hay: adolescente, jefa y empleado, embarazo

Editado: 02.05.2019

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