Yo soy lo inadecuado

1. [L]os días más felices de mi vida

—Emilia será mi mujer mañana. 

Se siente como un sueño que está a punto de empezar y puede tocar con la punta de los dedos. Carla camina sobre nubes cuando se levanta y va a la cocina para colocar el hervidor para iniciar su día, sin dejar de sonreír y sentir que el corazón le va a explotar de amor.

Es surreal. Las emociones, el día, algo que ha esperado durante años está a la vuelta de la esquina. Al fin después de esperar por las horas en el Registro Civil y planificar durante meses está allí, a puertas del día más feliz de su vida. Suspira y suelta una risita, vacía el agua en su taza de café favorita. Se siente como vivir una película romántica de las diez de la noche.

Danza en el aire, con cuidado de no derramar su preciado café y se sienta en su pequeño sofá rojo. Con los ojos cerrados disfruta del vapor y el aroma de su desayuno, la garganta le quema con el líquido antes de dejar la taza en el piso para tomar su celular de la mesa de centro.

—Aún no me ha respondido —murmura deslizando el dedo por la pantalla, ignorando los mensajes de felicitaciones de sus amigos—. ¿Deberé llamarlo?

Su corazón late con fuerza cuando abre el chat más importante de ese momento. Lo único que hay es un doble check azul y la última hora de conexión. El latido confuso entre alegría y pena decae un poco, con decepción y trata de sacudir la sensación, con todas las ganas de poder condensar las emociones en el tiempo. Parpadear y encontrarse mañana frente a la jueza, firmando frente a todos el momento más feliz de su vida. Dejar de sentir esos arranques confusos de felicidad y miedo. Son horribles. Le arrugan el corazón.

Aprieta el celular entre sus manos y titubea unos minutos, escribiendo y borrando un mensaje que no está segura de enviar. ¿Por qué aún no le ha respondido? ¿Habrá pasado algo? ¿Y si lo llama para asegurarse?

Es tonto, pero cierra los ojos reuniendo valor y da al marcar sin ver. El llamado retumba en el silencio de su pequeño departamento y siente un tirón desagradable en el estómago cuando la voz áspera del "¿aló?" se escucha.

—¿Qué tal está todo para mañana, Manuel? ¿Estás listo? —pregunta, titubeante. Su voz suave tiembla en las últimas sílabas. Sigue con los ojos cerrados, apretados con fuerza.

Hay un breve silencio donde solo se escucha la respiración de ambos. Casi puede oír el latir desbocado de su corazón.

—Mira, creo que es mejor que no sigas insistiendo.

Las nubes se deshacen bajo sus pies. La voz grave de Manuel ocasiona una fractura en su corazón. El mundo se vuelve más gris.

—¡Pero Manuel, es mi boda! ¡Prometiste que serías  quien me llevaría! —exclama ahogando un sollozo. Está temblando, la angustia repentina carcome su corazón repleto de cenizas—. Me caso mañana. No puedes hacer esto hoy.

—Lo siento, de verdad lo lamento mucho Carla, pero no podré ir. La mamá se enfermó y ayer la tuve que llevar a urgencias; le dio una crisis nerviosa.

—¿Qué? ¿Está bien? —Respirar se vuelve difícil un momento. Le pica la nariz y su voz se quiebra cuando habla—: ¿Dónde está?

—Está en casa, se quedó anoche en el hospital y le dieron reposo por unos días —responde él, traga saliva—. No está bien, está muy nerviosa y tensa. Todo el asunto de tu matrimonio la alteró mucho. ¿Por qué enviaste las invitaciones para acá?

—Siguen siendo mis padres —contesta en voz baja, una punzada de culpa deslizándose fría por su espalda—. Sé que no aprueban mi matrimonio pero creí que querrían venir. Soy su única hija a punto de casarse, después de todo y han pasado años sin vernos —suspira, la garganta irritada por los nervios y el miedo—. Pero con esto, no esperé que se enfermara. Voy a ir a verla.

—No. No vengas. No va a querer verte y lo sabes.

Sus palabras son un eco con dobles intenciones y sí, de alguna manera ella lo sabe. Cuando la echaron de casa hace más de diez años antes de cerrarle la puerta en la cara le dijeron que no la verían hasta que se curara y entendiera que estaba destruyendo a la familia. ¡Pero ha pasado tanto! El odio no puede durar para siempre y ellos siempre tuvieron el amor incondicional familiar como un sacramento. ¿Aún su amor estaba instalado en la condena de la condición? Quería creer que el pasar de los años y la distancia curarían aquello, pero las palabras de Manuel plantaban la duda. Y el miedo.

—Pero está enferma —dice con los labios temblorosos. Omite un "por mi culpa" que está segura, se escucha entre su silencio—. Voy a ir más tarde. Aún si no quiere recibirme. Sigue siendo mi mamá.




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