Yo Elijo

Prólogo

Marianita estaba aterrada. Sin querer, se había soltado de la mano de su mamá mientras caminaban por la calle, cerca del mercado y la había perdido de vista. La pequeña se paró junto a una pared y miraba a todos lados, asustada, esperando que su mamá apareciera entre el gentío.

De pronto, un hombre inmenso se inclinó frente a ella.

— Hola chiquitina ¿Dónde está tu mamá? — Una lagrimita empezó a rodar por su mejilla.

— No sé. — Respondió la niña haciendo un puchero.

— ¿Se te perdió? Mira, yo estoy bien grandote ¿Te parece si te siento en mi hombro y así miras por encima de la gente a ver si la encuentras?

La pequeña lo miró intrigada y luego preguntó

— ¿Edes un gigante como en los cuentos?

El hombre soltó una carcajada

— Soy el gigante de los cuentos ¿Entonces qué? ¿Te cargo?

La pequeñina asintió esperanzada, el hombre la tomó por la cintura y la subió a sus hombros al mismo tiempo que le preguntaba el nombre de su mamá, a lo que Marianita respondió

— Se llama Madiana, como yo.  

El gigante gritó tan fuerte “¡Mariana!” que la pequeña no pudo evitar un sobresalto. Luego el hombre se dirigió a la pequeña.

— Cuando llegue tu mami te voy a comprar unos churros.

Un momento después, para felicidad de la pequeña, apareció su mamá, aunque toda llorosa y asustada.

Marianita estaba feliz de ver de nuevo a su mami, y más feliz aún de haber sido rescatada por el gigante amable de los cuentos de hadas.

Muy ilusionada, caminó de la mano del señor a buscar sus churros y, mientras ella los saboreaba, notó que el hombre le daba a su mamá una servilleta donde había anotado algo y le decía que fuera a algún lugar.

Se despidieron del gigante y la pequeña no pudo evitar sentir un poco de tristeza. ¡Había sido tan bueno! La ayudó a encontrar a su mami, le compró churros y les dijo que le llamaran si necesitaban ayuda. Eso lo había escuchado la pequeña. ¡El gigante les dijo que lo llamaran! Eso le hizo mucha ilusión. Muy pocas veces la gente era amable con ella o con su mami, al contrario. Nadie les hablaba y no tenían amigos y, por si fuera poco, vivían con su horrible abuelo que les gritaba y les pegaba siempre. La pequeña se empezó a sentir asustada y triste conforme se acercaban a su casa. Odiaba ese lugar. Nunca podían jugar, o reír o cantar cuando el abuelo estaba en casa. Ella tenía que quedarse en silencio y tratar siempre de esconderse del abuelo. Él siempre la maltrataba, y su mamá le había enseñado a ocultarse de él, a no hacer ruido, a permanecer casi invisible. A Marianita le dolía y le asustaba mucho lo malo que era ese hombre, y odiaba la manera en que trataba a su mamá. Odiaba los golpes y los insultos.

Cuando entraron, casi en silencio, su abuelo salió furioso, como casi siempre, gritándole a su mamá. Ella le dijo “Corre al cuarto y no salgas de ahí”.

Marianita la obedeció inmediatamente. Se sentó en un rincón en su habitación y, aterrada, escuchó los gritos y los golpes. Su abuelo estaba otra vez maltratando a su mamá. Lloró de impotencia, de miedo, de angustia. ¿Qué podía hacer ella? Era muy pequeña, no podía defender a su mamá de ese mal hombre.

Desesperada, intentó mantenerse en silencio y sin moverse. Un rato después, los gritos cesaron y se escuchó un portazo. Marianita respiró aliviada. Su abuelo se había ido. Mamá entró al cuarto toda llorosa. La pequeña vio los golpes y, llorando, le dijo a su mamá.

— ¿Pod qué no le dices al gigante que nos saque de aquí y nos lleva a uno de sus cuentos? Él es nuestro amigo mami, dile que nos ayude. – Insistió con su carita llena de lágrimas.

Su mamá la miró sorprendida un momento, luego se levantó y, a toda prisa, llenó una mochila con algo de ropa y varios documentos.

Tomó de la mano a la niña, fueron a la tienda del barrio y pidió prestado el teléfono. Marianita la miraba con expectativa. Su madre, llorando, hizo una breve llamada y luego se dirigió a toda prisa a un parque cercano donde se ocultó con la niña detrás de un árbol.

 Poco rato después, escucharon el sonido de un auto frenar violentamente. Marianita se asomó y vio que el gigante se bajaba de ese auto, a toda prisa, y miraba para todos lados. Sin pensarlo se levantó y corrió hacia él con los bracitos abiertos.

— ¡Viniste! – Exclamó mientras el hombre la levantaba y la abrazaba fuertemente. — ¡Sí viniste!

Su mamá los alcanzó inmediatamente y el gigante tomó con cuidado el rostro de la mujer y miró los nuevos golpes.

— Hijo de puta. — Dijo enojado — ¿Quién carajos te hizo esto?

— Fue mi abuelo. — Dijo Marianita. — Él siempde nos pega mucho, pedo más a mi mamá.

— Nunca jamás les va a pegar de nuevo, te lo prometo. – Dijo mientras llevaba a la pequeña al carro, la sentaba en el asiento de atrás y le colocaba el cinturón de seguridad.

La pequeña, emocionada, vio cómo su mamá subía también al auto y el hombre arrancaba alejándolas del abuelo malo. Agotada, pero feliz de saberse a salvo gracias a que el gigante bueno las había ido a rescatar, Marianita se quedó dormida sintiéndose arrullada por el ruido del motor.




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