Y llegaste tú

En busca de la solución del problema

Sophie

―Vamos, Soph, ¿por qué te detienes? ―Josiah la apremió al ver que ella se detenía para revisar la pantalla de su teléfono.

Ese mismo que había dejado caer y se había hecho añicos contra el piso cuando le dio la noticia de su embarazo positivo. Después de eso se había puesto a llorar, arrodillándose para recoger su magullado aparato y las piezas dispersas. Al final, se había cortado los dedos con los salientes filos de la pantalla rota.

Cuando Josh llegó tarde en la noche y todavía enojado, ella lo esperaba con mucha zozobra y los dedos llenos de tiritas para cubrir las heridas. Sin embargo, él solo se dirigió a la habitación, después de decirle que tendrían que "resolver ese asunto pronto".

En parte, esa resolución la enojó, porque muy dentro de sí había esperado que hablaran del tema como adultos y después llegaran a esa conclusión. Eso era algo que ella tenía claro. De lo que no estaba segura era si estuviera dispuesta a tomar esa decisión. Después de todo, no era tan difícil interrumpir un embarazo no deseado. Ni siquiera ella sabía si lo deseaba, pero tampoco lo contrario. Sus entrañas se removían con fuerza de solo meditar en la idea.

Durante los siguientes días, la situación siguió igual. Josh se iba temprano a su club y regresaba tarde para quedarse dormido en el sofá de la sala. Era su manera de recriminarle su error, del que al final terminó culpándola, pero ella no se quejó, admitiendo para sí misma que él tenía razón. Además, él había sido muy enfático en que todo volvería a la normalidad entre ellos cuando se deshicieran del "problema".

Sophie lo miró, volviendo a su realidad y arrugando el ceño. En el fondo, todavía se preguntaba si él, en algún momento después de darle la noticia, pensó en cuál era su posición al respecto. Hasta ese entonces no se lo había preguntado, ni siquiera insinuado, porque solo le había estado recalcando que ella podría arruinar su futuro si eso llegaba a oídos de su entrenador, quien le había advertido que su contrato estipulaba que no admitirían ninguna clase de escándalos. Era sábado y era el día que él había programado la visita al ginecólogo. Iban de camino a su consultorio.

―Ya voy, solo estoy tratando de ver mis mensajes ―dijo, enfurruñada, cuando él volvió hacia ella, le quitó el teléfono de la mano y lo tiró a una de las canecas de basura, estremeciéndola.

―¿Qué haces? ―chilló, yendo a sacarlo con rapidez haciéndole resoplar, y sin importarle meter sus manos allí con tal de recuperarlo.

―Déjalo allí. Solo intento que no perdamos el tiempo, además, si terminamos pronto con esto, te prometo que te compro uno mejor.

―Pero este lo compré con mi dinero ―adujo limpiándolo con la manga de su grueso saco de lana.

―Y ya no sirve.

―No necesito otro, quiero repararlo ―masculló, haciendo que él la mirara con exasperación.

―Como quieras ―gruñó él, agarrándola de la muñeca y arrastrándola―. He pagado una fortuna para esto, así que no perdamos el tiempo ―añadió él, casi que arrastrándola hacia la entrada de la clínica donde se verían con el ginecólogo para hacer la evaluación y determinar el procedimiento.

Sophie ya sabía cuál era, porque luego de que él le diera ese ultimátum, investigó en su casi inservible teléfono lo que le esperaba. De todo lo que averiguó, lo que más la aterraba era la carga psicológica que esto le traería a su vida, porque era claro que después de ello iba a necesitar de su apoyo y ayuda psicológica, pero Josiah parecía no pensar en ello ni en ella, por lo menos no de momento.

Suspiró con fuerza y trató de serenarse hasta que llegaron a la recepción. Él se encargó de hablar con la señorita sentada detrás del mostrador, y ella fue a sentarse en uno de los sofás de la sala de espera mientras conversaba de muy buen humor con la muchacha. Sophie meditó que tal vez tenía su edad o un poco más y le molestó lo risueña y colaboradora que se mostraba con él.

Estaba pensando en ello cuando escuchó que hablaban a su lado por teléfono, renegando con alguien en la otra línea, porque la persona que esperaba no había llegado. Se volteó para ver a un hombre vestido con un traje ejecutivo de color gris plomo, muy elegante, de cabello negro corto, pero algo desordenado, y que tal vez era por la manía que tenía de pasarse la mano por la cabeza.

Ella se volteó al otro lado cuando este se puso de pie, dejando ver lo alto que era y atrayendo la atención de todas las mujeres en la sala. No fue extraño para ella que alguien como él estuviera allí, puesto que era una clínica bastante costosa. Josiah se había encargado de recalcárselo en cada momento. Justo en ese instante, su novio volvió, sonriendo de oreja a oreja.

―Ya nos llaman ―le dijo, sentándose a su lado y tomándole las manos.

Entonces, una idea que podía solucionar todo ese problema vino a su cabeza. La había estado meditando de forma lejana. Muchas veces quiso decírselo, pero se había contenido, esperando que se le pasara el mal humor. No obstante, eso parece que solo se acabaría cuando el asunto estuviera arreglado.

―¿Por qué no nos casamos? ―le preguntó, dejándolo espantado, mirándola estático por un momento hasta que se sacudió.

―¡Qué tonterías, Soph!

―Piénsalo, si lo hacemos, esto no tendría por qué convertirse en un problema o un escándalo para ti.




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