Si cierras los ojos puedes oír sus pasos, escuchar sus llantos, remecerte bajo sus gritos y proclamas de libertad que avanzan por kilómetros y kilómetros, rodeando el mundo con pancartas, testimonios y muerte.
Y también de vida. Sí, sí, de las ganas de sonreír, besarse, tomarse de las manos, caminar con la cabeza en alto y decir, gritar con lágrimas de felicidad ¡ya no tengo miedo! ¡soy feliz y nadie me lo va a impedir! ¡ni siquiera yo! ¡mucho menos la sociedad!
Porque las minorías están y estarán. No importa los oídos ciegos y los ojos sordos. Existen. Existirán. Existimos por mucho que a varios no les guste e intenten escondernos bajo la alfombra como una mancha difícil de borrar.
Estamos aquí para hacernos oír así sea por la fuerza. Nuestras voces se escucharán hasta que la última persona en este planeta deje de tener miedo a ser, a vivir, a existir como un alma que tiene todo el derecho de amar a ella misma y a los demás y no importa escucharles decir que somos inadecuados. No importa que aún muchos nos sintamos inadecuados, estamos para quedarnos.
Y no nos vamos a rendir aún si tenemos que ganar nuestro lugar en el mundo a pulso.
Somos el fuego nacido tras años de opresión y miedo. Somos las cenizas que se levantan con el viento y vuelan determinadas a no desaparecer. Somos una comunidad que está presente y que no se va a callar y así como los relatos de estos personajes repletos de miedo y libertad, nosotros vamos a caminar con la cabeza en alto sin importar cuánto tardemos en tomar de las manos nuestra felicidad.
Yo soy lo inadecuado, sí, lo soy. Pero no me importa serlo.
Soy feliz así.
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