Y llegaste tú

Una búsqueda desesperada

Sophie

―¿Tiene arreglo? ―preguntó Sophie, esperanzada, al técnico al que le había encomendado la reparación de su teléfono.

A pesar de las quejas de Josiah para que lo tirara a la basura, Sophie sentía que si le hacía caso estaría aceptando todo lo que él le ordenaba, y eso degradaría su opinión. Era algo en lo que había estado pensando desde que fueron al consultorio. Todavía todas esas palabras que escuchó le retumbaban en la cabeza. En el fondo, quería pensar que todo lo que el doctor le había dicho era malo, sin embargo, no fue así. El doctor Foster era un ginecólogo bastante reputado y le habló con una suave franqueza sobre lo que implicaba el procedimiento. Lo hizo ver como si solo necesitara tomarse una pastilla para quitarse el dolor o las náuseas que había empezado a sentir cuando fue consciente de ello.

Su cálculo había fallado. Tenía trece semanas de embarazo, y solo hasta que se le ocurrió hacerse la prueba lo había descubierto. Antes de eso, su único síntoma era la falta de su periodo, y la sugerencia se la había hecho su compañera del café en el que trabajaba por las tardes.

―Señorita, es un equipo resistente, sin embargo, hay que cambiar la pantalla.

―Sí, está bien, ¿puede decirme cuánto me va a costar?

―Reparar la pantalla para este modelo le saldrá en trescientos dólares ―respondió el hombre.

Sophie tragó saliva con el valor que tenía que pagar. Aunque no era una cifra elevadísima, sí lo era para su economía. Pese a vivir con Josiah, ellos compartían gastos. Lo hacían así desde que decidieron vivir en un piso juntos para que ambos mantuvieran su independencia económica. Sin embargo, los gastos se repartían a partes iguales, de allí que tuviera un empleo de medio tiempo para subsanar los suyos.

Ella habría querido entrar a la universidad, pero el gasto le resultaba demasiado alto y sus padres le habían dado la espalda cuando decidió aceptar la proposición de Josiah, que no solo implicaba vivir juntos, sino mudarse de ciudad. Ambos provenían de un pueblo rural de Baja California y se habían trasladado a Nueva York, de donde era el equipo que había contratado a su novio. Meditó en lo que significaba gastar parte de sus ahorros destinados a los gastos del mes en arreglar la pantalla. Luego, pensó en la posibilidad de decirle a Josiah que por ese mes se hiciera cargo de todos los gastos hasta que pudiera reponérselos, pero recordó que él le había dicho que la costosa cita que le había sacado la pagó con lo que le quedaba del adelanto que le hicieron al firmar el contrato, por lo que no podía pedirle más dinero.

Lo cierto era que, hasta ese momento, él le había dicho que no estaba recibiendo dinero hasta que demostrara sus dotes de jugador en su debut. Por lo que actualmente se hallaba preparándose para ello. Sophie nunca le preguntó si era cierto o no, porque cumplía con su parte y confiaba ciegamente en él. Aparte el lugar en el que vivían no era un sitio costoso, el cual podían pagar y tenían el espacio necesario para los dos.

Ellos no se mudarían de allí hasta que Josiah triunfara y por fin pudieran casarse, pero para ello, había un problema que resolver. Suspiró, llevando la mano a su vientre y luego se despabiló mirando al hombre que esperaba su respuesta.

―Ahora no los tengo, ¿puedo pagarlos después? ―le preguntó y el hombre le sonrió, devolviéndole el teléfono.

―Vuelva cuando tenga el dinero y le hago la reparación, además del mantenimiento y la optimización, que le costará cien dólares más. Lo necesita si quiere que la inversión valga la pena. Si no los tiene completos, aceptaré un adelanto de la mitad.

Por un momento se quedó fría con la respuesta concisa del hombre, que dejaba claro que no trabajaría gratis y menos confiaría en su palabra de que iba a volver. Tuvo que recoger su teléfono y seguir mirando su pantalla rota. Entonces, no le quedó más remedio que hacer una llamada a su madre, con quien aún podía hablar. En cambio, su padre la había desterrado del todo renegando de ella, por haber echado a perder su futuro al lado de un egoísta como Josiah Carson, de quien le auguró que solo pensaba en sí mismo y que tarde o temprano se arrepentiría de su decisión.

Hacía siete meses de ello y, hasta ese momento, y pese a la situación que estaban atravesando, no se había arrepentido porque seguía confiando en él, y en que tenía razón al estar enojado y asustado por la posibilidad de echar por la borda todo por lo que tanto había trabajado.

―Está bien, volveré con el dinero ―le dijo al hombre saliendo del local, dirigiéndose rápido a la parada del autobús, mientras aún resolvía si hacer la llamada o no.

Finalmente se decidió y marcó a su madre.

―Hola, mamá ―la saludó cuando esta le contestó.

―¿Sophie?

―Sí, soy yo, mamá ―contestó con una falsa emoción―. ¿Papá está cerca? ―preguntó porque sabía que se molestaría si se enteraba de que ella estaba llamando a su madre.

―No, ha salido a llevar unos suministros, pero volverá pronto, así que habla rápido, no quiero que me encuentre hablando contigo y se enoje.

―Está bien, ¿puedes enviarme algo de dinero?

―¿Josiah no te da? ―la inquirió su madre, haciéndola suspirar con fuerza.

―Él y yo compartimos gastos, obvio no.




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