Colton
«Sabía que era ese tipo», se dijo Colton con sorna para sus adentros cuando lo vio llegar. Sin embargo, no le encajaba en la cabeza que lo hiciese solo. El informe de Ron, que no demoró ni un día en concretarlo y enviárselo, arrojó todos los detalles: Josiah Carson era la nueva y joven adquisición del famoso equipo Red Giants. Quien, sin siquiera haber jugado, ya había empezado a cotizarse en el mercado de buenos jugadores, lo que aseguraba que había sido una contratación de élite. Su historial en su equipo anterior le había dado una puntuación de estrella, beneficiándose también con una gran tajada del pastel.
―Vaya, parece que Tom Brady le va a quedar pequeño ―dijo su pensamiento en voz alta.
―¿Decías algo? ―preguntó la persona que lo acompañaba en el auto, distrayéndolo de su espionaje.
Una rubia bonita, seductora. Voluptuosa y de piernas largas que sobresalían de una diminuta falda de cuero. Frunció la mirada al ver sus labios que parecían tener exceso de bótox. La miró con recelo, recordando que el informe de Ronald era tan detallado que hasta le había indicado la hora en que Josiah llegaría al Skyline para revisar el piso que había comprado. No obstante, siguió preguntándose por qué su novia, Sophia James, no había venido con él, puesto que se suponía que era un piso que iban a compartir los dos. O eso supuso.
Se recordó que había traído a la rubia consigo, y aunque no era asiduo a llevar mujeres con vínculos momentáneos a su ático, a su cabeza vino la razón como una epifanía. Se volvió hacia ella.
―¿Viste al hombre que acaba de entrar? ―Ella lo miró con asombro por un momento―. ¿Te hago un poco de memoria? En el bar mencionaste que conocías a un jugador famoso ―añadió y entonces la mujer pareció tener su repentina iluminación.
―¿Por qué me preguntas eso? Solo te estaba viendo a ti, pero no pareces prestarme atención ―adujo la mujer con un tono meloso que le resultó desagradable.
Fue la ocasión idónea para mostrarse riguroso.
―Acaba de entrar, ¿lo viste o no? Si no lo hiciste, largo de aquí ―dijo las palabras con tanta seriedad y vehemencia que la mujer abrió los ojos como platos y lo miró como si se hubiese sentido insultada.
―Pero…
Colton perdió la paciencia. Sin previo aviso se inclinó sobre ella, haciéndola sonreír, pero solo era para abrir la puerta, lo que hizo que su alegría se apagara de un plumazo.
―Largo ―ordenó.
―¡Sí lo vi! ―exclamó exaltada―, ¿pero qué importancia tiene eso?
―Me dijiste que lo conocías, aunque creo que solo me mentiste para que te trajera conmigo en vano.
―¿Quieres decir que solo buscabas información?
―No me interesa otra cosa ―adujo haciéndola resoplar.
―Está bien, pero no lo conozco, sino una amiga. Por eso hablábamos de él ―dijo por fin la mujer―. Es ella ―agregó, justo cuando entraba a la recepción una mujer que lo dejó bastante sorprendido.
La mujer en cuestión no era otra que la secretaria del doctor Foster, quien le había coqueteado el día de su cita fallida. Pensó con hastío que esa fue la razón por la que le dijo que estaba haciéndole un favor a una prima. Según el informe, había llevado allí a la chica para que el doctor Foster le practicara un aborto.
Colton arrugó la frente, observando cómo la coqueta mujer pasaba de largo hasta el ascensor para subir, y ya sabía a donde y con quien se vería. Eso no estaba en el reporte, lo descubrió por casualidad en el bar de donde se trajo a esa chica para verificarlo.
―Ya puedes irte.
―¿Por qué me echas? ¡Ya te dije lo que querías! ―farfulló la rubia como una urraca, o así percibió su insidioso sonido.
Entonces fue él quien se bajó. Sacó su teléfono llamando a uno de sus escoltas que sin demora llegó allí, mientras la mujer miraba todo con sorpresa.
―Devuélvela al bar Domaines y lleva el auto a lavar ―le dijo, entregando las llaves al hombre que de inmediato obedeció su orden.
―¿Es broma? ―chilló esta, encarándolo luego de bajarse del auto.
―Si lo prefieres, puedo ordenarle que te ate de pies y manos y te eche al fondo del mar, y así por fin desapareces de mi vista ―le dijo sonriéndole bastante sádico.
El rostro de la mujer perdió todo color y retrocedió dos pasos lejos de él.
―Eso no es necesario, ya entendí que no estás de humor ―dijo la mujer con nerviosismo que se echó a correr con sus altos tacones, y que manejaba a la perfección, lejos de allí.
―¿Quiere que la siga? ―le preguntó su escolta.
―No ―respondió, haciéndole una seña para que se volviera a su lugar.
Después, se acomodó la ropa, volvió a ocupar su silla en su Audi de último modelo y entró al estacionamiento del Skyline. Luego de estacionar en su aparcamiento personal donde tenía otros dos modelos de autos, subió en su ascensor privado hasta su ático. Una vez entró, se quitó el saco, aflojó su corbata y luego de servirse un trago de Macallan, se sentó en el sofá con vistas a la panorámica de la ciudad.
Luego de beberlo todo de un solo sorbo, dejó el vaso sobre la mesa y agarró su teléfono, marcando el número de su investigador.