―Vaya, vaya.
Sophie escuchó a Lana bufar con una risilla maliciosa, las palabras a su espalda. Se volvió, porque él parecía estar mirándola sin ningún disimulo. Así, logró romper esa conexión que duró unos segundos, pero que fueron suficientes para causarle un escalofrío.
―¿Qué? ―le preguntó ―murmuró como si se estuvieran cuchicheando.
―Es él, ¿verdad?
Sophie abrió los ojos, sin imaginarse sus motivos para llegar a esa deducción.
―¿Él quién? ―cuestionó, sintiéndose de repente irritada.
―Tu famosito novio secreto, ¿quién más? ―repuso, casi sacándole un resoplido.
―¿De dónde sacas eso?
Hasta ella misma se sorprendió de que lo pensara de ese modo, porque no le hallaba la razón. Tampoco tenía ningún sentido, puesto que no tenía idea de quién era ese hombre, y menos qué hacía allí. No parecía para nada un oficinista, sino un jefe que mandaba en todo y sobre todos.
―Bueno, no deja de mirarte, ¿por qué no vas a atenderlo? ―la instó, poniendo sus manos en su espalda y empujándola para que, en efecto, fuera a atender al elegante recién llegado.
―¿Por qué? Ni siquiera lo conozco ―resopló la pregunta.
Aun así, no pudo evitar que Lana la llevara a regañadientes en esa dirección, dejándola frente a la mesa donde el hombre se había acomodado. Le sorprendió que no mostrara ningún síntoma de hastío. Por lo general, la gente como él siempre mostraba su inconformidad si el lugar no estaba a su altura.
Sin embargo, cuando estuvo frente a él, le entró la curiosidad por saber qué buscaba, porque estaba segura de que no había entrado por un café corriente. Los ejecutivos como él, como mínimo, bebían café de Starbucks. Lana se fue luego de darle una sonrisa y entregarle su libreta para tomar el pedido.
―¿Qué desea ordenar, señor? ―murmuró la pregunta cuando este levantó la mirada y sus ojos se encontraron nuevamente con los suyos.
Descubrió que eran de un gris acerado, y tan penetrantes que la dejaron estupefacta por un momento. Tuvo que sacudirse y concentrarse en lo que estaba haciendo.
―No voy a ordenar nada ―respondió, enojándola―, pero tengo una pregunta para ti ―añadió justo cuando ella iba a decirle que, si no iba a hacerlo, tampoco tenía nada que hacer allí.
―¿Una pregunta? ―cuestionó, sintiéndose sorprendida.
―Sí, ¿eres Sophia James?
Sophie se sintió doblemente sorprendida.
―No he dicho que vaya a responderle.
―Solo necesito corroborarlo.
El cinismo del hombre casi hizo que Sophie se riera, porque le resultaba mucho más petulante que su amiga Lana.
―Pierde su tiempo, si no va a ordenar, es mejor que se vaya ―masculló dándole la espalda para irse.
―Tienes catorce semanas de embarazo, sé qué piensas hacer y tengo una propuesta para ello ―lo dijo tan rápido y directo que ella pensó que todo el mundo lo había escuchado, así que se volvió hacia él, mirándolo exaltada.
―¿Por qué sabe eso? ―se inclinó hacia él inquiriéndolo con la voz apretada, colocando sus manos sobre la mesa y mirándolo a los ojos.
―Porque sé todo lo que me interesa.
―Pues eso no es de su incumbencia ―continuó recriminándolo con sus dientes apretados.
―Josiah… ―nombró, pero ella le tapó la boca con la mano para que no mencionara el nombre de su novio.
Le horrorizó que lo supiera, y todo lo demás. Entonces recordó que él la había escuchado rogándole matrimonio a Josiah, y no descartó que solo haya venido a burlarse. Sin embargo, le resultaba un sinsentido, observando que ni siquiera encajaba con el lugar. Lo que la hizo pensar que tal vez tenía razones que ella desconocía para atreverse a ir allí y cuestionarla de esa manera. No obstante, él se rio, por lo que ella retiró la mano de su boca.
―Váyase.
Pensó que no lo haría, pero el hombre se puso en pie, sacó su billetera y de allí una tarjeta. Se la extendió.
―Las circunstancias en las que estás, son muy valiosas y beneficiosas para mí, así que no dudes en contactarme.
Sophie arrugó la cara, pero no agarró la tarjeta, por lo que él la introdujo en el bolsillo de su delantal, junto con un billete que sacó después. En seguida se marchó. Mientras ella se quedó allí de piedra, sin atreverse a meter su mano y botar la tarjeta o el billete.
―Vino a repetirte que te deshicieras del bebé, ¿verdad? ―Lana preguntó cuando se puso a su lado.
Ella la miró arrugando el ceño. Habría querido recordarle que no era el padre de su hijo, pero imaginó que no la entendería, por lo que se fue de allí resoplando fuerte por la nariz, al recordar la desfachatez con la que le había salido ese hombre que apenas y conocía de vista de aquel consultorio al que no quería volver jamás.
Pero al volver al cuarto de descanso, la curiosidad le ganó, por lo menos para saber quién era ese tipo. Sacó la tarjeta negra, con un nombre escrito en letras plateadas: Colton Donovan, Director Ejecutivo de Trading & Rentals Properties. Lo que encontró al reverso le hizo abrir más los ojos. Su número de contacto y la frase: "espero pronto tu llamada".