Sophie
Como lo había sentenciado Josiah, él había cumplido al pie de la letra sus palabras desde que ella no acató su decisión. Eso era algo de lo que Sophie no se arrepentía, porque así había ganado tiempo para pensar mejor las cosas. Al final de cuentas, era un asunto que les afectaba a los dos: a él en su egoísta libreto de arruinar su contrato millonario, y a ella al tener que asumir un rol para el cual no se había preparado, por lo menos no, en el mediano plazo.
Sonrió como tonta recordando que esto formaba parte de sus planes a futuro, cuando ambos estuvieran estabilizados, con una economía más holgada. Sin embargo, todo esto se había ido de momento al traste. Era lo que seguía pensando mientras aguardaba que Josiah cambiara de opinión y volviera al pequeño piso en el que habían estado conviviendo los últimos dos años, desde que ella decidiera aplazar la universidad y él empezara su carrera de jugador a la espera de la gran propuesta.
Se habían conocido desde la secundaria, e hicieron la preparatoria juntos. Cuando llegó el momento de mudarse a Los Ángeles para empezar a jugar con el primer equipo que lo contrató, él se apareció en su puerta con un enorme ramo de rosas, suplicándole que se fuera con él, que no lo abandonara cuando había empezado a forjar su futuro como jugador. Eso la emocionó sobremanera, sin embargo, también enojó a sus padres, quienes la increparon sobre lo que ella había prometido hacer para su futuro.
Sabía que su decisión los decepcionaría, y fue entonces cuando se vio en la penosa obligación de decidir entre ellos o Josiah. Sintió que fueron crueles por su parte, y en particular su padre, quien no volvió a dirigirle la palabra, pero la decisión ya estaba tomada. Seguiría a Josiah Carson a donde fuera necesario, y así terminaron mudándose a Nueva York cuando él obtuvo su gran contrato.
Uno que ahora parecía marcar el punto máximo de inflexión en su relación. Aun así, seguía esperando que volviera, aunque no le trajera rosas, pues en el fondo le preocupaba que lo estuviera pasando muy mal. Las pocas veces que le escribió para preguntarle cómo estaba, le había contestado de forma escueta que estaba en casa de un amigo, que no se preocupara por él, sino por ella. Esas palabras le hicieron casi llorar, porque luego de una semana, lo estaba pasando fatal. Las náuseas habían aumentado hasta empezar a devolver, y esa noche de viernes en que aún seguía esperando que volviera, el cuadro se había puesto peor. «Es normal», se decía luego de leerlo en una de esas guías que encontró buscando en Google. No tenía servicio médico, porque era costoso, y hasta ese entonces nunca había creído necesitarlo, pero lo necesitaba, por lo menos para tener un primer control y saber cómo estaba el bebé, y pensar en lo siguiente.
Justo llevó la mano a su boca cuando una nueva arcada la invadió y su teléfono se iluminó con una llamada. Miró el número en la pantalla astillada y no lo reconoció. Tampoco era de Josiah, pero tuvo la ilusión de que fuera alguien cercano a él, aunque lo dudaba.
―¿Quién habla? ―contestó aclarándose la voz.
―Sophia James ―afirmaron su nombre al otro lado, y ella no tuvo que rebuscar en su archivo mental para reconocer esa voz.
―¿Por qué me llama? ―cuestionó, luego de apartarse un poco para toser.
―Es obvio, porque todavía no lo ha hecho.
―¿Y qué le hizo pensar que iba a hacerlo? ―inquirió irascible.
Lo último que había esperado es que ese señor Donovan fuera el que la llamara. Y no es que no hubiese considerado llamarlo, pero seguía esperando a que Josiah volviera para arreglar la situación, imaginando que todo este tiempo era necesario para que ambos pensaran el asunto por separado.
―¿Está enferma? ―su pregunta la hizo resoplar.
―Eso no tiene que importarle.
―Me importa, señorita James. Ya le dije con claridad mis razones.
―¿Y qué le hace creer que yo aceptaré hacer algo así? Ya tengo una pareja y él se hará responsable por el bebé.
―¿Lo dice en serio? ―preguntó con una sorna que la hizo enojar, porque parecía tener la intención de desnudar su mentira.
―¿Esa no es su preocupación? ―la aguda retórica en su pregunta la enervó.
―¿No le gustaría descubrir que tengo razones para suponer lo contrario?
―¿De qué habla ahora?
―Salga, la espero afuera y podemos comprobar lo que estoy diciendo ―la instó. Sophie abrió los ojos de forma desmesurada, porque con esto corroboraba con creces lo poco que había investigado de él―. También puedo darle un poco de ayuda.
―Sabe qué, voy a colgarle.
―¿Espera que todo ocurra por su propio peso? Aunque decida no llevarlo a cabo, los dos estarán en serio peligro si no se hace ver de un médico.
Ella se impactó con el conocimiento que tenía ese hombre de su situación, ¿acaso la vigilaba? Sin embargo, admitió que tenía razón, porque debido a sus malestares, los últimos tres días no había ido a trabajar, y los únicos mensajes que recibía eran los de Lana, preguntándole como estaba y si necesitaba que la ayudara en algo. Ella no le respondió ninguno, porque en medio de todo no quería que descubriera su mala situación.
Eso la hacía sentir mal, porque sabía que Lana lo hacía de buena fe. Quería hacer lo mismo con el señor Donovan, pero en el fondo admitió que tenía razón.