Algo cálido se envolvió en la cintura de la diosa mientras descansaba; aún sumida en la inconsciencia se agazapó en el calor de aquel bulto a su lado. La espalda le golpeaba contra algo cálido y firme provocando que se acurrucara aún más.
De pronto un sonido ronco irrumpió en la bruma de su sueño retumbando en su pecho. En ese mismo instante, algo se ancló en sus caderas y la inmovilizó, fue entonces que sintió algo duro presionándose contra su espalda baja.
Sus ojos se abrieron de golpe. La oscuridad de la habitación era abrumadora. No había ni un vestigio de iluminación y estaba helando cuando salió de la ensoñación. Venus estaba desorientada, apenas y sabía que estaba en su habitación, aún medio dormida, pero alerta. Una extraña sensación en su interior no dejaba de gritarle a toda voz que algo estaba marchando mal.
Un escalofrío la recorrió entera a causa del frío que se filtraba en su piel, tuvo que parpadear un par de veces para acostumbrarse a la penumbra sin ser capaz de conseguirlo del todo.
Se removió un poco para levantarse, pero otro sonido, más nítido que el anterior, resonó en su oído y un aliento caliente le hizo cosquillas en el cuello. Un destello de pánico se apoderó de su cuerpo cuando fue consciente de la mano caliente que corrió desde su cadera, por encima de su túnica y se apoderó de uno de sus pechos.
En ese momento, soltó un grito con toda la fuerza de sus pulmones. La mano en lugar de apartarse ante aquel estridente sonido, se aferró al pecho de la diosa del amor por lo que pataleo y manoteo para apartar a su atacante.
Un improperio contra los dioses sonó cuando el codo de Venus golpeo contra algo, luego de otro golpe un sonido estrepitoso inundó la estancia por lo que ella aprovechó ese momento para salir del enredo de telas y extremidades en el que se encontraba cautiva, logrando bajar de la cama con un fuerte golpe contra el suelo.
En cuestión de segundos logró ponerse en pie completamente a la defensiva y en el segundo siguiente unos fuegos brotaron de la nada e iluminaron toda la estancia. Con aquel fuego brindando su luz, Venus tubo que cerrar los ojos algunos instantes para acostumbrarse a la nueva iluminación; pero no pudo divisar más que puntos negros oscilando, a duras penas logro encarar a Vulcano sin ninguna prenda encima y completamente exitado.
Ella se obligó a mantener la vista en su rostro cuando este la encaró, clavándole su mirada salvaje y hostil en su bien formado cuerpo, cubierto por una túnica de seda casi transparente que dejaba ver algunos detalles bastante prominentes.
Un estremecimiento la recorrió, pese a la confusión y el terror que la embargó, trato de deshacerse del asco que atenazó su estómago al ser consciente de cómo la comía con una mirada lasciviosa.
—¡Venus! —bramó—. Vuelve a la cama —le ordenó sin paciencia el dios del fuego y la forja.
— ¿Qué pasa contigo? —Chilló una octava más aguda de lo que era su voz—. ¿Qué haces en mi cama? —Despotrico.
Una carcajada incrédula se le escapó a Vulcano—: Eres mi esposa... Es nuestra cama —agregó olvidándose por completo del hilo de sangre que brotaba de su nariz.
Dispuesto a alcanzarla, se levantó de la cama, ella como mecanismo de defensa creó una barrera de tupidos rosales plagados de espinas. Vulcano como un depredador al acecho le bastó extender la mano para crear un fuego tan ardiente que redujo a cenizas las rosas. Aún desnudo y descalzo, avanzó unos pasos, hasta detenerse frente a Venus con una postura erguida y amenazadora.
—Vuelve a la cama y saciame.
—No me da la gana —escupió de regreso, plenamente consciente del peligro que la envolvía y con aquella respuesta, algo salvaje tomó más poder en Vulcano.
—Es tu obligación, eres mi esposa —rugió al tiempo que la celaba a ella y luego a la cama a unos pasos tras él.
—No es mi obligación —grito de regreso.
Un brillo malicioso le iluminó la expresión—: Ven aquí —dijo con la voz enronquecida—, por las buenas.
—No soy una mortal, a la que puedes amedrentar.
—Te lo advierto, Venus, no me provoques.
Ella apretó la mandíbula al tiempo que contempló el semblante siniestro y hostil del dios de los volcanes que parecía estar a punto de abalanzarse sobre ella en cualquier momento. Tenía un aspecto barbárico. Bélico.
— ¿Qué? —Lo retó, al tiempo que puso sus brazos en jarra y esbozó una sonrisa lenta y perezosa—. ¿Qué me va a hacer el poderoso y cojo Vulcano? —La manera en la que lo dijo fue tan despectiva que Vulcano estrujo su gesto con violencia.
El aliento de Venus se atascó en su garganta y de pronto se hizo una necesidad salir corriendo lejos de él.
— ¡Eres una desagradecida! —Siseo, con un hilo de voz y un escalofrío de puro terror la encogió.
Rápidamente, lo vió a la cara, justo a tiempo para observar el fuego crudo y puro que brillaba en sus ojos.
—No sabes lo horrible que es estar contigo —le recordó a su marido observando de pies a cabeza—, siempre andas tiznado y sudoroso .
— ¡Yo te amo! —Grito. La piel del dios se enrojeció, su mandíbula se apretó y sus puños se cerraron.
Venus se irguió un poco más y se obligó a lanzar los pensamientos oscuros lejos. Se forzó a mantenerle la mirada pese a que Vulcano la hacía sentir intimidada, pequeña e indefensa y eso no era del agrado de la diosa.
—Pero yo no te amo.
Vulcano sintió que la brisa helada de los ventanales de la habitación lo golpearon y el aliento le faltó cuando el chorro de palabras de la diosa que amaba le dieron de lleno. Solo podía verla a ella altiva, con la respiración sudorosa observandolo como si fuese la cosa más despreciable de la tierra.
Con el corazón hecho girones y contra todo pronóstico el dios del fuego se marchó de la habitación dejándola sola.
A la semana siguiente apareció Ares sucio de una batalla, los olímpicos lo tildaron de irreverente, "El asesino de hombres", fue el nuevo apodo que se sumó a su extenso repertorio.
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Editado: 01.05.2022