Marianita y su mamá llegaron a su casa en silencio. No habían cruzado palabra desde que salieron a toda prisa de la casa Lavalle y se habían subido a un taxi.
Una vez que entraron, Mariana se dejó caer en un sofá mientras su hija la miraba con tristeza.
— No entiendo. — Dijo la jovencita. — ¿Por qué la señora Marta dijo cosas tan horribles?
— No lo sé. — Suspiró la mujer abriendo los brazos hacia su hija. La pequeña se acercó al sofá, se sentó junto a su madre y se dejó abrazar. — De nosotras, lo puedo entender. ¿Pero hablar así de la que se supone que es su amiga de toda la vida?
— Ahora entiendo por qué Luna se había portado tan grosera conmigo últimamente. — Suspiró Mariana. — Supongo que estaba imitando a su mamá.
— Estoy horrorizada. ¡Esa niña sólo tiene 12 años! ¿Y la señora Marta la estaba ofreciendo como esposa de Peter? ¿En qué cabeza cabe?
— Quería que nos corrieran… — Suspiró la jovencita.
— Te veía como una amenaza. — Susurró su madre.
De pronto la puerta se abrió casi con violencia haciéndolas saltar y Toro entró hecho una furia.
— ¿Están bien? — Preguntó.
— Si ¿Por qué? — Preguntó su esposa asombrada de verlo ahí.
— Me habló Carlos. — Dijo él acercándose al sofá y sentándose junto a su esposa, abrazándola. — Me dijo que habían desaparecido de la casa, que se fueron sin despedirse porque la esposa del abogado las había humillado.
Besó con ternura el cabello de su esposa mientras acariciaba el hombro de su hija.
— Sólo vine a ver cómo estaban. Ahorita me regreso a descuartizar al abogado.
— ¡No! – Gritaron las dos mujeres al mismo tiempo.
— Él no hizo nada malo. — Dijo Marianita.
— Al contrario, se veía muy mortificado, de hecho, le calló la boca a su mujer y se fue diciendo que iba a presentar su renuncia. — Confirmó su mamá.
— Igual ustedes no regresan a ese lugar.
— ¿Qué? — Exclamó su esposa asombradísima mientras la Marianita sólo abría mucho los ojos.
— Nadie me las vuelve a humillar por ser sirvientas. Tú, mujer, trabajabas porque querías, no porque lo necesitaras. Yo te dejé hacer porque sólo me interesa verte feliz. Pero nadie, nunca, me les va a volver a faltar al respeto por algo así.
— Pero… Manuel… — Musitó la mujer.
— Los patrones no nos hicieron nada. — Dijo Marianita frunciendo el ceño. — Al contrario.
— Ellos nos defendieron y don Carlos le exigió a doña Marta que se disculpara conmigo. — Trató de aclarar su mamá.
— Me importa un carajo. No regresan
— ¡Papá! — Exclamo la joven.
— ¡Manuel! — Dijo su mamá.
— ¡No me discutan! — Dijo Toro exasperado poniéndose de pie. — Nunca les he prohibido nada. Y a ti, mujer, jamás te he exigido nada. Siempre te he dejado hacer y deshacer a tu antojo. Pero en esto no admito que me lleven la contraria. ¡No van a regresar como sirvientas a ningún puto lado! ¿Quedó claro? ¡Nunca! No voy a permitir que nadie me las vuelva a humillar de ninguna manera. Jamás en la vida.
— Papá… — Empezó a decir Marianita, pero su mamá apretó rápidamente su mano haciéndola callar.
— Tienes razón Manuel. — Dijo la mujer asintiendo. — Nunca nos has exigido nada y siempre nos lo has dado todo. No regresaremos.
— ¿Ni siquiera a despedirnos y dar las gracias por todo lo que hicieron por nosotras cuando nos llevaste ahí? — Se atrevió a decir Marianita.
— Ellos entenderán. — Dijo Toro frunciendo el ceño. — Ahora voy a esa casa a ver a quién destripo.
— ¡No! — Se levantó corriendo Mariana y detuvo a su esposo del brazo. — Antes de destripar a alguien, por favor escucha primero todo lo que tengan que decirte. Prométemelo. No quiero a mi esposo en la cárcel.
Él soltó una pequeña risa irónica. Se inclinó y le dio un breve beso en los labios.
— Te prometo escuchar antes de matar. — Dijo levantándose y señalando con el dedo a su hija. — Y tú jovencita, te quiero lejos de Peter. Cero llamadas, cero visitas, cero contacto en lo absoluto ¿Entendido?
Marianita sólo abrió la boca aspirando fuertemente. Luego, sin decir nada, se levantó del sofá y se fue a encerrar a su cuarto.
Un momento después, se escuchó un llamado a la puerta.
— ¿Puedo pasar? — Preguntó su mamá asomándose preocupada.
Mariana se sentó y se limpió las lágrimas.
— Pasa. — Dijo en voz baja.
Su mamá entró y se sentó junto a ella en la cama abrazándola.
— ¿Tanto te importa Peter? — Le preguntó.
— Ni tú ni papá lo entienden. — Dijo la niña con frustración. — ¡No es sólo por Peter! ¿No te das cuenta? ¡Ya nunca vamos a ir a esa casa donde vivimos toda la vida! ¡Yo no tengo otro recuerdo de nada más que de esa casa donde todos nos quisieron y nos trataron bien! ¡Ya nunca voy a jugar de nuevo con las niñas y voy a volver a ver a doña Graciela!
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Editado: 19.07.2020