Yo Elijo

Capítulo 3

Entraron a la sala y se empezaron a acomodar en los asientos, Mariana se sentó junto a las chicas y junto a ella quedaron un par de asientos libres. Justo cuando Peter se iba a sentar junto a ella, Luna se atravesó y tomó el lugar. El joven sólo levantó una ceja. Tomó a Mariana de la mano, la levantó y la hizo avanzar un par de asientos más, y la hizo sentar colocándose junto a ella. Antes que Luna hiciera nada más que mirarlos sorprendida y frustrada. Ricardo paso y se sentó junto a Marianita, quedando ella entre los dos jóvenes.

— Los niños allá y los grandes acá. — Dijo Ricardo guiñándoles un ojo.

La función transcurrió sin mayores incidentes que Luna de mal humor sin hablar con nadie, mientras los demás optaron por ignorarla y pasar el rato en forma divertida. Cuando terminó, salieron del cine y Carolina, la mamá de Peter y Marcos, los esperaba en la Van junto con su chofer.

Todos se acercaron sonrientes a saludarla y entraron al vehículo mientras iban comentando las escenas de la película.

— ¡Hola becerrita! — Dijo la señora. — Tenía mucho rato que no te veía.

— ¡Hola doña Caro! — Sonrió la jovencita. — No sé por qué no hemos coincidido en la casa de su hermano. Yo voy todas las tardes, saliendo de la escuela, a trabajar ahí.

— Será por eso. — Contestó la señora sonriendo. — Yo voy poco, y si lo hago es en las mañanas, cuando estos diablillos están en la escuela.

Los llevó a una pizzería y todos decidieron pedir las pizzas para llevar. Así que una vez compradas, se subieron de nuevo al vehículo y se dirigieron a la casa de Peter.

Al llegar, Luna, quien había seguido callada y de mal humor, le preguntó a Carolina si sus papás estaban aún en la casa de los Lavalle, al recibir una respuesta afirmativa, la joven dijo que se iba con ellos, y prácticamente sin despedirse, se retiró.

Todos suspiraron aliviados con exclamaciones de desahogo.

— ¿Pues qué pasó? — Los miró la señora Carolina sorprendida.

— ¡Ay tía! — Dijo María Luisa. — ¡Luna se puso payasísimaaa!

— ¡Por favor mamá! — Exclamó Marcos. — ¡No dejes que nuestra tía Graciela nos vuelva a obligar a llevarla a ningún lado! ¡Esa niña es insoportable!

— En serio se puso muy pesada. — Suspiró María Graciela.

— Estuvo con esa cara de fastidio toooda la tarde. — Suspiró Carlitos

— ¿Pues qué le hicieron? — Preguntó la mujer frunciendo el ceño.

— ¡Nada! — gritaron todos a coro.

— Venga tía Caro. — Dijo Ricardo tomándola del brazo y llevándola a la cocina. — La ayudo a servir los refrescos.

Una vez que entraron ahí, mientras Ricardo sacaba los vasos empezó a hablar.

— El pleito es con Mariana. Luna la estuvo tratando mal desde que llegó al cine y la vio. — Dijo en voz baja, cuidando que no lo escuchara nadie. — Mi abuela dice que tengo oído de tísico, no sé qué sea eso, pero escucho más que bien. Y alcancé a oír cuando la chiquilla esa le dijo a las primas que por qué habíamos invitado a una sirvienta, que qué iban a pensar sus amigos si los veían.

— ¿Qué? — Exclamó la mujer a punto de tirar la botella de refresco.

Ricardo puso rápidamente un dedo sobre sus labios indicándole silencio.

Carolina, aún escandalizada, asintió.

— ¿En serio dijo Luna eso? ¿No habrás escuchado mal?

— No tía, también escuché cuando Luisita fue a contarle a Peter, toda apenada. Y ambos acordaron no decir nada, para no lastimar los sentimientos de Mariana.

— ¡Dios de mi vida! — Exclamó Carolina en voz baja. — ¿De cuándo acá es niña tiene tantos prejuicios?

— No lo sé. Pero me molestó mucho. — Dijo el joven acercándose a ella con varios vasos. — No olvide que mi mamá, antes de casarse con mi papá, era la sirvienta del rancho de mis abuelos. Y aún casada, y conmigo ya nacido, se negó a dejar de trabajar ahí, aunque no tuviera necesidad.

— Lo sé. ¡Rocío me enseñó a cocinar a mí! — Asintió Carolina con una sonrisa. — Tu mami es un amor de mujer. Y tú no tienes nada de qué avergonzarte. Todos la respetamos y la queremos muchísimo.

— No me avergüenzo. — Dijo el joven negando con la cabeza. — Jamás lo he hecho. Pero sí me molestó mucho la actitud de esa niña porque, al final de cuentas, su papá también es un empleado don Carlos. ¡Ni que fuera millonaria como para darse tantas ínfulas! Y Marianita me cae muy bien, no se merece que la traten así, es una niña muy noble que no se mete con nadie.

— Es cierto. La becerrita es un amor de criatura.

— Y, si mi primo juega bien sus cartas, va a acabar siendo su nuera ¿No tía? — Dijo el joven con una risa cómplice. — ¡Y mi prima!

Carolina soltó una pequeña risa.

— Están demasiado jóvenes para andar haciendo ese tipo de planes.

— Pues yo veo al Peter muy ilusionado.

— Siempre ha querido mucho a Marianita, desde que eran pequeñitos. — Carolina soltó un suspiro con frustración. — No sé qué hacer. Mi cuñada quiere muchísimo a Marta, son amigas de toda la vida, además de que es madrina de Luna... Dudo que me crea si le cuento esto.




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