Y llegaste tú

Una acción premeditada

Colton

―Muévete, ahí viene ―apremió Colton a su conductor para que se ubicara en la acera frente al deteriorado edificio del cual había salido Sophia James, vistiendo una falda larga, botas bajas y encima de todo un jersey de lana fea y gruesa que le quedaba grande y holgado.

Intuyó que no era de ella, pero dado el frío, imaginó que no encontró algo mejor que ponerse, o simplemente era su manera de recordar a su estúpido novio. A quien ya había empezado a detestar, por lo que se había aburrido de esperar la llamada y decidió actuar como más le gustaba: frente a la vacilación de la señorita James.

Su conductor bajó una vez ella llegó asomándose a la ventana, seguro para reconocer si, en efecto, no le había mentido al decirle que estaba allí. Este le abrió la puerta y ella se asomó con mucha cautela. Lo primero que vio fue el rostro de alguien que no ha comido ni dormido bien en días.

―¿Pensaba secuestrarme si no atendía su razón? ―lo cuestionó ella, haciéndolo reír con gracia.

―Si era necesario ―respondió, haciéndole ensanchar la mirada―. No pierdas el tiempo y sube, hay algo que necesitas comprobar.

―¿Cómo sé que no me secuestrará para robar mi bebé?

―¿Y metérselo a otra? No creo que eso sea posible ―rechistó con negro humor, acariciándose la barbilla, y de forma tan irónica que ella lo miró espantada.

―Espero que solo diga tonterías.

―En este caso sí lo es, así que recuerda que te necesito a ti y tu bebé, vivos y saludables.

―No he dicho que aceptaré su locura de propuesta ―le porfió, haciéndole volver a reír.

―Ya lo veremos ―dijo, y de inmediato pidió a su conductor que se pusiera en marcha en dirección al Skyline.

―¿Por qué vamos allí?

―Por dos cosas: para que compruebes lo que te digo y para que recibas una valoración médica.

―¿En un hotel? ―le preguntó, lo que le hizo notar su agudeza y pensar que ella ya conocía el lugar.

También dudar, aunque desde que pidió que vigilaran los pasos de ese idiota, en ninguna ocasión le reportaron que la hubiese llevado a ella a ese lujoso lugar. Por el contrario, la había dejado viviendo sola en esa porqueriza de edificio. La miró de reojo, achicando la mirada, admitiendo también que la chica, aparte de astuta y a pesar de su aspecto algo demacrado, le resultaba ingenua y linda. Lo último era algo en lo que no solía fijarse, no en el sentido literal al considerar algo como lindo o grato a su vista.

¿Eso significaba que le resultaba grata?

«Tonterías», se dijo, espantando esas ideas. Sin embargo, lo suyo sí era una gratificación, pero por los beneficios obtenidos. Y aunque era una locura certificada por Bob, su asistente, a veces le gustaba afrontar riesgos que iban a lo seguro. Porque si algo caracterizaba a Sophia James, es que era insolente y genuina, a pesar de su precaria situación. Y esto por alguna extraña razón, le atraían, aunque no tenía claro el significado de esta.

―Lo parece, pero es un edificio de lujo que muy pocos se pueden permitir ―afirmó muy ufano, después la miró con curiosidad―. ¿Estás pensando que es allí donde pretendo encerrarte?

―No sería impensable ―adujo ella con un alzamiento de hombros que le hizo reír.

―Soy una especie de tiburón depredador extinto en el mundo de los negocios, pero no me atrae ensuciarme las manos, aunque convengamos que hay gente tonta en este mundo ―adujo a modo de una explicación que ella pareció no entender, lo que le hizo poner la mirada en blanco.

―Hemos llegado, señor ―anunció el conductor, estacionándose en el lugar que le había indicado. La misma posición de cuando llegó allí con esa rubia a la cual no ha visto jamás.

―¿No vamos a entrar? ―le preguntó la chica, cuyo semblante le parecía cada vez más pálido y casi amarillento.

Por suerte, se le ocurrió citar a una eminencia en la ginecología y la obstetricia, y con más ética que el zorro de Gerard. El ginecólogo de su madre y él que lo trajo al mundo. Por lo que ponerla en sus manos le hacía sentir muy orgulloso.

―No, espera un poco. Recuerda que vinimos a comprobar si estoy en lo cierto ―arguyó ladino, provocando que ella lo mirara con sus cejas juntas.

Enseguida miró su teléfono para comprobar que habían llegado a tiempo. Casi las nueve de la noche. «El susodicho no demora en llegar y espero que no nos decepcione con su idiotez», se dijo jocoso para sus adentros.

―¿Cómo sé que todo esto solo es parte de un juego? No estoy para sus tretas, señor Donovan.

―Puede que lo sea, y uno en el que saldrá ganando. Solo espera ―adujo, mirando su fino Rolex y enseguida empezó a contar el movimiento de las manecillas desde el diez. Su conteo regresivo hizo que ella lo mirara con cautela.

―¿Qué hace? ―le preguntó justo cuando llegó a su conteo final con mucha satisfacción, porque fue el momento exacto en que Josiah Carson llegaba en una camioneta Range Rover lujosa al edificio, pasando al lado de ellos.

―Cero. Y ahora compruébalo tú misma ―le dijo instándola a mirar a la persona que se bajaba de la camioneta, porque su llave de ingreso al estacionamiento no le funcionó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.