Pero su huida no duró mucho. Josiah, en solo dos zancadas, la había alcanzado, tomándola del hombro de forma brusca y haciéndola volver hacia él.
―¿Estás de broma, Sophie? Ya tenemos que entrar ―la apremió, casi hundiendo sus dedos en la piel.
Ella se sacudió su cuerpo, mostrándole un gesto de dolor que esperaba que él entendiera. Lo hizo, pero solo para agarrar su muñeca y tirar de ella con brusquedad. Esto la espantó, porque sabía que era lo que tenía que hacer; sin embargo, en su interior, la misma voz que le había dado valor para decir que no y huir de allí, la imploraba a que se tomara un poco más de tiempo para decidirlo. Él no le había dado ninguno. Su voz parecía atragantársele con la mirada cargada de furia de su novio intimidándola, por lo que tuvo que tragar con fuerza y aclararse la garganta para poder encontrarla.
―No quiero hacerlo, Josiah, ¿puedes entender un poquito el miedo que siento ahora mismo? ―dijo, por primera vez con determinación, y buscando algo de su comprensión, esa que no había tenido desde el minuto uno, pero que aún aguardaba la esperanza de que Josiah entrara en razón.
―¿Qué no vas a hacer? ―la increpó alzándole la voz, espantándola.
Sophie pensó que después del descubrimiento de su embarazo, eso se le había vuelto casi una costumbre, cuando antes solía hablarle bajo y con más cariño. Pero la sensibilidad de madre le hizo pensar que no todo estaba perdido y que lo conseguiría. Como si se aferrara a su última tabla.
―No sé si voy a tenerlo, pero tampoco quiero seguir adelante con esto ―habló, encontrando su verdadera voz y dejando fluir sus sentimientos―. ¿Podemos esperar un poco más?
Sin embargo, Josiah la miró como si la desconociera.
―¿Estás loca? Este ya no es momento para arrepentirse. Está decidido, así que vamos, tenemos que entrar antes de que perdamos la costosa cita ―la recriminó, tirando de su brazo para llevarla a rastras de allí.
―Dije que no lo voy a hacer ―continuó con su determinación, negándose a ser llevada a la fuerza.
Seguía no estando segura, pero de momento pensaba que era lo mejor. Era consciente de que Josiah se iba a poner aún más furioso, no obstante, ella también tenía que darse su espacio. Había estado tan abrumada esos días que solo siguió todo lo que le había dicho como autómata, obviando tal vez que también podía emitir su opinión. Por dentro, de lo único que estaba segura es que esa no era la forma como quería que se dieran las cosas. Tampoco había pensado en acabar su relación con él y deseaba que al menos pudiera entenderla.
―No estoy loca ―dijo cuando su voz nuevamente acudió a sus labios.
―Yo creo que lo estás, pero solo piensa antes en todo el gasto que significa. Si perdemos esa cita, perderemos mucho, ¡mucho dinero!
«¡Qué diantres!», se dijo enervándose, que solo pensara en el dinero, cuando pudo darle de ello para arreglar su teléfono.
―Si es así, ese dinero nos habría servido para otros gastos. Por eso trabajo, porque siempre lo estamos necesitando ―adujo haciendo resoplar a Josiah.
―Este era un gasto necesario ―masculló él entre dientes.
―Aun así, no iré, quiero pensarlo un poco más.
―No hay nada que pensar, Soph, tenemos que actuar ahora o después será tarde ―sentenció él.
Entonces ella lo miró y se dio cuenta de algo que no esperaba notar en su rostro: cobardía. Admitió que ella también lo era, porque hasta ese momento no se había atrevido a alzar su voz. No con las palabras correctas, de esas en las que te escuchan; porque Josiah parecía solo escucharse a sí mismo. Esa fue su horrible impresión y la gota que derramó el vaso. Se serenó para lo que iba a decir a continuación. Ella tampoco tenía marcha atrás, aunque eso le costara su relación.
―Quiero pensarlo un poco más, así que lamento que te hayas gastado todo ese dinero ―declaró, sintiendo que con su sinceridad se quitaba un gran peso de encima, aliviando también su interior.
Deshizo su agarre y lo miró, agobiándose al ver la cara de consternación que había puesto de repente. Esto la confundió, pensando que al fin había conseguido ablandarlo.
―Si no haces esto ahora, olvídate de mí ―le dijo, casi como sentenciándola, pero dejándole claro que todo había sido una fugaz ilusión.
Ella tragó saliva con fuerza, porque ahora estaba más segura de que no quería cambiar de decisión.
―Te lo advierto, Sophie, si te vas ahora, esto acabará para nosotros y te harás cargo de tu problema tú sola.
―¿Esa es tu decisión? ―le preguntó―. ¿Solo quieres deshacerte del problema y nada más? ¿Pero qué hay de mí? ―le reclamó, encarándole, lo que hizo que la mirara con una expresión fría pero igual de tensa.
Entonces anheló escuchar sus palabras, pensando que a lo mejor sí había reflexionado y le daría una oportunidad para que ella pudiera pensar las cosas mejor.
―Es por nuestro bien ―dijo, y al contrario de lo que esperaba, sus palabras le resultaron secas, convenientes y nada sinceras.
No era por su bien. Era por el suyo propio. Lo que la hizo sentir aún peor: inocente e ignorante.
―No lo haré ―sentenció la decisión para sí misma, retomando el camino que había elegido, alejándose de allí, y para siempre de él, tal vez.