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IV

Una semana después de que fuimos a visitar a los chicos, aparentemente varias cosas cambiaron, la primera fue que Thomas dejó de insistirme en el tema de los secretos. También hice lo mismo. La disculpa de Dylan era cierta, dado que le hablé por teléfono y él mismo se disculpó, al preguntarle a que se refería con "la existencia de alguien", drásticamente cambio de tema diciendo que tenía cosas que hacer. Sabía que había algo, pero como dije, no insistí.

    En cuanto al tema del gato, Thomas tenía razón. Días después regresó. Así que me mantuve ocupada con él olvidando todos nuestros problemas. Sin saber que en verdad estaban a punto de empezar. Ahora no me despertó la luz del Sol, fue Thomas.

    –Zoe despierta.

    –No Tom. Déjame dormir.

    –Vamos nena. Por favor.

    –¡Que no! –agarré la almohada y las cobijas y las puse sobre mi cabeza.

    –¿Y si te digo que es una sorpresa? –preguntó con curiosidad en su voz. Me destapé un poco.

    –No me importa –dije y volví a esconderme en las cobijas.

    –Te llevaré a Ámsterdam –soltó del golpe.

    –¿Estás de broma? –dije mientras me levantaba.

    –Sí. Y ya que... –sin dudarlo le arrojé la almohada.

    –¡Te odio Sampter! –grité con la furia que pude sacar–. ¡Tú si sabes cómo romperle el corazón a alguien!

Sin contar que ya lo tienes roto.

    ¡¡Subconsciente de mierda!! ¡Cállate!

    –¡Qué carajos! –gritó el también.

    –¡No vuelvas a decirme eso! –seguía gritando. Estaba furiosa.

    Ámsterdam era el lugar en donde visualizaba mi vida en unos diez años. Con gatos y con Thomas, si es que quería irse conmigo. Recuerdo que cuando nos conocimos no paraba de hablarle de Ámsterdam, me emocionaba el hecho de encontrar a alguien con quien compartir los mismos gustos.

    Dado que para muchas personas los Países Bajos eran un lugar aburrido; para mí eran el mejor lugar en el mundo, desafortunadamente nunca pude ir porque no contaba con recurso monetario así que el sueño de irme a Ámsterdam quedó aplazado. Aunque tenía ahorrado algo de lo que sobró cuando compre la casa. Algo de lo que Thomas no sabía. Él sabía cuántas eran mis ganas de ir y que usara eso en mi contra era un golpe bajo. Contestaré por mi subconsciente, muy bajo.

    –Lo siento... –empezó a decir.

    –¡Cállate! ¡No quiero oírte! –volví a gritar.

    –¡Dije que lo siento! –gritó de vuelta.

    –¡No vuelvas a decirme eso! –dije, una vez que logré calmarme–. Me dolió, idiota. Tú sabes que quiero ir...  –empecé a llorar. Thomas se acercó a mí para abrazarme. Aunque no quería tener ningún contacto físico con él por el momento, dejé que lo hiciera, no le respondí.

    –Lo siento cariño –dijo–. Sé que tienes ganas de ir, pero como no despertabas... –me alejé de él lo más posible.

    –¡Eres un maldito imbécil! –volví a gritar. Inhalé y exhalé profundamente–. Solo no vuelvas a hacerlo –dije tajante y caminé en dirección al otro cuarto con Thomas detrás de mí.

    –Zoe espera.

    –¿Qué quieres? –dije haciéndole saber que no quería hablarle.

    –Lo siento. En serio. Yo...

    –Eso ya lo escuché –interrumpí rodando los ojos.

    –De acuerdo. No volverá a pasar. Te lo prometo –puso ojos de cachorrito regañado y me reí. Vi en sus hermosos ojos cafés una disculpa sincera. Había ganado.

    –Está bien. Con tal de que quites esos ojos de perro mojado te perdono –esta vez lo abracé yo y el respondió.




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