Colton
Colton suspiró hondo, llevando la mano a su cabeza peinando su cabello con desespero para calmarse. Después respiró hondo, recordando las aburridas clases de yoga a las que lo envió su terapeuta personal, para que aprendiera a equilibrar su vida y sus obligaciones.
«Como si lo necesitara», se dijo, pero no pudo evadirlo la última vez que tuvo una crisis de estrés que lo llevó hasta la hospitalización por: dedicarse demasiado al trabajo durante dos días. Terminó lamentándolo, pero porque para él el tiempo era dinero y al estar encerrado allí no pudo ponerle un dedo a su teléfono.
Tocaron la puerta, espantándolo. Tuvo que serenarse y levantar la cabeza para dar la orden de entrada a su secretaria, porque era obvio que la persona a la que estaba esperando de mala gana —y que pensaba que solo venía a quitarle su valioso tiempo— había llegado.
―Señor, su madre está aquí ―anunció Marcie, su eficiente y coqueta secretaria, con una ensayada sonrisa profesional.
Colton no perdió de vista la expresión cautelosa de su queridísima madre, que los miraba de hito en hito mientras hacía su entrada.
―¿Nos dejas a solas? Ya te puedes largar a atender tus obligaciones.
Las agrestes palabras de la madre de Colton hacia su risueña secretaria lo hicieron reír por lo bajo, mientras esta lo hacía con nerviosismo con el hilarante sentido del humor que tenía su madre, a la cual le encantada decir sus pensamientos en voz alta.
Su secretaria se apresuró en cumplir su deseo, pero él se aclaró la garganta, haciendo que esta se detuviera y lo mirara.
―No me pases ninguna llamada en la siguiente media hora ―dio la orden a la mujer quien le asintió sin demora.
―¿Solo tienes media hora para tu madre? ―lo inquirió su progenitora con enojo recalcitrante.
«Respira hondo», se dijo.
―Solo vete y que no nos molesten hasta que lo diga. ―La secretaria obedeció, cerrando la puerta y dejándolos a los dos enfrentándose con las miradas―. Toma asiento, mamá, no quiero que te duelan las rodillas por estar de pie.
Ella lo miró frunciendo el ceño.
―Cada vez te pareces más a tu padre, solo falta que termines en un lujoso ataúd como él.
―Por Dios, mamá ―bufó por su afilada ocurrencia―. ¿Es eso lo que me viniste a decir? ―preguntó poniendo todo su buen humor mientras husmeaba su reloj para calcular el tiempo.
―En parte, es bueno recordarte los malos finales que tienen ciertas personas egoístas ―adujo la mujer.
―Bueno, este egoísta está por cerrar un nuevo contrato millonario que triplicará nuestro patrimonio ―alardeó.
―Bravo, y qué bueno que tengas dinero de sobra para esconder bajo la alfombra ciertos escándalos.
Colton juntó sus cejas lanzando un chasquido de lengua ante la insinuación de su madre. Había pensado que tenía los años suficientes para considerarse un adulto independiente, pero que ella estuviera viva era un recordatorio de que seguía siendo un hijo de su madre. Tampoco era que la quisiera muerta; la quería, y después de la muerte de su padre, ellos eran la única familia del otro. Por lo menos, en la que se podía confiar.
―No tengo nada que esconder.
―¿Seguro, hijo mío? ―cuestionó la adusta mujer, llena de tantos años como de canas que no se molestaba en esconder―. Me ha llegado un mensaje que parece dejarte como un mentiroso ―añadió, mostrándole la pantalla de su teléfono con una foto de él, rodeado de mujeres.
Rio para sus adentros recordando la razón de esa extravagante celebración. Su anterior negocio exitoso y para el que se le ocurrió pedirle a su asistente que le preparara la mejor celebración de su vida, y que él determinó que eso solo se lograba estando rodeado de bellas mujeres
―¿Y eso qué? ¿Acaso no puedo divertirme como cualquier mortal? Además, solo eran invitadas.
―Claro que puedes, pero no de esta forma cuando tienes que mantener en alto la buena reputación que te heredó tu padre, a quien no puedo reprocharle que fue un buen esposo y padre de hogar.
―Mamá, no vas a venirme con lo mismo, ¿verdad?
―¡Por supuesto! ―manifestó―. Si fueras más meticuloso, así como lo eres con tus negocios, no estarías en el foco de cada revista amarillista despotricando de tus romances de tres horas. Por eso es necesario que empieces a convertirte en un hombre de familia como lo fue tu padre.
―No me vengas con eso de nuevo ―farfulló Colton, porque sus visitas siempre tenían ese mismo objetivo.
Quería decirle que su tiempo se había acabado, como solía decirles a las rubias con las que salía solo por una noche y le rogaban otra más. Pero solo se limitó a sonreírle porque se dio cuenta de que le había alzado la voz, y al ver la expresión lastimera y herida de su madre, respiró profundo por enésima vez y decidió que tal vez debería lanzarle una mentirilla para que dejara de molestarlo por un buen tiempo. Conocía el resultado de todo esto: insistirle para que saliera con la mujer que ya le tenía escogida.
―Ya veo que tienes en poco a tu madre, y así como vas, moriré sin ver un nieto, o peor aún, morirás solo y todo lo que trabajaron tu padre y tú irá a parar a las manos del avaricioso de tu tío Calvin, aunque por mi parte preferiría donarlo todo a la caridad.